Pedja, la finta inmaculada
Apenas sali¨® Lubo Penev de los laberintos de Mestalla, aqu¨ª dej¨® un recorte de cuero, all¨ª un t¨²nel de algod¨®n, Pedja Mijatovic comenz¨® a escaparse por el Callej¨®n del Ocho con una levedad casi gaseosa, c¨®mo un gato de humo escapa por la chimenea.Dos meses despu¨¦s hab¨ªa conseguido eludir el incierto destino de los mediapunta, esos seres inestables a quienes se reserva la suprema libertad de jugar entre l¨ªneas y la servidumbre de vivir en tierra de nadie. La ausencia de Lubo hab¨ªa inspirado en los hinchas del Valencia un desgarrado sentimiento de horfandad. De pronto se abr¨ªa en el ¨¢rea un agujero negro, el que dejan la sombra del ¨ªdolo y el vac¨ªo del goleador. Desde entonces, todas las voces reclamaron un delantero centro; si G¨¢lvez no romp¨ªa inmediatamente en figura y Viola segu¨ªa perdi¨¦ndose entre chispazo y chispazo, habr¨ªa que invocar de nuevo al esp¨ªritu de Kempes.
Con toda naturalidad, ajeno a cualquier impulso de emulaci¨®n, PedJa Mijatovic se puso a interpretar el f¨²tbol como las musas se atreven a so?arlo. Sus escapadas ten¨ªan siempre dos sellos inconfundibles: un aroma de peligro cuyo misterio era el olfato de gol y una factura el¨¢stica cuyo secreto era la naturalidad. A fuerza de sentir el juego, Pedja hab¨ªa logrado integrar todos sus recursos art¨ªsticos en la trabaz¨®n de la carrera. Concebidos por ¨¦l, un quiebro, un toque o un disparo no parecer¨ªan sino un reflejo de las dos expresiones m¨¢s antiguas del talento:. el arte de perseguir y el arte de escapar.
Un d¨ªa se extendi¨® la noticia de que su hijo ten¨ªa graves problemas de salud y luego el rumor de que Pedja hab¨ªa entrado en una crisis de abatimiento. Silenciosamente, la ciudad se puso de su parte decidida a arroparle en las peque?as incidencias de la vida diaria. Como si de un pacto t¨¢cito se tratara, las gentes se confabularon para hacerle olvidar su problema; en justa correspondencia, apasionadamente, ¨¦l se encarg¨® de hacer olvidar a Lubo.
Gracias al doble esfuerzo, parece que Pedja ha logrado convencerse de que la historia contin¨²a. Ello nos da derecho a esperar con impaciencia su pr¨®ximo partido. Sabemos que en cualquier momento recibir¨¢ el bal¨®n; lo amansar¨¢ con un breve gesto de saludo; para darle velocidad har¨¢ coincidir su primer toque con su primer paso; le transmitir¨¢ su propio ritmo card¨ªaco y, suavemente, como el gato mont¨¦s explora el paisaje, conseguir¨¢ transformar un gui?o en un gol. Volver¨¢ a ingeniar la finta inmaculada.
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