Reflexi¨®n moral sobre la eutanasia
Hace unos meses, Gregorio Peces-Barba, en su habitual p¨¢gina de Abc, public¨®, bajo el mismo t¨ªtulo que encabeza estas l¨ªneas, un sorprendente art¨ªculo en defensa de la legalizaci¨®n de la eutanasia. Es, sorprendente, en efecto, que, un gran defensor de los derechos humanos como Gregorio Peces-Barba ataque el m¨¢s fundamental de tales derechos, que es el derecho a la vida, defendiendo el derecho a matar. Porque el lector que hubiera tenido la paciencia de llegar al final del art¨ªculo de Peces-Barba a que me refiero, lo que sin duda sac¨® en limpio es que, en determinadas circunstancias, el Estado puede dejar de proteger el bien de la vida, o sea, hablando en plata, autorizar a un ciudadano para que asesine a otro ciudadano. Y esto, respetando a las personas que dicen lo contrario, no es ¨¦ticamente correcto.Los partidarios de la legalizaci¨®n del aborto y la eutanasia dicen que no es admisible la pretensi¨®n de extender a todos los ciudadanos lo que, seg¨²n ellos, no son m¨¢s que exigencias de la moral cat¨®lica. No es, as¨ª. Mi postura no parte del hecho de aceptar ¨ªntegramente, como acepto, el magisterio de la Iglesia cat¨®lica, sino que nace de algo anterior y distinto, que ata?e, a todos los se res humanos; es decir, el respeto a la dignidad de la persona. Es en estos t¨¦rminos que pretendo responder a la reflexi¨®n del profesor Peces-Barba.
Eutanasia, si bien etimol¨®gicamente significa "muerte buena" o "muerte dulce", se emplea para designar cosas muy distintas. Puede significar "dejar morir dignamente" por contraposici¨®n al "encarnizamiento terap¨¦utico". As¨ª entendida, la eutanasia ser¨ªa ¨¦ticamente correcta, ya que repugna a la dignidad de la persona empe?arse en prolongar artificialmente la vida con t¨¦cnicas desproporcionadas; basta dejar obrar a la naturaleza, poniendo los Cuidados necesarios para aliviar el dolor f¨ªsico y moral del moribundo. Pero no cabe disfrazar la eutanasia con la capa de la oposici¨®n al encarnizamiento cuando se pretende inducir deliberadamente la muerte mediante la supresi¨®n del sustento o la medicaci¨®n normal adecuada; esta llamada "eutanasia pasiva" se identifica, por omisi¨®n, con la "eutanasia activa", por comisi¨®n. Tal "eutanasia", puede ser:
1. Voluntaria: enfermos, terminales o no, con lucidez mental, que solicitan que se les mate, para liberarse de sufrimientos f¨ªsicos o morales que consideran insoportables, y alguien intencionadamente los mata. Esta eutanasia, en el paciente se asimila al suicidioy en el agente equivale al homicidio por requerimiento.
2. No voluntaria: ancianos, incapaces mentales y reci¨¦n nacidos con alguna tara, qu¨¦ no pueden dar, o simplemente no dan, el consentimiento, y alguien los elimina con la pretendida intenci¨®n de hacer un bien a ellos o a la sociedad. Se trata de homicidio por acuerdo, en contra de la voluntad del sujeto, o "interpretando" su voluntad
3. Suicidio profesionalmente asistido. El individuo, enfermo o no, que, deseando acabar con su vida, solicita y obtiene la ayuda t¨¦cnica para llevar a cabo su prop¨®sito,
Mi opini¨®n es que ninguna de estas, tres clases de eutanasia es ¨¦ticamente correcta, porque, en s¨ª, al margen de las responsabilidades subjetivas, el suicidio y el homicidio son siempre acciones intr¨ªnsecamente malas. Wittgenstein, a pesar de haber tenido en su vida momentos de perdici¨®n e indignidad en los que lleg¨® a pensar en el suicidio, afirma que el suicidio -al que, en el mejor de los casos, se contrae la eutanasia- es la acci¨®n inmoral por antonomasia, pues en ella el hombre se reduce a la condici¨®n de objeto del. instinto. Y Kant, al que Peces-Barba recurre con frecuencia, juzga al suicida como un monstruo, negando que haya alg¨²n fin que justifique el suicidio. Yo no comparto, desde luego, el calificativo que Kant. adjudica al suicida porque pienso que el que llega a la decisi¨®n de quitarse la vida es digno de compasi¨®n. Pero comprender a la persona que incurre en error no es lo mismo que justificar la acci¨®n err¨®nea. Por lo tanto, entiendo que la despenalizaci¨®n de la eutanasia no, es ¨¦tica y menos lo es su legalizaci¨®n. La tolerancia del mal no puede llegara lo que conculca los derechos fundamentales del hombre.
