Lo que ha cambiado tambi¨¦n para Espa?a
Ya se han explicado hasta la exhaustividad las diferencias entre el Mayo del 68 y las huelgas de diciembre pasado en Francia; no s¨®lo no han tenido mucho que ver, sino que, en muchos aspectos, han expresado ideolog¨ªas contrapuestas (el primero, un impulso hacia adelante; las segundas, criterios defensivos). Pero s¨ª cabe una analog¨ªa entre ambas situaciones hist¨®ricas: nada volver¨¢ a ser como antes.Ahora mismo memorizo tan s¨®lo vagamente las causas del 68, pero sus consecuencias fueron profundas: inaugur¨® una cultura de la tolerancia en las costumbres que se extendi¨® con rapidez; la protecci¨®n de la naturaleza, la igualdad entre el hombre y la mujer, el sujeto como protagonista, del Cambio y tantos otros de esos movimientos transversales que penetraron en la sociedad (y con los que hoy quieren acabar los ultraconservadores norteamericanos) fueron a partir de entonces parte de la civilizaci¨®n occidental. Dentro de escaso tiempo pocos recordar¨¢n con nitidez que las multitudinarias protestas de este ¨²ltimo a?o tuvieron su origen en la reforma de la Seguridad Social francesa, pero la pedagog¨ªa, la negociaci¨®n, el consenso, el convencimiento (le los ciudadanos, la no imposici¨®n manu militari de los esfuerzos econ¨®micos -ni, otras decisiones-, el no rotundo al despotismo ilustrado, devendr¨¢n caracter¨ªsticas fundamentales de nuestras democracias.
Esta es la lecci¨®n m¨¢s poderosa de lo acontecido: habr¨¢ un antes y un despu¨¦s de diciembre de 1995 en la pol¨ªtica europea. No se debe dar por supuesto nunca m¨¢s que los ciudadanos no saben lo que quieren, y es preciso actuar por ellos. No se atropellan gratuitamente los pactos impl¨ªcitos o expl¨ªcitos, esa inmensa red de solidaridades y complicidades sobre la que act¨²a una sociedad. Al menosprecio de algunos tecn¨®cratas le ha contestado la desconfianza letal de la calle. No existe, en suma, una elasticidad infinita entre gobernantes y gobernados, entre el pr¨ªncipe y el pueblo, sin riesgo de que se fracture la esencia del sistema. Es urgente compatibilizar las exigencias impuestas por la internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa con la difusi¨®n de los intereses sociales. Martine Aubry, dirigente socialista gala, ha resumido la advertencia: "La moneda ¨²nica es buena, pero s¨®lo como instrumento para hacer una Europa m¨¢s fuerte. Es un instrumento que no merece que el pa¨ªs se rompa para adquirirlo".
De esta lectura positiva de las movilizaciones se desprende una nota optimista respecto a, la coyuntura espa?ola. Al contrario que otros, pienso que la campa?a electoral no se va a centrar en. ¨¦l poco glorioso pasado. En los programas de los partidos, en los debates entre los l¨ªderes y en. los m¨ªtines de los dirigentes locales van a estar irremediablemente presentes los problemas del pa¨ªs y sus soluciones alternativas, y no s¨®lo las alusiones rencorosas al ayer; so pena de que sus protagonistas aspiren a que los ciudadanos los ignoren o les respondan con la iron¨ªa y la abstenci¨®n.
