Garc¨ªa M¨¢rquez: "Yo no s¨¦ gram¨¢tica"
El premio Nobel colombiano repasa su relaci¨®n con la literatura
"Lo malo es cuando lees una l¨ªnea y dices: '?Ah, esto suena demasiado a Garc¨ªa M¨¢rquez". El autor de Cien a?os de soledad mira los folios con tachaduras que tiene delante y se inclina sobre ellos para dar ¨¦nfasis a su advertencia: "Cualquier escritor tiene un problema: los autores que le gustan ejercen una gran influencia sobre ¨¦l. La tentaci¨®n es imitarlos. El reto, defenderse de ellos. Pero lo peor es si el escritor que a uno m¨¢s le gusta es uno mismo". Hace una pausa y la voz se le nota rasgada cuando contin¨²a: "Escribir es siempre terriblemente dif¨ªcil. Para pocas personas tan terrible como para m¨ª, porque cada vez que escojo una palabra saco la cuenta de cu¨¢ntas personas la van a leer". "Y eso es terror¨ªfico", confiesa el premio Nobel echando mano del borrador de su pr¨®ximo libro, Noticia de un secuestro.
Le cuesta trabajo teorizar sobre la escritura a Garc¨ªa M¨¢rquez, porque escribir se ha convertido en su segunda naturaleza. Est¨¢ sentado ante 12 periodistas, con los que lleva cuatro d¨ªas compartiendo mesa de trabajo en el Centro Cultural Espa?ol de Cartagena de Indias (Colombia). En las agitadas sesiones del cuarto taller de reportaje que organiza su Fundaci¨®n para -un nuevo Periodismo Iberoamericano o en torno a una buena cena, los intentos del escritor por conocer y discutir las ideas de los dem¨¢s se ven continuamente desbordados por la fascinaci¨®n y la enciclop¨¦dica curiosidad de sus interlocutores.
Con un comentario que suelta con aire de sentencia abona su resistencia a la teor¨ªa: "Yo no s¨¦ gram¨¢tica". Ninguno de sus millones de lectores lo dir¨ªa, pero ¨¦l est¨¢ seguro de que nunca podr¨ªa aprobar uno de esos terribles ex¨¢menes que sufren ahora los estudiantes: "Estoy seguro de que me tumbar¨ªan". Tan claro como su destino de estudiante tiene su sue?o de escritor: "Me gustar¨ªa llegar a escribir de forma que cada l¨ªnea tuviera la trampa que enganchara para la siguiente. Que cada l¨ªnea dejara en suspenso, y empujara al lector a seguir".
Una trampa en la que su perfeccionismo no le deja caer una vez que sus libros han sido publicados. No los lee porque la primera tentaci¨®n es sacar el l¨¢piz y ponerse a corregirlos: "Una vez iba de Barcelona a Ginebra en tren. Llevaba Cien a?os de soledad para un amigo. Como se me acab¨® todo lo que llevaba para leer, empec¨¦ a hojear mi novela. Al instante agarr¨¦ el, l¨¢piz y me puse a corregir. Cuando llegu¨¦ Ginebra tuve que comprar otro ejemplar para mi amigo. El libro corregido lo guard¨¦ y a¨²n lo conservo". Los. periodistas le hacen ver el enorme valor que puede tener ahora ese ejemplar y ¨¦l se echa a re¨ªr de buena gana: "Tal como est¨¢n las cosas, un escritor famoso podr¨ªa ganar mucho m¨¢s dinero escribiendo originales que publicando libros".
Si no es capaz de leer sus libros publicados, mucho menos soporta ense?ar sus folios corregidos, sus primeros borradores, sus tentativas: "Jam¨¢s. Las correcciones, jam¨¢s., Ni a mis amigos". Y es que est¨¢ convencido de que un libro no es del lector hasta que no se publica, pero ya s¨®lo es del lector cuando se ha publicado. Por eso todav¨ªa se lleva las manos a la cabeza al recordar sus olvidos, c¨®mo cuando descubri¨® que en Cien a?os de soledad no hab¨ªa detallado c¨®mo ?rsula Iguar¨¢n va reduci¨¦ndose poco a poco hasta acabar en una cajita. Pero la cosa ya no ten¨ªa remedio. La novela era de los lectores. Y en, alguna otra novela hay alg¨²n personaje femenino del que nunca m¨¢s se supo. Es algo que sobrelleva como gajes del oficio, porque Garc¨ªa M¨¢rquez no suele tomar notas. Piensa que si es verdaderamente importante no s e le olvidar¨¢, y si, se le olvida no era tan importante.
