Tiempo muerto en Ruanda
Veinte meses despu¨¦s del genocidio, la posguerra ruandesa no es m¨¢s que una fr¨¢gil tregua entre hutus y tutsis
Ruanda es hoy un cementerio de 26.000 kil¨®metros cuadrados. La hierba que ha crecido sobre el mill¨®n de cad¨¢veres del genocidio de 1994, amontonados en fosas comunes sin l¨¢pidas junto a iglesias, escuelas y hospitales, es el s¨ªmbolo de la fr¨¢gil normalidad que cubre como un velo mortuorio el reprimido, pero no desactivado, odio ¨¦tnico entre la mayor¨ªa, hutu y la minor¨ªa tutsi, ahora en el poder.En la capital, Kigali, los rastros de la guerra civil pasan inadvertidos bajo la intensa actividad econ¨®mica del renacimiento que sucede al desastre. Las carreteras, buenas, salieron ilesas de la guerra. Funcionan los tel¨¦fonos, el agua y la luz. Se multiplican las gasolineras y tiendas de recambios estimuladas por la flota de veh¨ªculos de las ONG (organizaciones no gubernamentales), las embajadas extranjeras y la ONU. Los ni?os mendigos y los vendedores callejeros controlan las grises aceras de Kigali, y los centros de poder urbanos, los tutsis regresados de los sucesivos exilios de 1959, 1973 y 1994.
Los comercios est¨¢n llenos de art¨ªculos importados. Sus desorbitados precios son indicio de la alta densidad de occidentales, entre funcionarios, observadores militares y cooperantes, que en estos d¨ªas de reconstrucci¨®n intentan ganarse influencias en la "Suiza de ?frica", sobrenombre que le pusieron a Ruanda por su paisaje monta?oso y el buen orden con que sus habitantes han administrado siempre su inmensa pobreza. El Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR), a la cabeza de un inestable Gobierno de composici¨®n mixta hutu-tutsi regido por los segundos, comparte todav¨ªa el poder con esos musungus (blancos). Por eso esperan con impaciencia que el 19 de abril salga el ¨²ltimo casco azul de los simb¨®licos 1.400.que la ONU tiene desplegados todav¨ªa.
Este frenes¨ª de pa¨ªs resucitado est¨¢ induciendo a muchos optimistas a pensar que la guerra se ha acabado, cuando lo cierto es que la tranquilidad s¨®lo existe en Kigali y las ciudades, mientras que en las fronteras con Burundi y Zaire, donde viven los militares y milicianos derrotados del anterior Gobierno hutu, se suceden rec¨ªprocos ataques, brotan minas como setas, las selvas se llenan de francotiradores infiltrados e incluso extremistas hutus se atreven a distribuir propaganda en territorio ruand¨¦s. Y todo al tiempo que religiosos europeos, entre ellos los espa?oles, y pol¨ªticos y militares hutus recientemente dimitidos denuncian que, desde la subida al poder del FPR, han muerto decenas de miles de personas en otro genocidio m¨¢s sutil de revancha, por medio de desapariciones nocturnas y la lenta agon¨ªa indiscriminada de la c¨¢rcel.
Entre un 1,5 y 2 millones de tutsis han regresado de un exilio de hasta 35 a?os en Uganda, Zaire, Tanzania, Burundi o Kenia para llenar el hueco demogr¨¢fico que dejaron las v¨ªctimas de las matanzas. Ahora viven una especie de belle ¨¦poque, degustando el poder del que estuvieron privados desde la independencia de B¨¦lgica en 1962. Ese a?o, la mayor¨ªa hutu, sometida durante siglos al papel de subordinada de la aristocracia tutsi, consigui¨® imponerse y como venganza institucionaliz¨® al rev¨¦s la discriminaci¨®n de anta?o que alemanes y belgas hab¨ªan fomentado por aquello del "divide y vencer¨¢s".
La voz cantante, en ingl¨¦s, del Gobierno de salvaci¨®n nacional es la del ministro de Defensa, Paul Kagame. Educado en Estados Unidos, enemigo de todo lo franc¨¦s, ganador de la guerra civil con el FPR, ¨¦l es el hombre duro del r¨¦gimen. El presidente Pasteur Bizimungu, hutul es un t¨ªtere civil al servicio del discurso oficial de reconciliaci¨®n. In¨²til, porque la realidad es que Ruanda, como su hermana Burundi, sigue dividida por la memoria de las matanzas ¨¦tnicas rec¨ªprocas. El t¨ªmido mestizaje de antes del genocidio entre tutsis (altos, delgados, de facciones finas) y hutus (m¨¢s bajos y gruesos, de nariz chata) se ha frenado en seco, y con ¨¦l una de las v¨ªas para la paz.