El Partido Popular tendr¨¢ que presentar de una vez, con pelos y se?ales, su programa de gobierno; explicar en qu¨¦ momento y por qu¨¦ decidi¨® asumir como suyas las prioridades de Maastricht tras haber navegado, por otros mares, y concretar -concretar, no enunciar- c¨®mo es posible reducir el d¨¦ficit p¨²blico al 3% del PIB bajando los impuestos y con reformas meramente cosm¨¦ticas. El PSOE, por su parte, habr¨¢ de decidir si su discurso es el del europe¨ªsmo radical -s¨ª a los plazos y s¨ª a los criterios de convergencia- del que ha hecho gala Felipe Gonz¨¢lez (presidente entonces de la Uni¨®n Europea) en la Conferencia de Madrid, o el de Alfonso Guerra (al fin y al cabo, vicesecretario general del partido), lleno de matices y sospechas al proceso de unificaci¨®n europea, explicitado tambi¨¦n durante los mismos d¨ªas en una reuni¨®n sobre el futuro del socialismo. ?Se aproximan los socialistas espa?oles a las tesis del canciller alem¨¢n, democristiano, Helmut Kolh, o a las m¨¢s renuentes de su correligionario de la Internacional Socialista Oskar Lafontaine? Quiz¨¢ a los dirigentes europeos de la primera l¨ªnea, como Gonz¨¢lez, les corresponda hacer una lectura dura y sin fisuras de la tercera fase de la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria -para no dar argumentos a los especuladores de los mercados financieros-, pero a los pol¨ªticos nacionales, tambi¨¦n como Gonz¨¢lez, les toca evaluar ante los ciudadanos, sin fundamentalismos (tampoco el europe¨ªsta), las opciones a un escenario sembrado cada d¨ªa de mayores incertidumbres. A ambas formaciones, socialistas y conservadores, les une la urgencia de convencernos de que moneda ¨²nica y Estado de bienestar no son incompatibles y de que la austeridad es imprescindible para el buen funcionamiento de las econom¨ªas desarrolladas de fin de siglo, con o sin Maastricht.
Los intelectuales tambi¨¦n tienen que recuperar su puesto en el debate y acabar con el silencio de los ¨²ltimos a?os. Es preciso volver al discurso de la complejidad, y denunciar el populismo que lo ha invadido todo, la demagogia y la simplicidad que excitan las bajas pasiones. Y encontrar explicaciones al hecho de que, tambi¨¦n en la rica Europa, nuestros hijos, previsiblemente, van a vivir peor que nosotros; es decir, que el progreso hist¨®rico no es, lineal, como durante tanto tiempo nos enga?amos en creer. Ha sido digna de atenci¨®n la pol¨¦mica ideol¨®gica en Francia: intelectuales frente a intelectuales, izquierda reformista frente a izquierda conservadora, gaullistas frente a liberales, europe¨ªstas frente a euroesc¨¦pticos en lo que trata de la soberan¨ªa la unidad del continente, el Etado de bienestar, la globalizaci¨®n econ¨®mica o el proteccionismo. Aunque s¨®lo sea coyuntural, en esta ocasi¨®n no se ha repetido la traici¨®n de los cl¨¦rigos. Un europe¨ªsta tan s¨®lido como Dahrendorf -y tan poco sospechoso de izquierdismo- ha escrito lo evidente: "De pronto la seguridad vuelve a adquirir enorme importancia. La gente est¨¢ harta de las reformas inciertas que han dominado los ¨²ltimos a?os... Mientras los reformistas siguen insistiendo en la necesidad de flexibilidad, los ciudadanos buscan clavos ardiendo a los que agarrarse en el turbulento mar del cambio. Los esperan sobretodo de la pol¨ªtica social, ya sea la vieja garant¨ªa de subsistencia del comunismo o las comodidades de un Estado de bienestar que se desvanece".
No puede darse una abdicaci¨®n ole la responsabilidad ni una claudicaci¨®n intelectual ante el miedo al futuro si se pretende que de esta crisis surja el reforzamiento de una Europa unida y solidaria de los ciudadanos. A finales del siglo XX nos estamos planteando otra vez la sociedad en la que queremos vivir. Una sociedad en la que se limite la fractura social y en la que no haya imposiciones por la fuerza y a traici¨®n.
Lass utop¨ªas se han desvanecido: todos nos mostramos partidarios de una sociedad razonable y no de la sociedad ideal, es cierto que las quimeras globales nos han llevado en la mayor parte de las ocasiones al infierno en la tierra, pero necesitamos una nueva utop¨ªa social porque la pol¨ªtica no se reduce a la gesti¨®n. No valen, ya se ha demostrado, ni "el economicismo de laboratorio que no atiende a las exigencias pol¨ªticas o a los costes sociales" (Herrero de Mi?¨®n), ni "el pensamiento ¨²nico que pone a la econom¨ªa en el puesto de mando" (Ignacio Ramonet), ni la tendencia de la econom¨ªa a colonizar la pol¨ªtica" (Albert Hirschman). La pol¨ªtica es legitimidad, y esta legitimidad, que renace, es lo que esperamos de las elecciones espa?olas.
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