PCE-IC: cr¨®nica de un conflicto anunciado
En cierto modo las relaciones entre los comunistas catalanes del Partit Socialista Unificat de Catalu?a (PSUC) y los del resto de Espa?a encuadrados en el PCE solo pod¨ªan explicarse acudiendo a la articulaci¨®n entre las personas de la Sant¨ªsima Trinidad: eran dos en esencia y un solo partido verdadero. El PSUC constitu¨ªa un partido independiente, pero defend¨ªa punto por punto la misma l¨ªnea pol¨ªtica que el PCE.El origen hist¨®rico de esa peculiar coincidencia se encuentra en la decisi¨®n adoptada el 29 de octubre de 1932 por parte del Secretariado Pol¨ªtico de la Internacional Comunista, y que transcribimos de los archivos del que fuera partido mundial de la revoluci¨®n: "Aceptada la propuesta del camarada Wassiljew: para asegurar una mejor direcci¨®n de la lucha de clases revolucionaria del proletariado catal¨¢n y de la lucha de liberaci¨®n nacional de las masas obreras de Catalu?a, el Secretariado Pol¨ªtico acuerda: que es necesario que la organizaci¨®n regional catalana del PCE se constituya como Partido Comunista de Catalu?a, que debe quedar respecto del PCE del mismo modo que los partidos de Bielorrusia y Ucrania occidental pertenecientes al Partido Comunista de Polonia". Dicho de otro modo, se trataba de una independencia meramente formal, puesta al servicio de la creencia que entonces sosten¨ªan los lugartenientes de Stalin en la Internacional de que era preciso jugar a fondo con el derecho de autodeterminaci¨®n, hasta el punto de conferir aparente independencia a las organizaciones comunistas de nacionalidad, para utilizar a ¨¦stas como palanca en la desintegraci¨®n del Estado burgu¨¦s.
No obstante, muy pronto pudo verse en el caso del partido comunista catal¨¢n que la din¨¢mica social y pol¨ªtica propia de Catalu?a generaba demandas y exig¨ªa respuestas inmediatas en las que no cab¨ªa ajustar las piezas al esquema de dependencia deseado. La primera ocasion lleg¨® al fundarse el PSUC, a partir de organizaciones socialistas y del propio partido comunista catal¨¢n cuando es aplastado en Barcelona el levantamiento militar de julio de 1936. La formaci¨®n de este tipo de partidos unitarios respond¨ªa a las directrices del VII Congreso de1? Internacional Comunista, pero en este caso la decisi¨®n fue aut¨®noma, ignorando al delegado de la Internacional en Madrid, el argentino V¨ªctor Codovila. Todo fue espont¨¢neo y demasiado r¨¢pido, pero s¨®lo pudo quejarse por el error. M¨¢s grave fue a¨²n la admisi¨®n por el PSUC en septiembre de 1936 de integrarse en un Gobierno de la Generalitat con participaci¨®n del poumista Andreu Nin, "tan criminal y asesino como Trotski", seg¨²n la entra?able descripci¨®n que Codovila remite a Mosc¨². El PSUC, se lamentaba el delegado-tutor del PCE, no era todav¨ªa un partido comunista, tenia en su seno "elementos con mentalidad trotskistizante", y rehusaba "la ayuda pol¨ªtica" -eufemismo del lenguaje oficial para designar el control-del PCE por albergar componentes nacionalistas y socialistas. Uno de ellos, Joan Comorera, era precisamente el secretario general del PSUC, y a pesar de su evidente estalinizaci¨®n, no logr¨® prolongar su autonom¨ªa durante el exilio, siendo expulsado en 1949 como titista, "traidor al partido, a la clase obrera y a su pueblo". As¨ª acababa el ensayo, reconstruido admirablemente en la biograf¨ªa de Miquel Caminal, de aproximar el comunismo a "la veritable Catalunya nacional".