Sus 68 a?os le, han demostrado que "la l¨®gica de la vida, no tiene fin", que la vida no necesita ayuda para inventarlo todo: "Dicen que yo he inventado el realismo m¨¢gico, pero s¨®lo soy el notario de la realidad. Incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque s¨¦ que no se pueden creer".Cuando se le pregunta cu¨¢l de sus libros prefiere, Garc¨ªa M¨¢rquez se resiste a dar una espuesta definitiva, pero aclara que El amor en los tiempos del c¨®lera est¨¢ m¨¢s en la tierra y le gusta m¨¢s, que Cien a?os de soledad, Cuyo valor po¨¦tico valora.Cuando escrib¨ªa El amor... estaba en Cartagena de Indias. Trabajaba por las ma?anas y por las tardes iba a buscar historias a casa de sus padres los cog¨ªa de uno a uno y en pareja, y les preguntaba por los episodios familiares, hasta que las diferentes versiones provocaban discusiones.Su camino vital hasta convertirse en escritor tiene un hito en su ¨¦poca de bachiller en un internado glacial de Zipaquir¨¢, de donde sali¨® sabiendo lo que quer¨ªa. Como estaba obligado a sacar buenas notas para seguir teniendo beca, lo pasaba fatal, pero se esforzaba en estudiar para no volver a casa porque se sent¨ªa feliz fuera. Era un pueblito de nada, sin nada que hacer. Los fines de semana no eran demasiado prometedores, as¨ª que se quedaba leyendo. Como no ten¨ªa ninguna ayuda ni orientaci¨®n para escoger las lecturas, no se le ocurri¨® otra cosa que devorarse toda la biblioteca del colegio por orden alfab¨¦tico. Con leves gestos va sacando libros inventados de hipot¨¦ticos estantes y dice en tono confidencial: "Me le¨ª tres tomos de la obra completa de Freud. Ahora s¨¦ lo que me gustaba: eran las historias cl¨ªnicas".
Pero su voz se vuelve casi rencorosa al evocar los prime ros pasos de su historia intelectual: "Soy muy consciente no de lo que aprend¨ª en la escuela, sino de lo que tuve que aprender a eludir para llegar a ser escritor. Recuerdo que cuando dije que quer¨ªa ser escritor me respondieron: 'Comer¨¢s papel'. No me ense?aron a ser escritor, sino que lo logr¨¦ gracias a mi aptitud y a la decidida vocaci¨®n de serlo". Una vocaci¨®n que en su art¨ªculo titulado Un manual para ser ni?o ha caracterizado como la ¨²nica disposici¨®n del esp¨ªritu capaz de derrotar al amor. Garc¨ªa M¨¢rquez, que tuvo que desobedecer a todo el mundo para poder ser escritor, hace recuento de las muchas personas que ha visto desgraciadas por no saber desobedecer cuando tuvieron su oportunidad de hacerlo. Con el tiempo, el vaticinio del papel comido result¨® tan escasamente prof¨¦tico que ahora se ve obligado a insistir, siempre que tiene la oportunidad, en que ¨¦l no escribe para ganar plata, sino para conseguir lectores.
Sabe que una infinidad de los lectores que le asaltan para que les firme ejemplares llevan libros piratas y proclama que el pirata es el mejor editor, porque no se interesa por un libro que no vaya a vender r¨¢pidamente, porque entra en donde el editor leg¨ªtimo deja un hueco. "De todas formas, el pirata gana la. plata, pero los lectores me los quedo yo", afirma con aut¨¦ntica avaricia.
