Incertidumbre de un profesor de bachillerato
Soy profesor de lengua y literatura en el bachillerato y quiz¨¢ mi ¨²nica nota pintoresca consista precisamente en el hecho de ser profesor de lengua y literatura en los tiempos que corren. Hace poco fui al banco a solicitar un cr¨¦dito porque ando con ganas de introducir mejoras en el piso. Me demandaron mi profesi¨®n, invit¨¢ndome as¨ª a demostrar mi solvencia social. "?Profesor de lengua y literatura!", exclam¨¦, y como el empleado me mirase por un instante con cierta preocupaci¨®n no exenta de estupor y piedad, yo apart¨¦ los ojos y me sent¨ª como el protagonista de El castillo, de Kafka: un agrimensor que no ha sido llamado y cuyos servicios no son tampoco necesarios, pero que, sin embargo, est¨¢ all¨ª: gravoso, obstinado y absurdo. Entonces pens¨¦ que, al presentarme como profesor, era tanto como si hubiera dicho: soy-alguien-que-sabe. Porque, en efecto, lo primero que podr¨ªa decirse de un profesor es que es alguien que sabe. El empleado, con su mirada, parec¨ªa, sin embargo, decir: no sabr¨¢s tanto cuando no consigues convertir tu conocimiento en dinero, cuando tu sabidur¨ªa no te luce en la n¨®mina. Y yo me llev¨¦ una mano a la cara y hube de bajar los ojos ante el esc¨¢ndalo de aquella paradoja.Pero mis perplejidades, por desgracia, no concluyen aqu¨ª. Que el saber profesoral es socialmente sospechoso, ya lo sospechaba yo desde que era escolar, pero es que ahora, adem¨¢s, los tiempos me han ido convirtiendo en una especie de rel¨ªquia viviente. Hace poco, por ejemplo, me encontr¨¦ en la calle con un colega, que me agarr¨® del brazo y me urgi¨® con un susurro apasionado: "?Has empezado ya a renovar el curr¨ªculo?". "?El curr¨ªculo?". "SI, hombre, que si has empezado a reciclarte"". "Bueno", me disculp¨¦ yo, "he le¨ªdo ¨²ltimamente algunos libros. No s¨¦ si te referir¨¢s a eso"`. "?Por ejemplo?". "Pues, por ejemplo, La condici¨®n humana, de Hannah Arendt. Me ha hecho ver claras algunas cosas que ten¨ªa confusas, y al rev¨¦s". "?Arendt? ?Una profesora universitaria quiz¨¢?". "Pues s¨ª". "Disc¨ªpula de?". "Creo que de Heidegger y de Husserl"`. "Me lo tem¨ªa. Veo que sigues tan clasista e higi¨¦nico como siempre. A un lado, Carrascal; al otro Schopenhauer. Aqu¨ª el bolero, all¨¢ la sinfon¨ªa. Cada cosa en su sitio, ?eh? En la ¨¦poca del Internet y de la cultura bab¨¦lica, y t¨² todav¨ªa con la tiza, el encerado y tu tablita de valores", y yo hube de bajar otra vez los ojos, avergonzado ante esa nueva paradoja.
As¨ª que poco a poco, confundido con las duplicidades de mi condici¨®n y acosado por la modernidad educativa, me he ido convenciendo de que, en efecto, soy un profesor clasista y anacr¨®nico. Hasta hace unos meses yo abjuraba, por ejemplo, de la idea de que la lectura es una forma como otra cualquiera de placer. Un acto l¨²dico, como suele decirse. Y argumentaba que yo he conocido a mucha gente euf¨®rica cuando grita: "?Me voy para el f¨²tbol!", pero no he visto todav¨ªa a nadie que, ante la perspectiva del una tarde consagrada a la lectura, diga: "?Hala, a engolfarse en La Celestina", o, frot¨¢ndose las manos con fruici¨®n: "?Y esta noche... Unamuno!". No, yo pensaba m¨¢s bien que hay cierta cultura que no se nos regala por obra y gracia de las experiencias espont¨¢neas, como tampoco se nos da de balde la adquisici¨®n de un idioma o el manejo de un instrumento musical. De modo que a m¨ª no me importaba que mis alumnos, esos angelitos, se me aburrieran a veces en las clases. Era inevitable: aprender cuesta, y supone una disciplina, un entrenamiento y un esfuerzo, por m¨¢s que a la ense?anza se le quiera aplicar tambi¨¦n esa norma de oro de la publicidad seg¨²n la cual un anuncio no debe contener nada susceptible de ser rechazado por el consumidor. Yo era, en fin, de los que tem¨ªan que la cultura de masas acabara invadiendo ese ¨²ltimo reducto de las humanidades que son las escuelas. Pero ahora s¨¦ que eso fue en otros tiempos, que ya no existe un referente cultural ¨²nico, y que la idea de imponer la autoridad del viejo canon escolar sobre los otros no s¨®lo es est¨¦ticamente rancia, sino que esconde adem¨¢s el rej¨®n venenoso de una mentalidad reaccionaria que no se aviene a claudicar: un nuevo y sutil modo de dominaci¨®n y de barbarie. As¨ª que, finalmente, despu¨¦s de vencer no pocos escr¨²pulos, tambi¨¦n yo he decidido reciclarme.
