La Pintana y Vargas Llosa
Querido Mario Vargas Llosa; recordar¨¢s que hace un a?o, en Aix-en-Provence, te comentaba de cierta ocasi¨®n en que, por hablar con la apasionada admiraci¨®n que siempre me suscita tu obra, soport¨¦ un ba?o de huevos y tomates en la Universidad de Hamburgo. Aquel ba?o inici¨¢tico me confirm¨® que, si bien es cierto que no comparto tus opiniones pol¨ªticas, tambi¨¦n lo es que estoy dispuesto a soportar los innobles ba?os que sean necesarios con tal de defender tu derecho a expresarlas. Pero ocurre que tambi¨¦n defiendo el derecho de expresi¨®n de aquellos que no cuentan con los medios para hacerlo, por ejemplo, los habitantes de La Pintana, barrio de Santiago del que casualmente y a mucha honra provengo. Y como la ¨²nica limitaci¨®n que debe respetar la libertad de expresi¨®n es aquella determinada por la veracidad de nuestras afirmaciones, es que quiero hacerte algunas precisiones, y que, se refieren a tu Piedra de toque publicada el domingo 14 de enero.
1. El barrio de La Pintana no "naci¨® con un acto de fuerza y en plena dictadura". Sus or¨ªgenes, o su g¨¦nesis, se remontan a comienzos de siglo, cuando, luego de la gran crisis del norte salitrero, se trasladan a Santiago cerca de medio mill¨®n de obreros desempleados, en el que fuera uno de los m¨¢s violentos y dram¨¢ticos procesos migratorios que conoce la historia latinoamericana. Violento, porque aquellos obreros que entre 1903 y 1907 pagaron con m¨¢s de siete mil muertos -asesinados por el Ej¨¦rcito chileno- la riqueza que gener¨® el salitre fueron expulsados por el hambre y la sed del desierto de Atacama. El capitalismo, una vez que consider¨® no rentables las explotaciones salitreras, simplemente los abandon¨® a su suer te. Y dram¨¢tico, porque esos quinientos mil seres humanos llegaron a una ciudad, Santiago, que no ten¨ªa c¨®mo recibirlos.
Por fortuna, esos quinientos mil no iban solos. Con ellos llevaban algo que no se puede medir en t¨¦rminos de mercadotecnia, y, se llama capacidad de resistencia, de organizaci¨®n, optimismo, sed de vida, es decir, cultura de clase. Con ellos nacieron numerosos barrios que empezaron a cambiar la fisonom¨ªa de Santiago y la cultura misma de la gran ciudad. Naci¨®, por ejemplo, el barrio de La Chimba, en un lugar al norte del r¨ªo Mapocho, que de cero habitantes pas¨® a tener doscientos mil, los que no s¨®lo se preocuparon de solucionar sin apoyo estatal sus problemas de vivienda, sino que tambi¨¦n, por ejemplo, fundaron la Universidad Popular Ferm¨ªn Vivaceta, instituci¨®n en la que se formaron generaciones de obreros gr¨¢ficos de todo el continente. Pero La Chimba, Cerro Navia, Cerro Blanco, fueron soluciones de emergencia que no llenaban las aspiraciones de calidad de vida de aquellos trabajadores.
El 26 de octubre de 1906, la C¨¢mara de Diputados de Chile expulsaba por segunda vez a un parlamentario llamado Luis Emilio Recabarren, obrero salitrero, y del que El Mercurio, peri¨®dico muy lejos de cualquier intenci¨®n de izquierda, escribi¨®: "Ese diputado por Antofagasta es uno de los pocos hombres en Chile que han llegado hasta el Congreso exclusivamente en virtud del voto popular, por la simple, libre y espont¨¢nea voluntad del elector. ?Puede haber en el Congreso de Chile un diputado m¨¢s leg¨ªtimamente elegido?". En su discurso de despedida, Recabarren dijo: "Se me acusa de traer la divisi¨®n de clases al Parlamento. Pues bien, yo represento a un conglomerado humano cuyas m¨¢ximas aspiraciones no son las riquezas de los due?os de las tierras o de las minas. Yo re presento a aquellos que quieren trabajar, producir, y tener una casa, un patio, un parr¨®n bajo el cual santificar dignamente los domingos". Los habitantes de La Chimba y otros barrios jam¨¢s dejaron de so?ar con una casa.
Algunos de ellos, de mineros pasan a ser peones de las vi?as que rodeaban Santiago, especialmente la parte sur de la ciudad, y es as¨ª que en 1916 cerca de cuarenta familias obtienen la autorizaci¨®n del due?o de la vi?a Concha y Toro para instalarse en los galpones destinados a la reparaci¨®n y pintado de los barriles. El lugar, en jerga campesina, se llamaba La Pintana.
