La herencia de Cervantes
En su bello y emotivo discurso de recepci¨®n del Premio Cervantes, Miguel Delibes, tras rendir homenaje al autor del Qu¨ªjote, confesaba la imposibilidad de ser su disc¨ªpulo: Cervantes, dec¨ªa, no admite imitadores. Esto es sin duda cierto: Lope de Vega los tuvo por centenas y hasta escribi¨® un Arte nuevo de hacer novelas, sin acrecentar con ello la n¨®mina de las que puedan hoy ser le¨ªdas. Cervantes, "raro inventor", no consiente tal descendencia prol¨ªfera. Pero Delibes elud¨ªa con todo la existencia, real y bien real, de los relectores fecundos: aquellos a los que la experiencia del Quijote -de las infinitas-posibilidades de juego abiertas por la novela- cambi¨® radicalmente su percepci¨®n de la literatura y del mundo.Junto al lector que podr¨ªamos denominar ordinario, cautivo de las aventuras de Alonso Quijano, esto es, del hidalgo manchego enloquecido por sus lectura existe otro, el fecundado por esa "vitalidad contagiosa" de la que hablaba Am¨¦rico Castro, pose¨ªdo a su vez, como Cervantes, del poder asombroso de la literatura. El primero, aunque haya le¨ªdo el Quijote, act¨²a -si es escritor- como ajeno a esta experiencia: lo cita quiz¨¢s entre sus libros de cabecera, pero nada en su que hacer literario revela el contagio sufrido. El segundo, tras vivir intensamente la aventura de la lectura a la que convida Cervantes, se lanza a su vez a la aventura de la escritura para descubrir a la postre que cervantea sin saberlo y explora el ins¨®lito campo de juego recorrido por el maestro. No es un simple lector de, la obra ni tampoco su disc¨ªpulo: integra la f¨¦rtil constelaci¨®n literaria de los contaminados por su vitalidad creadora que, dispersos en el espacio y el tiempo, configuran no-obstante la novela europea.
Aprovechar o no la lectura y relectura de Cervantes deslinda, as¨ª el campo liter¨¢rio de nuestra ¨¦poca. Muchos son los llamados por la literatura; pocos los que la escogen a ciencia y con ciencia. La distinci¨®n entre el texto literario y el producto editorial es una de las primeras y m¨¢s decisivas ense?anzas del asimilador del Quijote. El lector atento de ¨¦ste y de la pl¨¦yade de textos "polinizados" por ¨¦l, ?puede apostar por la novela f¨¢cil y el- ¨¦xito de ventas? Sinceramente, pienso que no. Como se dice de los sacr¨¢mentos de la Iglesia, la lectura del Quijote, Tristram Shand y Jacques el fatalista, Bouvard y P¨¦cuchet, etc¨¦tera, imprime car¨¢cter. Ning¨²n escritor que cale y se embeba en ellas puede salir inc¨®lume. La facultad contaminadora del Quijote es la de la literatura. La hallamos en las obras que he mencionado y en las grandes creaciones que las pyecedieron.
Despu¨¦s de siglos de incitativa improvisaci¨®n, Cervantes se enfrentaba a la encrucijada de los "g¨¦neros". L¨®s modelos literarios r¨¦naceritistas, sobreimpuestos a veces a las corrientes tem¨¢ticas medievales, hab¨ªan cristalizado en hormas. Los autores del siglo. XVI se limitaban a introducir en ellas, como hoy, un material de relleno: novela de caballer¨ªa, novela pastoril, novela bizantina, novela picaresca... Cada g¨¦nero determinaba el argumento e impon¨ªa su propio veros¨ªmil. Autores agudos como Lope advirtieron dicha servidumbre y se distanciaron de ella. Pero s¨®lo Cervantes. tuvo la audacia y genio de arremeter con los distintos veros¨ªmiles literarios, derrib¨¢ndolos, entremezcl¨¢ndolos, arriuin¨¢ndolos con sus detritus y para erigir restos su obra maestra. Su esfuerzo liberador marca el futuro, inaugura la modernidad novelesca. la recuperaci¨®n de la gozosa atm¨®sfera medie val en la que el creador segu¨ªa la br¨²jula de su inventiva, sin trabas ni reglas de ninguna clase. Obras como el Libro de buen amor, La lozana andaluza o Gargant¨²a y Pantagruel son el fruto jugoso de esa disponibilidad omn¨ªmoda. Juan Ruiz, Delicado y Rabelais establecieron las normas de su propio juego, barajaron idiomas y dialectos, invirtieron las jerarqu¨ªas entronizadas, desacralizaron lo encumbrado y solemne. En un ensayo reciente, el cr¨ªtico catal¨¢n Juli¨¢ Guillamon reproduc¨ªa unas frases de Federico Fellini en las que el gran director expresaba su nostalgia de no haber nacido medio siglo antes, cuando el cine no hab¨ªa fijado a¨²n sus c¨¢nones y un creador como Chaplin pod¨ªa repentizar a sus anchas. A falta de ello, a?ad¨ªa, sus filmes eran una tentativa de volver al reino primordial de la improvisaci¨®n e inocencia, una lucha incesante con las convenciones y obst¨¢culos que restring¨ªan su impulso inventor. Tanto Fellini c¨®mo Cervantes realizaron su obra a contrapelo de la ¨¦poca, pasada la edad de oro de Chaplin y la de que el Libro del Arc¨ªpreste pod¨ªa hablar en primera persona o Delicado dialogar con sus personajes y recibir propuestas amorosas de la Lozana. El Quijote, como Amarcord y E la nave va, es un continuo juego de rupturas con el campo acotado de los g¨¦neros, una destrucci¨®n legitimadora que se afirma en cuanto excepci¨®n,
Esta es la gran lecci¨®n de Cervantes y de quienes tras ¨¦l sintieron la necesidad de romper la camisa de fuerza que les oprim¨ªa -de Diderot y Sterrie al pu?ado de autores que cervantean hoy-: acceder al la literatqra a partir de la anomal¨ªa, situarse deliberadamente al margen de modas, corrientes y g¨¦neros. El acta de nacimiento del escritor, hab¨ªa observado Barthes, es su proceso a la literatura: la decisi¨®n de poner en tela de juicio las formas convencionales en las que cuaja. No se trata tan s¨®lo, de. la imposibilidad de escribir la Marquise sortit ¨¢ cinq heures sino de redactar s¨¢banas impresas con di¨¢logos "naturalistas", y en realidad socorridos hasta la m¨¦dula -esos, guiones, preguntas, respuestas, los consabidos "dijo", "repuso", "suspir¨®.", "murmur¨®", etc¨¦tera- que componen las novelas al uso y contra las que hoy se rebelar¨ªa sin duda feroz y alborozadamente el transcriptor de Cide Harrime Benengeli.
