La mentira
El soci¨®logo franc¨¦s Emmanuel Todd pide algo muy concreto y muy abstracto a los gobernantes: "No queremos que nos mientan". El diciembre franc¨¦s no es mayo del 68, aquella opereta de Offenbach que fue tragedia en Estados Unidos, Alemania e Italia, pero la petici¨®n de Todd es tan expresiva de un talante finisecular como el prohibido prohibir lo fue de una d¨¦cada m¨¢s o menos prodigiosa. Ahora nos basta con que no nos mientan, con desmontar el Estado de la doble verdad, la doble moral y la doble contabilidad. Quiz¨¢ la sinceridad del poder sea la gran conquista democr¨¢tica del pr¨®ximo siglo: el Estado de cristal, blindado, pero de cristal.Y es que la m¨¢quina de comunicar es tan compleja y extensa que nos tiene al minuto de cuanto ocurre y hace dif¨ªcil el tr¨¢gala. Las mentiras del poder han sido justificadas por el bien com¨²n y ahora, por el inter¨¦s general, pero en cuanto se descubren esas mentiras se percibe que de hecho han beneficiado a una minor¨ªa y han perjudicado a la inmensa mayor¨ªa. Detr¨¢s de cada secreto de Estado hay una mentira. Detr¨¢s de cada fondo reservado, una corruptela que lleva al Estado de corrupci¨®n. Es cierto que, po¨¦ticamente, pasar del prohibido prohibir al prohibido mentir representa un cierto retroceso ut¨®pico, pero es que prohibir prohibir implicaba una mentira, una utop¨ªa excesiva para la musculatura de la historia, esa atleta entre el geri¨¢trico y el crucero de placer. Prohibido mentir me parece m¨¢s al alcance de la protesta, y absolutamente ejemplar que los c¨®digos penales reconsideren la gravedad, de la mentira en pol¨ªtica, castigada con las m¨¢s feroces penas al alcance de la imaginaci¨®n humana. Por ejemplo, para salir en el programa El sem¨¢foro. Para contar mentiras, naturalmente.
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