Noticias de los nadies
Hasta hace 20 o 30 a?os, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaban las izquierdas, lo admit¨ªa el centro, rara vez lo negaban las derechas. Mucho han cambiado los tiempos en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece o, simplemente, es un modo de expresi¨®n del orden natural de las cosas. La pobreza puede merecer l¨¢stima, pero ya no provoca indignaci¨®n: hay pobres por ley de juego o fatalidad del destino.El c¨®digo moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.
Hace unos meses, Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribi¨® un largo arrepentimiento p¨²blico. Su libro In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mat¨® a tres millones de vietnamitas y a 58.000 norteamericanos, fue un error porque no se pod¨ªa ganar, y no porque fuera injusta. El pecado est¨¢ en la derrota, no en la injusticia.
Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los eres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella est¨¢ en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biol¨®gico o quiz¨¢ zool¨®gico de un submundo que as¨ª. es porque as¨ª ha sido y as¨ª seguir¨¢ siendo.
Mientras McNamara publicaba su, libro sobre Vietnam, dos pa¨ªses latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepci¨®n, la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica norteamericana.
Un coronel del Ej¨¦rcito de Guatemala fue acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hac¨ªa unos cuantos a?os, se revel¨®, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de comunicaci¨®n, que difundieron bastante informaci¨®n sobre el escandaloso asunto,, prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y poniendo y sacando Gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel a?o, la CIA organiz¨®, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que volte¨® al Gobierno democr¨¢tico de Jacobo Arbenz. El ba?o de sangre que Guatemala viene sufriendo desde entonces ha sido siempre considerado natural, y raras veces ha llamado la atenci¨®n de las f¨¢bricas de opini¨®n p¨²blica. No menos de 100.000 vidas humanas han sido sacrificadas, pero ¨¦sas han sido vidas guatemaltecas y, en su mayor¨ªa, para cohno del desprecio, vidas ind¨ªgenas.
Al mismo tiempo que revelaban lo del coronel en Guatemala, los medios informaron de que dos altos oficiales de la dictadura de Pinochet hab¨ªan sido condenados a prisi¨®n en Chile. El asesinato de Oswaldo Letelier constitu¨ªa una excepci¨®n a la norma de la impunidad, y este detalle no fue mencionado. Impunemente hab¨ªan cometido muchos otros cr¨ªmenes los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboraci¨®n confesa del presidente Nixon. Letelier hab¨ªa sido asesinado, con su secretaria norteamericana, en la ciudad de Washington? ?Qu¨¦ hubiera ocurrido si hubiera ca¨ªdo en Santiago de Chile o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ?Qu¨¦ ocurri¨® con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su esposa, tambi¨¦n chilena, en Buenos Aires, en 1970
Autom¨®viles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analg¨¦sicos m¨¢gicos: a trav¨¦s de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al p¨²blico consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisi¨®n cuela im¨¢genes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen m¨¢s que destacar el car¨¢cter paradisiaco de las- ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia, esas im¨¢genes vienen de Africa. El hambre africana se exhibe como una cat¨¢strofe natural, y las guerras africanas no enfrentan a etnias, pueblos o regiones, sino a tribus, y no son m¨¢s que cosas de negros. Las im¨¢genes del hambre jam¨¢s aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jam¨¢s se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales que ayer desangraron ?frica a trav¨¦s de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio y hoy perpet¨²an la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imagenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas que han desgarrado ?frica en m¨¢s de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el Norte venden las armas para que el Sur haga las guerras. Durante la guerra de Ruanda, que brind¨® las m¨¢s atroces im¨¢genes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se escuch¨® en la tele la menor referencia a la responsabilidad de Alemania, B¨¦lgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales hab¨ªan contribuido sucesivamente a hacer a?icos la tradici¨®n de tolerancia entre los tutsis y los hutus, dos pueblos que hab¨ªan convivido pac¨ªficamente, durante varios siglos, antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.
Eduardo Galcano es escritor uruguayo.
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