El dilema de Cervantes y de toda la familia felizmente contaminada por ¨¦l- es el de c¨®mo recobrar la libertad de inventiva, coartada por el peso de las convenciones y c¨¢nones. Lo que para una mayor¨ªa de escritores contempor¨¢neos aparece como el marco. natural de la novela o relato, para aqu¨¦llos es el prototipo mismo del lugar com¨²n, reiterado y postizo. Mientras los primeros lo perciben como algo vigente y vivo, los segundos lo rechazan como un fardo pl¨²mbeo e insoportable. Bajo este concepto, y por tomar un ejemplo alejado de nosotros, cabe decir que Thomas Mann es un magn¨ªfico novelista alem¨¢n del siglo XIX. Arno Schrnidt o Bernhard -cito tan s¨®lo a autores muertos- pertenecen en cambio a este convulso y fascinador final de milenio: encarnan la modernidad.
El signo diferencial entre unos y otros lo marcan la emulaci¨®n y a?oranza. Emulaci¨®n, voluntaria, o no, con la empresa singular de Cervantes. A?oranza del mundo inocente, desmesurado y lib¨¦rrimo de Rabelais (Fellini, a su manera, deseaba ser, . . contempor¨¢neo cinernatogr¨¢fico del creador de Gargant¨²a y, para ello, segu¨ªa la pauta iniciada por Cervantes). La cr¨ªtica m¨¢s certera de nuestro siglo lo entendi¨® asi, primero con Shklovski y luego con Baj¨²n. Carlos Fuentes hablaba hace alg¨²n tiempo de la existencia de dos ¨®rdenes d¨¦ novela: el delimitado por Forster y el ahondado por Baj¨²n. Ambos son desde luego v¨¢lidos, pero la adhesi¨®n exclusiva a las normas del primero impide juzgar con un minimo d¨¦ rigor las obras surgidas en el ¨¢mbito del segundo. No hay, que pedirle peras al olmo ni descalificar al peral por sus frutos.
?Con todo, la ejemplaridad de Cervantes no se ci?e al campo. estrictamente literario: desborda tambi¨¦n en el orden moral en virtud de su rumbo se?ero en el "aguachirle" (G¨®ngora d¨ªx¨ªt) de los medios literarios y art¨ªsticos. Hoy, cuando la busca desenfrenada del aplauso f¨¢cil y ¨¦xito de, ventas, de la conquista de parcelas de poder medi¨¢tico y recompensas y lauros del gremio oficial rebajan el nivel y desbaratan la empresa inicial de bastantes escritores de fuste en Espa?a y fuera de ella, ser¨ªa oportuno recordar que el tocado o pose¨ªdo de la gracia o insania de la escritura deber¨ªa cultivar una prudente y sana desconfianza respecto de sus coet¨¢neos: vivir y actuar en solitario, sin sucumbir al halago ni sufrir de la indiferencia ni hostilidad.La peculiar situaci¨®n del autor del Qujote en el mundo literario de. su tiempo revela en efecto, como muestra magistralmente Francisco M¨¢rquez Villa-. nueva en sus recientes Trabajos y d¨ªas cervantinos, su neta renuncia a toda estrategia profesional y mundana en favor de una senda propia, aislada e independiente: "Cervantes no hizo gran caso de la cr¨ªtica oficial de su momento (a no ser que se tratara de fastidiar Con ella a Lope)... Contribuy¨® con ello a que suscontempor¨¢neos le consideraran una figura secundaria, en un injusto papel que acept¨® asumir, incorruptible, con el hero¨ªsmo sin aspavientos que racionaliza su Viaje del Parnaso. No le preocupo ejercer (tampoco, lo habr¨ªan dejado) ninguna dictadura ni cacicato, harto satisfecho e¨®n saberse el gran perro viejo de la literatura de su tiempo, que era lo que de veras le interesaba y lo que nadie pod¨ªa quitarle"
?Perro viejo de la literatura!
La imagen es soberbia y cifra. en su precisi¨®n la meta asc¨¦tica, dif¨ªcil pero asequible, del apasionado de la novela, contagiado a trav¨¦s de los siglos por la fecunda aventura creadora y temple moral de Cervantes.
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