A conquistar la hegemon¨ªa
Malamente escindido del PSOE en los a?os 1920 y 1921, el Partido Comunista de Espa?a (denominaci¨®n adoptada al fusionarse el Partido Comunista Espa?ol con el Partido Comunista Obrero Espa?ol) nunca levant¨® el vuelo antes de que la dictadura de Primo de Rivera aventara, sin necesidad de emplearse a fondo, sus cenizas. Unos tipos medio anarquistas que, seg¨²n el delegado de la Internacional, no sab¨ªan qu¨¦ hacer era todo lo que quedaba de aquel primer comunismo espa?ol en 1930. Nada pod¨ªa expresar mejor su aislamiento que la irrupci¨®n de un pu?ado de militantes, encaramados a una vieja camioneta, en la fiesta popular del 14 de abril de 1931 gritando ?muera la rep¨²blica burguesa! y ?vivan los soviets! Las cosas s¨®lo cambiaron cuando el ala izquierda del PSOE, bajo la direcci¨®n de Largo Cab¨¢llero, pretendi¨® utilizarlos contra la centrista que lideraba lndalecio Prieto. Lograron as¨ª entrar en la coalici¨®n que se conocer¨ªa con el nombre de Frente Popular y erosionar la base del socialismo atrayendo a su joven generaci¨®n. Su espectacular auge durante la guerra civilles convenci¨® de que la mejor receta para crecer consist¨ªa en formar parte de m¨¢s amplias alianzas. Desde entonces, la estrategia del PCE se ha centrado en la conquista de la hegemon¨ªa dentro de unos organismos que le serv¨ªan a veces de instrumento, otras de mero escaparate: Frente Popular, Uni¨®n Nacional, Uni¨®n Democr¨¢tia Espa?ola y Junta Democr¨¢tica fueron algunos de los resultados de tan correosa pol¨ªtica.?Qu¨¦ tienen, pues, los comunistas espa?oles, qu¨¦ les pasa, por qu¨¦ son incapaces de elaborar un proyecto propio y presentarlo bajo su exclusiva responsabilidad y patrocinio? ?Por qu¨¦ andan otra vez con la cantinela de conquistar la hegemon¨ªa -en el sentido gramsciano del t¨¦rmino, aclara el inefable Anguita, confundiendo a Gramsci con un maestro de escuela que persuade "por v¨ªa de ejemplo"- en organizaciones m¨¢s amplias como condici¨®n inexcusable de su propio crecimiento? Algo les debe ocurrir para que una vez m¨¢s, como en los a?os treinta, cuarenta y setenta, en lugar de consolidar su autonom¨ªa, proclamen la necesidad de reforzar su presencia en Izquierda Unida y en Comisiones Obreras y actuar a trav¨¦s de ellas. La respuesta es clara: ni en el mejor momento de su historia, cuando su resistencia a la dictadura de Franco y, el hecho de ser el ¨²nico partido con arraigo social extendi¨® la convicci¨®n de que saldr¨ªa de las urnas como fuerza hegem¨®nica de la izquierda, ha logrado el PCE superar el 10% de los votos. La estrategia dise?ada por Santiago Carrillo para la salida del franquismo, no dio los frutos esperados y el partido comunista no desplaz¨® al socialista del lugar que ocupaba cuando el veterano l¨ªder era un audaz adolescente. Despu¨¦s de luchar con tanta tenacidad por su legalizaci¨®n, el PCE comprob¨® que, present¨¢ndose con su viejo nombre, estaba condenado a volver de nuevo a la marginaci¨®n de su origen.Por eso, tras la crisis que sigui¨® a sus pobres resultados electorales, los dirigentes del PCE, que saludaron con un encogimiento de hombros, como si no fuera con ellos, la ca¨ªda de los reg¨ªmenes comunistas, vuelven a echar la red en mar ajeno y pretenden reforzar su hegemon¨ªa en Izquierda Unida y conquistarla en Comisiones Obreras. No parecen entender que el comunismo se ha acabado y que la competencia democr¨¢tica exige que cada organizaci¨®n se presente como lo que es y no como n¨²cleo hegem¨®nico de ninguna otra. Si los comunistas espa?oles quieren no ya sobrevivir sino echarse a la calle y ganar elecciones, que lo hagan blandiendo sus propias banderas, que las tienen y muy hermosas. Pero presentarse enquistados en otros organismos, por m¨¢s que se invoque a Gramsci, es estalinismo de la peor especie, de la que tiene al resto de partidos y, sindicatos como menores de edad, necesitados de partido-gu¨ªa o incapaces por tanto de discernir sus verdaderos intereses y adoptar sus propias estrategias.
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