De Barajas al Museo del Prado

Poco antes de que aterrizase el avi¨®n de Bill Clinton, el pabell¨®n de Estado del aeropuerto de Barajas, al que llegan los hu¨¦spedes ilustres, parec¨ªa una colmena iluminada. Los enormes focos daban luz a una pista repleta de escoltas norteamericanos y espa?oles, de polic¨ªas nacionales y guardias civiles. Un helic¨®ptero de la polic¨ªa sobrevolaba el recinto. Detr¨¢s de una barrera, unos 60 fot¨®grafos y c¨¢maras de televisi¨®n luchaban por plasmar la llegada intentando sortear el Lincoln blindado que esperaba a los Clinton al pie de la escalerilla.Clinton, sin abrigo, y su esposa, Hillary, cubierta con una capa azul, bajaron juntos, de la mano, a las ocho de la tarde. Cristina Barrios, directora general de Protocolo, fue la encargada de presentarles a los espa?oles alineados en la pista.

El primero era un sonriente Javier Solana, que dio un largo apret¨®n de manos al presidente norteamericano. Clinton, presumiblemente, le felicit¨® por su designaci¨®n como secretarlo general de la OTAN. Despu¨¦s le toc¨® el turno al jefe de la Casa del Rey, Fernando de Almansa, que tiene rango de ministro, y a los embajadores de Espa?a en Washington, Jaime Ojeda, y de Estados Unidos en Madrid, Richard Gardner.

Desde Barajas, Clinton y su comitiva cruzaron Madrid a gran velocidad, siempre bajo la protecci¨®n de helic¨®pteros policiales, hasta el Museo del Prado, abierto excepcionalmente a horas un tanto inusuales (20.30) para que ¨¦l y su s¨¦quito pudieran admirar, de la mano de la ministra de Cultura, Carmen Alborch, los cuadros de Vel¨¢zquez, El Greco y Goya. Y luego, al Palacio de Oriente.