Lo que sucede es que los partidarios de la ¨¦tica de la tercera persona, entre los que sit¨²o a Peces-Barba, juzgan la moralidad de las acciones s¨®lo por sus con secuencias externas, despreocup¨¢ndose de lo que sucede en el agente; olvidan que cuando alguien, por ejemplo, roba, hace un da?o al robado pero adem¨¢s se hace un da?o a s¨ª mismo al convertirse en ladr¨®n. De la misma forma el que mata, aunque sea a un no nacido o a un anciano, se hace a s¨ª mismo homicida. Estos pensadores aceptan la le galizaci¨®n de la eutanasia porque para ellos lo que importa son las constantes sociol¨®gicas emp¨ªricamente observables, es decir, no lo que debe ser, sino lo que es. Y suponen que hay, o habr¨¢, una voluntad mayoritaria para sostener que la eutanasia es un bien para el hombre y que, por ello, hay que legalizarla. Pero la ley es un acto de la raz¨®n pr¨¢ctica, porqu¨¦ es propio de la raz¨®n y no de la voluntad ordenar al hombre al debido fin. Est¨¢ claro que interviene la voluntad, pero la voluntad no es la causa eficiente de la ley, porque si fuera as¨ª el capricho podr¨ªa convertirse en ley. El derecho a la vida, y su protecci¨®n por el Estado, pertenece al orden del deber ser, de los imperativos absolutos que son norma de la realidad y no la realidad -pura y simple- convertida en una constante. Si no hubiera un deber ser dado al hombre y no por. ¨¦l constituido, ninguna conducta humana -por ejemplo, el terrorismo de Estado- ninguna estructura social, ning¨²n r¨¦gimen pol¨ªtico podr¨ªa ser condenado en nombre de la justicia. Todas las conductas ser¨ªan v¨¢lidas, si as¨ª se considera por un grupo social concreto.
El hombre tiene derechos, y derechos irrevocables, no porque se los haya otorgado una instancia pol¨ªtica, que igual que se los da se los puede quitar; las declaraciones de derechos, humanos, en cuanto se refieren a los fundamentales, no son otra cosa que el reconocimiento de que estos derechos existen. Los derechos fundamentales del hombre derivan de su condici¨®n de persona. Enti¨¦ndase bien, no de la definici¨®n de persona que pueda hacer cualquier derecho positivo, sino del concepto antropol¨®gico y metaf¨ªsico -que es el que importa en las cuestiones morales- a que. se refiere Boecio cuando dice que persona es una sustancia individual de naturaleza racional. Por ello, los derechos fundamentales del hombre, y en primer lugar el derecho a la vida, que adem¨¢s es irrenunciable, se encuentran fuera del alcance de toda discusi¨®n humana. De aqu¨ª que aunque todas las voluntades presentes en un Congreso -que no ser¨¢n todas- aprueben la legalizaci¨®n de la eutanasia, esta ley por no ser racional no es, en t¨¦rminos filos¨®ficos, verdadera ley, Y todo el mundo est¨¢ legitimado, en t¨¦rminos ¨¦ticos, a resistirla.
El argumento empleado por Peces-Barba para defender la legalizaci¨®n de la eutanasia es que s¨®lo merece ser protegida la vida digna, identificando vida digna con vida sana. Seg¨²n ¨¦l, cuando la salud se deteriora hasta una situaci¨®n vegetativa, terminal o excesivamente penosa, la vida no merece la pena de ser protegida y cabe justificar la autorizaci¨®n por parte del Estado para su eliminaci¨®n. Pero, ?no ser¨ªa, por lo menos, tan indigna la vida paup¨¦rrima? Entonces, ?porqu¨¦ no eliminar a todos los hambrientos del Tercer Mundo, haci¨¦ndoles "un bien" a ellos y resolviendo de paso las preocupaciones que su hambre causa a los dem¨¢s? Me temo que esta identificaci¨®n de la vida digna con la salud y el bienestar constituir¨ªa el inicio de una pendiente hacia concepciones de ¨ªndole racista, al estilo nazi, en las que la vida del m¨¢s d¨¦bil queda en manos del m¨¢s fuerte.
Los partidarios de la eutanasia invocan como motivo la "compasi¨®n" ante el sufrimiento f¨ªsico moral del enfermo, afirmando que, en estos casos, producir o acelerar la muerte es una obra de piedad. En primer lugar hay que decir que el sufrimiento es ciertamente un mal, pero no es un mal moral absoluto; al contrario, el sufrimiento aceptado puede tener un valor positivo para la afirmaci¨®n de la personalidad humana. Plat¨®n afirma que la vida de la sabidur¨ªa consiste en ejercitarse en la muerte, y el propio Epicuro dice que en ocasiones puede ser indigno del hombre rechazar el dolor. Esto que es v¨¢lido a lo largo de la vida, como lo corroboran tantas personas que sin el sufrimiento no habr¨ªan adquirido la fortaleza de ¨¢nimo que poseen, no tiene por qu¨¦ no serlo en la fase terminal de la vida, y el dolor puede ayudar a llegar dignamente a la muerte. Pero, en se gundo lugar, es m¨¢s que veros¨ªmil sospechar que tras la "compasi¨®n" invocada puede ocultar se el prop¨®sito ego¨ªsta de liberar se de las molestias que ocasiona el enfermo o simplemente el viejo. De hecho, en los pa¨ªses en que est¨¢ legalizada la eutanasia voluntaria son frecuentes los casos en los que se ha causado la muerte sin el consentimiento del enfermo e incluso en contra de su voluntad, lo que crea un estado de angustia entre la gente de avanzada edad, por el temor de que, en cualquier momento, puedan ser eliminadas para evitar las molestias que ocasionan a su alrededor.
Puedo dar testimonio de personas que, en situaciones peores que las que a veces. reclaman la muerte, viven su deteriorada vida con sentido positivo, porque se ven rodeados de cari?osa ayuda. Y es que, casi siempre, las invocaciones a la muerte, cuando se producen, son en realidad- peticiones angustiosas de asistencia y afecto. Este es el verdadero enfoque de la eutanasia: superar el ego¨ªsmo, para proporcionar al enfermo terminal, junto con los cuidados f¨ªsicos, compa?¨ªa y simpat¨ªa -"sentir con"-para conducirle a una muerte natural digna.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.