2. La instalaci¨®n de los obreros en conventillos dio lugar a una innoble especulaci¨®n con los alquileres. Viv¨ªan en condiciones infrahumanas. Ricardo Latchman, en su Historia de la arqui tectura chilena, apunta: "La vida en los conventillos no pod¨ªa ser m¨¢s insalubre. De seis a diez personas representativas de tres generaciones compart¨ªan quince metros cuadrados, sin agua, sin alcantarillas, con una letrina para cada veinte o m¨¢s familias". Los Gobiernos intentan poner parches a la dram¨¢tica falta de vivienda construyendo algunas "poblaciones" que no dan abasto. Entonces se produce la primera "toma de terrenos" en un solar al sur de Santiago que pasa a llamarse "Campamento Herminda de la Victoria", en homenaje, a una mujer asesinada por la polic¨ªa en un intento de desalojo. Hoy se le conoce popularmente como "La Victoria", y fue irreductible para la dictadura. All¨ª nacieron las protestas populares que tanto contribuyeron al fin parcial de la dictadura y a la tambi¨¦n parcial recuperaci¨®n democr¨¢tica. All¨ª muri¨®, por ejemplo, entre otros 136 pobladores, el sacerdote belga Andr¨¦ Jarl¨¢n, muerto por una bala que lo atraves¨® y finalmente se incrust¨® en el evangelio que en ese momento le¨ªa. Cualquiera puede visitar esa poblaci¨®n y palpar el libro perforado. Tambi¨¦n hasta La Pintana llegaron gentes que so?aban con el derecho de habitar una vivienda digna, y entre 1962 y 1970, su poblaci¨®n crece de tal manera que alcanza la categor¨ªa de municipio reconocido. Su primer alcalde se llam¨® Pascual Barraza y era militante comunista.
3. Afirmar que en La Pintana "no hay moscas, ni basuras, ni pestilencia porque una compa?¨ªa privada que gan¨® la licitaci¨®n convocada por el municipio recoge a diario los desperdicios callejeros de todo el distrito", no es s¨®lo un insulto a la dignidad de los que ah¨ª viven, sino tambi¨¦n un lamentable pecado de desinformaci¨®n. Cuando ocurr¨ªa una toma de terrenos, la primera respuesta de los Gobiernos era la represi¨®n y el aislamiento. Hasta el Gobierno de Allende incurri¨® en el mismo error en La Hermida. Pero la respuesta de los pobladores era m¨²ltiple, y adem¨¢s de defender, los terru?os, lo primero que organizaban eran los servicios de limpieza, salubridad y educaci¨®n, que siempre funcionaban ejemplarmente, porque los pobres no son productos de malformaciones gen¨¦ticas conducentes al cretinismo, sino v¨ªctimas de un orden injusto y del que quieren librarse. Podr¨ªas haber visitado La Victoria, queda m¨¢s cerca del centro de Santiago que La Pintana. Hubieras visto el mismo orden y la misma limpieza, y habr¨ªas conocido la historia de ese conglomerado humano contada con el leg¨ªtimo orgullo de los insurrectos.
4. El gran problema de los chilenos no es la posibilidad del naufragio del "modelo chileno", sino la gran laguna mental y emotiva que intentan imponerles escamote¨¢ndoles la historia, su historia, que quieren conocer con todo su rigor. Ignoro de d¨®nde sacas eso de que "el Ej¨¦rcito, en una sincronizada operaci¨®n, rode¨® un amanecer todos los descampados y terrenos de la ciudad invadidos por migrantes del interior, y traslad¨® a ¨¦stos al lugar que ahora ocupan, el que sigui¨® creciendo en los a?os siguientes hasta alcanzar su conformaci¨®n actual". Eso es simplemente falso. Nunca el Ej¨¦rcito rode¨® todos los descampados. El simple intento de entrar a La Pincoya, al campamento Veintis¨¦is de Enero, a La Victoria, a La Legua, hubiera significado un enfrentamiento con un saldo demasiado alto de v¨ªctimas civiles y militares. Tampoco es cierto que se trataba de terrenos , invadidos por migrantes del interior. Los ocupantes de esos solares eran mayoritariamente gentes de Santiago que no ten¨ªan d¨®nde vivir.
5. Todo esto, querido y admirado Mario, es recuperaci¨®n de la historia. Es negarse a aceptar la amnesia como raz¨®n de Estado. Es decir no al olvido por decreto del capital.
Aprecio y agradezco tu inter¨¦s y preocupaci¨®n por esa urgente necesidad de "bregar con el pasado inmediato" que caracteriza al Chile de hoy, pero la ¨²nica manera digna y eficaz de hacerlo es reconociendo la historia tal como fue. Las v¨ªctimas de la dictadura no han pedido ni piden venganza. Piden justicia. Piden el ejercicio de un valor absoluto que no puede ser relativizado en funci¨®n de un pretendido ¨¦xito econ¨®mico. T¨² sugieres que Chile muestre la "misma audacia y resoluci¨®n que mostr¨® Espa?a". Estoy de acuerdo. Y es m¨¢s: propongo que Chile, para arreglar definitivamente cuentas con su pasado, muestre la misma audacia y resoluci¨®n que hoy muestra Espa?a al investigar a los responsables del terrorismo de Estado. No hay nada m¨¢s audaz que enfrentarse a toda la verdad. Finalmente, creo que todav¨ªa es v¨¢lido pensar que s¨®lo los pueblos que conocen a fondo su historia no vuelven a incurrir en sus mismos errores.
es escritor chileno.
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