Esta multitud de lectores supone para el escritor una responsabilidad que sobrelleva con la vanidad de la gloria, que ayuda bastante a ser un personaje c¨¦lebre. Es algo que le resulta a menudo insoportable, pero Garc¨ªa M¨¢rquez tiene claras las alternativas: "?Qu¨¦ voy a hacer, suicidarme? No puedo mandar a todos a la mierda. Al contrario. No soporto que haya una persona a la que no pueda seducir. Si existiera, me volver¨ªa loco. La perseguir¨ªa hasta conseguir seducirla. Y si no, la matar¨ªa".
Un pretexto para no escribir
, Hubo una ¨¦poca en que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez buscaba desesperado un pretexto para no escribir e incluso vomitaba el desayuno cuando se le ven¨ªa encima la sesi¨®n de trabajo. Y no era precisamente un jovencito: ten¨ªa 45 a?os. Fue algo despu¨¦s de publicar Cien a?os de soledad, con la que obtuvo sus primeros derechos de autor. De los libros anteriores no sac¨® nada. En aquellos d¨ªas era dichoso cada vez que se iba la luz. Exclamaba en voz muy alta: "?ste pa¨ªs de mierda en el que a cada rato se va la luz!". Pero secretamente era feliz cuando la oscuridad le imped¨ªa trabajar.
Los lectores de Garc¨ªa M¨¢rquez aprecian su mano ligera y su pluma f¨¢cil, pero su singular estilo es la culminaci¨®n de muchas horas atado a la silla, hipnotizado ante la pantalla del ordenador. "Cuando escrib¨ª El oto?o del patriarca alcanzaba a redactar 10 o 12 l¨ªneas el d¨ªa que me iba bien", cuenta.
Su ambiente de trabajo ha cambiado. con el tiempo, siempre empujado por la necesidad: empez¨® escribiendo en papel de peri¨®dico y de madrugada en El Heraldo, de Barranquilla, y, ha terminado por escribir en ordenador port¨¢til en decenas de habitaciones de hotel. Ha trabajado en cuartos recogidos, do, ventanas a cal y canto, y en otros abiertos al mundo, incluso al lado de un colegio: "Cuando viv¨ªa en Barcelona, los ni?os de 4? grado de un colegio de Sarri¨¢ me hicieron la mejor pregunta que me! han hecho: '?C¨®mo puede usted escribir al lado de un colegio?".
El premio Nobel tambi¨¦n ha ido adelantando sus horarios. Durante un tiempo escrib¨ªa de noche, porque, como periodista, no pod¨ªa hacerlo de d¨ªa. A partir de un momento, se supon¨ªa que ya era escritor profesional y se acostumbr¨® a escribir por la ma?ana, de nueve a dos. Como en Barcelona y en M¨¦xico llevaba a sus hijos al colegio e iba a recogerlos, se ajust¨® al horario escolar que ahora mantiene.
La fama le oblig¨®, a trabajar en cualquier sitio si quer¨ªa seguir escribiendo: "Hasta El amor en los tiempos del c¨®lera s¨®lo pod¨ªa escribir en mi estudio. Si viajaba no trabajaba. Adem¨¢s, con mi terror a los aviones no pod¨ªa hacer nada en vuelo. Ahora preparo originales, porque corregir exige tal concentraci¨®n que pasa por encima del miedo. Pero escribir, lo hago en el hotel con mi ordenador port¨¢til. Los que escriben en ordenador durante los vuelos s¨®lo lo hacen para que los vean".
Se entusiasma al describir su evoluci¨®n como artesano: "Empec¨¦ a escribir mis libros con l¨¢piz de dibujar. Luego vinieron la pluma de tintero, el bol¨ªgrafo, la Parker, la m¨¢quina de escribir, la m¨¢quina electr¨®nica, el ordenador y el ordenador port¨¢til". De repente una expresi¨®n agridulce asoma en su cara y cuenta c¨®mo una lectora se le acerc¨® para decirle: "Ya s¨¦ que ahora escribe sus novelas. con ordenador. No lo volver¨¦ a leer. As¨ª cualquiera".
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