Claroscuros
Por muchos elogios que hayan merecido su entereza ante la prolongada enfermedad y su voluntad ole servicio al Estado durante la misma, lo cierto es que el balance de la carrera pol¨ªtica de Fran?ois Mitterrand encaja mal con el sesgo hagiogr¨¢fico de los solemnes comentarios oficiales. Eso s¨ª, nadie puede negarle una contribuci¨®n esencial a la consolidaci¨®n de la democracia en Francia, resolviendo de una vez el contraste entre la tradici¨®n republicana y la bonapartista.Fue Mitterrand que censurara el "golpe de Estado permanente" del primer gaullismo quien en la etapa de la cohabitaci¨®n con Chirac normaliz¨® el funcionamiento de la V Rep¨²blica al sancionar el respeto presidencial ante una mayor¨ªa parlamentaria adversa. El intenso nivel ole confrontaci¨®n entre presidente y primer ministro subray¨® a¨²n m¨¢s el ¨¦xito de una convivencia juzgada de antemano como inviable.
Mitterrand habl¨® alguna vez de la historia como una larga y trabajosa construcci¨®n de la libertad. ?sa fue la orientaci¨®n que hab¨ªa de prevalecer en una trayectoria pol¨ªtica salpicada de zonas de sombra, y no s¨®lo por sus ramalazos ultraderechistas hasta 1942. Tales zigzags pudieron apreciarse en momentos posteriores, acentuados incluso por una inseguridad ideol¨®gica encubierta ¨²nicamente durante d¨¦cadas por el sentido de la oportunidad y la voluntad de poder.
La incompetencia de Mitterrand en temas econ¨®micos fue siempre notoria y ello le condujo tanto a la oscilaci¨®n pendular entre la determinaci¨®n estrictamente ideol¨®gica y el puro oportunismo como a unas estimaciones aparatosamente err¨®neas de la realidad (as¨ª, todav¨ªa a fines de 1980 hablaba positivamente de las experiencias yugoslava y rumana). Cuando en los ¨²ltimos a?os fue perdiendo facultades, el vaiv¨¦n alcanz¨® un recorrido m¨¢ximo. Las iniciativas valiosas, tales como la visita a la Sarajevo sitiada, alternaban con desprop¨®sitos del calibre de su capitulaci¨®n ante el golpe restaurador en la URSS de agosto de 1991, en espectacular contraste con la reacci¨®n de otros dirigentes democr¨¢ticos m¨¢s l¨²cidos (para el caso que nos ocupa, el mismo Felipe Gonz¨¢lez).
Personalmente, era un hombre glacial, mayest¨¢tico incluso antes de acceder a la presidencia de la Rep¨²blica, que respiraba por todos los poros seguridad en s¨ª mismo, pero su maestr¨ªa pol¨ªtica se expres¨® antes en la capacidad de iniciativa y en el desgaste "florentino" del adversario -fuera ¨¦ste Chirac o Rocard- que en una gesti¨®n eficaz a medio plazo. De ah¨ª, el fracaso de su partido en 1986 y 1993 a pesar de sus logros pol¨ªticos exteriores -en la citada conciliaci¨®n constitucional, en la construcci¨®n europea-, dejando de nuevo a la socialdemocracia francesa en el punto cero al final de su segundo septenato. En relaci¨®n a Espa?a, su incidencia sobre el socialismo espa?ol fue escasa, a pesar de unas cordiales relaciones con Gonz¨¢lez en el periodo de coincidencia de ambos en el poder que borraron un notable distanciamiento anterior. Hasta 1981 era mucho mayor el atractivo ejercido sobre nuestros socialistas por Rocard y, aun en v¨ªsperas de la presidencia lograda, ¨¦stos procuraban distanciarse de las iniciativas de quien parec¨ªa un viejo perdedor, propicio por lo dem¨¢s a mantener relaciones cordiales con el comunismo dentro de una uni¨®n de la izquierda poco apetecible para Gonz¨¢lez y Guerra.
Quiz¨¢s no se daban cuenta de que la alianza dise?ada por Mitterrand era el mejor camino para reducir al Partido Comunista Franc¨¦s a una posici¨®n definitivamente subalterna.
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