Ruanda est¨¢ tomada palmo a palmo por los 50.000 imberbes y muy motivados soldados (en gran parte venidos de Uganda) del cada vez mejor armado y entrenado Ej¨¦rcito Patri¨®tico Ruand¨¦s (EPR), de mayor¨ªa tutsi. Kagame asegura que, ante ¨¦l, una eventual ofensiva del lado de Zaire se estrellar¨ªa de cabeza. Su seguridad se debe en parte a que cuenta con Estados Unidos como nuevo padrino, en sustituci¨®n de Francia y B¨¦lgica, tutores del antiguo Gobierno hutu de Habyarimana y hoy ca¨ªdos en desgracia. El franc¨¦s, idioma oficial en el antiguo r¨¦gimen casi ha perdido ya la batalla frente al ingl¨¦s importado por los anglohablantes tutsis retornados del exilio.
Estados Unidos sabe que en r¨ªo revuelto se pesca muy bien, y ha tendido sus redes desde la base militar que de hecho es Uganda, su ni?a mimada de ?frica. Se sabe que, algunos de los jefes de seguridad de organismos de la ONU en Kigali son ex agentes de la CIA, como tambi¨¦n se dice que el Gobierno ruand¨¦s est¨¢ asesorado por consejeros estadounidenses. Utilizando la cooperacion como sutil m¨¦todo de dominaci¨®n, alemanes y japoneses son los siguientes en meter cabeza. A nadie se le escapa que Ruanda, adem¨¢s de pobre y monta?osa, es una estaci¨®n de servicio entre cuatro pa¨ªses. Entre ellos, el riqu¨ªsimo Zaire, junio al que conviene estar para cuando estalle su descompuesta situaci¨®n pol¨ªtica actual.
El conflicto entre impunidad y arbitrariedad sigue rompiendo al pa¨ªs. Con tal de que los autores del genocidio no es capen impunes, se est¨¢ encarcelando, indiscriminadamente a miles de personas sin derecho a defenderse. "Si los- franceses todav¨ªa juzgan a nazis despu¨¦s de 50 a?os, ?c¨®mo pretenden que nos olvidemos del exterminio s¨®lo dos a?os despu¨¦s?", se queja Prisika, una escritora tutsi, criticando las prisas internacionales por dar carpetazo a un asunto inmemorial. Pero es que al ritmo actual los 60.000 prisioneros, muchos de ellos ni?os, acusados del genocidio no saldr¨¢n en un siglo de las c¨¢rceles. Un ejemplo: el Juzgado de Instrucci¨®n de Butare, donde hay jueces que no estudiaron la carrera de Derecho, no ha celebrado un solo juicio todav¨ªa. Hay presos que costean con su propio dinero los gastos de la instrucci¨®n. El tribunal internacional montado por la ONU en Arusha (Tanzania) hace un mes mantiene todav¨ªa -en secreto- la lista de 300 cerebros del genocidio que pretende enjuiciar.
Entre su mill¨®n de problemas, uno de los m¨¢s graves de Ruanda es ser el pa¨ªs m¨¢s densamente poblado de Africa (250 personas por kil¨®metro cuadrado), que en cuatro d¨¦cadas se hayan triplicado sus habitantes y en ese tiempo dividido por cuatro el terreno cultivable a que tocan por familia, apenas 500 metros cuadrados para subsistir. No hay sitio para todos y menos para 6,5 millones de personas que se odian, 8,5 millones contando los refugiados fuera. Por eso, la batalla ¨¦tnica es una batalla demogr¨¢fica en la que la minor¨ªa tutsi busca reducir las diferencias con la mayor¨ªa hutu (84% y 15% seg¨²n el anterior Gobierno) o hacerlas irrelevantes diciendo que todos son ruandeses.
A las autoridades tutsis les interesa que el animado retorno de los dos millones de refugiados hutus se produzca con cuentagotas, para absorberlos mejor. A nadie inquietan, por ejemplo, los 540 campesinos harapientos e incultos que la semana pasada llegaron a Ruanda desde el campo de refugiados burund¨¦s de Magara, revueltos en los camiones del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) con sus cabras, sus enseres y los sacos de v¨ªveres para un mes que les dieron como regalo de bienvenida. En cambio, se hostiga a los intelectuales hutus que vuelven, a los que s¨ª se considera competencia de poder.
El desconocimiento mutuo entre los refugiados hutus en el exterior y el Gobierno tutsi en el interior est¨¢ creando monstruos. "All¨ª no saben que aqu¨ª la mayor¨ªa quiere el di¨¢logo", dice en Goma (Zaire) el cura Edouard Ntaliye. "All¨ª no saben que aqu¨ª el Gobierno no quiere venganzas", asegura del otro lado de la frontera Fran?ois Rugerinyange, del Ministerio de Rehabilitaci¨®n. Con estos sensatos ya queda menos para la paz: nada menos que superar el abismo de rencor que separa a los ruandeses y el dolor del mill¨®n de muertos que yacen en el fondo.
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