Mis ¨²ltimas clases, por ejemplo, han versado (y espero que nadie esboce una sonrisa jactanciosa) sobre esa ins¨®lita figura cultural que es Chiquito de la Calzada. Les he explicado a mis alumnos que, antes que c¨®mico, Chiquito fue palmero y cantaor flamenco y que alcanz¨® a vivir el submundo del se?oritismo andaluz. Con su cante y sus palmas, entreten¨ªa a los se?oritos, que le pon¨ªan rancho aparte, junto con el guitarrista, y luego en la sobremesa los reclamaban para la diversi¨®n. Eran criados, parte de la servidumbre, y supongo que descendientes de los antiguos bufones de corte. Pero Chiquito no era un buf¨®n cualquiera. Chiquito estuvo de gira por Jap¨®n y all¨ª aprendi¨® a caminar con pasitos celestiales de geisha. Como Bertolt Brecht, Chiquito se qued¨® fascinado con el laconismo gestual y ceremonioso del Oriente. Por eso ¨¦l no hace gestos completos: s¨®lo los esboza. 0 los inicia y enseguida los suspende y se echa atr¨¢s, como asustado o maravillado de ellos. Chiquito es un art¨ªfice del asombro: los gestos maquinales, de los que no somos conscientes, ¨¦l los interpreta como si los acabara de inventar. Chiquito de la Calzada utiliza, por lo mismo, expresiones extra?as en sus obras. No dice "pap¨¢"", sino "papal"; dice "nor" por "no"; se inventa palabras y frases como "finstro" y "pecador de la pradera". El asombro ante los gestos se corresponde tambi¨¦n con el asombro ante el lenguaje.
A m¨ª se me ha ocurrido que se puede hacer una interpretaci¨®n cultural de todo esto: desconstruir el discurso de Chiquito para volver a ensamblarlo audazmente en otro ¨¢mbito intelectual. Podr¨ªa decirse, por ejemplo, que el ¨¦xito de Chiquito se debe a la nostalgia de los l¨¦xicos privados que hay en nuestra sociedad frente al lenguaje sagrado, de la tribu: esto es, la nostalgia de las vanguardias que se fueron. Ya se sabe que el posmodernismo es precisamente eso: lo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la modernidad, o, lo que es lo mismo, m¨¢s all¨¢ de las vanguardias. Seg¨²n ?talo Calvino, las vanguardias comienzan a decaer porque las sociedades de bienestar se vuelven conservadoras y sienten horror a todo experimentalismo, a todo cuanto amenaza con traer alg¨²n cambio. Calvino dice que esto se produce durante esa segunda belle ¨¦poque que fue la explosi¨®n econ¨®mica de los a?os sesenta. Desaparecen entonces las utop¨ªas, desaparece el esp¨ªritu vanguardista, pero quiz¨¢ queda la a?oranza de los viejos sue?os, del coraje de la novedad, y en el rescoldo de esos viejos ¨ªmpetus es quiz¨¢ donde Chiquito encuentra la raz¨®n de su ¨¦xito. Chiquito, o la nostalgia de las vanguardias.
Esto es, m¨¢s o menos, lo que les he explicado a mis alumnos, esos angelitos, bajo el ep¨ªgrafe de Un vanguardista rezagado o de Bertolt Brecht a Chiquito de la Calzada, y ya ven ustedes con qu¨¦ naturalidad he conciliado la cultura escolar con la de masas. Y recuerdo que, antes de abordar acad¨¦micamente el tema, entr¨¦ en clase imitando el modo de caminar del autor. "?Qui¨¦n es?", pregunt¨¦. "??Chiquiiitooo!!", contest¨® el alumnado a coro. Creo que es la primera vez que ha habido en clase una participaci¨®n un¨¢nime. Desde entonces, desde que me he reciclado, hasta mis colegas me miran con m¨¢s respeto, y hasta es posible que tambi¨¦n con un poco de envidia. Ahora estoy explicando unas letras de La Polla Records donde antes comentaba a san Juan de la Cruz, y la verdad, es tanta la expectaci¨®n con que me escuchan mis alumnos, que a veces pienso si la ense?anza no se me estar¨¢ quedando peque?a y no deber¨ªa dar el salto definitivo a la televisi¨®n o a la pol¨ªtica.
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