Las piezas no encajaban, y, ello no era s¨®lo responsabilidad del estalinismo, sino que ten¨ªa unas motivaciones m¨¢s profundas. Desde los primeros pasos del asociacionismo obrero en la d¨¦cada de 1840, pudieron apreciarse las dificultades para enlazar al movimiento obrero catal¨¢n con el del conjunto de Espa?a. El atraso espa?ol dejaba pr¨¢cticamente solos a los tejedores catalanes a la hora de movilizarse frente al doble poder, estatal y patronal, para reivindicar el derecho a la asociaci¨®n. Una industrializaci¨®n focalizada, en el marco de un pa¨ªs agrario, con una d¨¦bil demanda interior y un p¨¦simo sistema de comunicaciones, generaba un desfase espectacular entre el desarrollo econ¨®mico, cultural y societario de Catalu?a en relaci¨®n con el resto de Espa?a. En otros pa¨ªses, como Italia, el foco de modernizaci¨®n, encarnado en el eje Piamonte-Lombard¨ªa, hace la naci¨®n en el siglo XIX; en Espa?a debe conformarse con la adecuaci¨®n a las insuficiencias del conjunto, con un dato esencial, el poder pol¨ªtico del Estado, afincado en Madrid, que siempre se le escapa. En el plano pol¨ªtico, desde Prat de la Riba a Pujol, la burgues¨ªa regional hubo de servirse del catalanismo, para intentar conjugar el desarrollo de la nacionalidad y una influencia, conservadora y modernizadora a un tiempo, sobre la pol¨ªtica de Madrid. No ha sido como sabemos, un camino f¨¢cil, pero tampoco los proyectos pol¨ªticos de las clases populares dejaron de acusar ese mismo desfase estructural entre Catalu?a y el resto de Espa?a. Desde el asociacionismo obrero de 1840 al federalismo, y al propio anarcosindicalismo, que asienta la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo sobre las sociedades obreras catalanas con un prop¨®sito de implantaci¨®n espa?ola que s¨®lo alcanz¨® una existencia simb¨®lica. En esta serie de enlaces fallidos, el PSUC ha sido el ¨²ltimo intento, tambi¨¦n el m¨¢s consciente, pero una y otra vez acusar¨¢ ese doble estrangulamiento: primero, el desfase econ¨®mico y cultural en su favor, por contrast¨¦ con unas organizaciones espa?olas m¨¢s r¨ªgidas y atrasadas, y segundo, el hecho de, que, a pesar de lo anterior, el centro de poder corresponde a estas ¨²ltimas, est¨¢ localizado en Madrid; en el grupo dirigente del PCE.
Bajo el franquismo, en la circunstancia excepcional del exilio, y a pesar del repliegue centralizador que supuso la expulsi¨®n de Comorera, el PSUC fue escapando a la tutela. Los centros de decisi¨®n se encontraban fuera de la Pen¨ªnsula, y exist¨ªa en consecuencia un amplio campo de aplicaci¨®n para una pol¨ªtica propia. Como consecuencia, el PSUC cumpli¨® involuntariamente la propuesta de Comorera, jugando un papel de primer plano en la construcci¨®n de una pol¨ªtica nacional y democr¨¢tica en las dos d¨¦cadas que preceden a la muerte de Franco. De este modo, sin alterar el organigrama, en 1975 es, en implantaci¨®n, nivel te¨®rico y cultura pol¨ªtica, muy diferente de su hermano mayor, el PCE. Pero qui¨¦n decide es Carrillo y quien hace la pol¨ªtica de Estado es el PCE. As¨ª, el ¨¦xito pesquero en las primeras elecciones de 1977, con un 20% de votos por poco m¨¢s de un 9% estatal de media comunista, sirve s¨®lo para crear una din¨¢mica de frustraci¨®n, traducida en contiendas internas y en abandono y envejecimiento de la militancia. De ah¨ª que, curiosamente, en 1980 la crisis "eurocomunista" se abra en lo que era aparentemente su basti¨®n en Espa?a, y que el capital pol¨ªtico acumulado por el PSUC se diluya en pocos meses, al lado del partido espa?ol. Incluso el sector obrerista, tradicional y filosovi¨¦tico del comunismo catal¨¢n, se constituy¨® en n¨²cleo de ese curioso episodio, en la l¨ªnea de La noche de los muertos vivientes, que fue la refundaci¨®n por Ignacio Gallego de un partido comunista pro-URSS mediada la d¨¦cada de 1980. Ahora muchos est¨¢n de regreso en el grupo que lidera Rib¨®, y sin duda no le har¨¢n la vida f¨¢cil.
Gracias quiz¨¢ a esa fractura, el peque?o PSUC superviviente pudo enfilar una recuperaci¨®n, paulatina y limitada, pero con claros signos de modernidad. Entre ellos, la disoluci¨®n progresiva del propio partido en una organizaci¨®n sociopol¨ªtica de izquierdas m¨¢s amplia y no comunista, Iniciativa Per Catalunya, apart¨¢ndose insensiblemente del modelo FAI-CNT, que impone el PCE dentro de Izquierda Unida: esto es, la organizaci¨®n nuclear que controla a la aparentemente m¨¢s amplia y democr¨¢tica. Nada tiene de extra?o que en la etapa de repliegue que ahora vive el PCE, con una clara obsesi¨®n por dominar m¨¢s f¨¦rreamente Izquierda Unida, acabar con la autonom¨ªa de Comisiones Obreras y reafirmar la ortodoxia, la huida de puntillas de Rib¨® haya sido denunciada.
Hacen falta m¨¢s muertos vivientes: mientras unos recuperan al leninismo, otros desentierran al PSUC tras su fruct¨ªfera fusi¨®n en IC. El dirigente s¨ªmbolo de la exhumaci¨®n, Francesc Frutos, habla de fraude porque los delegados del PSUC vienen a Madrid a explicar su extinci¨®n. Cuando el verdadero fraude consiste en mantener ideas y modos como los de esta nueva ortodoxia para maniatar desde dentro a un sector de la izquierda espa?ola del fin de siglo.
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