Bajo el signo de Venus
En la angosta embocadura del metro de Ant¨®n Mart¨ªn, jirones de pancartas firmadas por HETAIRA, asociaci¨®n en defensa de las prostitutas, y claveles pisoteados en memoria de Araceli, una mujer de la calle, v¨ªctima de la violencia callejera y ciega que encanalla las noches de Madrid. Araceli, salvajemente golpeada y arrojada al vac¨ªo desde la barandilla del Metropolitano, termin¨® sus d¨ªas y sus noches a pocos metros del lugar donde ven¨ªan a morir, a veces a sanar, durante siglos, muchas de sus colegas en tan antiguo y sufrido oficio. Lleva esta falsa plaza, apenas un ensanche de la calle de Atocha, el nombre de un venerable hermano de la congregaci¨®n de San Juan de Dios, Ant¨®n Mart¨ªn, disc¨ªpulo y continuador de la obra del santo, que fund¨®, a mediados del siglo XVI, en este lugar el hospital de Nuestra Se?ora del Amor de Dios, para enfermedades ven¨¦reas y contagiosas. Un hospital, que como cuenta el cronista R¨¦pide, pronto hubo de cambiar de nombre, pues no era de recibo asociar, en tan penosas coyunturas, las infinitas bondades del amor divino con los cuantiosos males que acarrea el amor profano. Del hospital de Ant¨®n Mart¨ªn, que estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el presente siglo, no queda m¨¢s que el recuerdo, perdido tras la impersonal fachada de un templo reconstruido y rehabilitado hasta dejarlo irreconocible, un templo que trata de pasar inadvertido, y lo consigue, emparedado entre almacenes, puestos de mercado y ruidosas cervecer¨ªas, en el cogollo de este lugar oscuro, hist¨®rico y desolado de Madrid.Hay un designio soterrado que rige sobre la geograf¨ªa madrilefia, emanaci¨®n de una misteriosa y tel¨²rica deidad que no permite alteraciones profundas en el destino primigenio de algunos puntos claves de Madrid. Un f¨¢tum inexorable que se ceba especialmente con todas las criaturas de la noche, obligadas a vagar eternamente por las mismas calles y las mismas plazas, cruz¨¢ndose con los fantasmas de sus ancestros noct¨¢mbulos. El sexo mercenario recorre la misma ruta por los siglos de los siglos, desde los or¨ªgenes de la urbe, sin extraviarse por los cambios del decorado y de las placas de[ callejero. De la Cruz a la Ballesta, Desenga?o, Carretas y Montera, Echegaray, la Red de San Luis, y Ant¨®n Mart¨ªn, fin de trayecto.
La furtiva clientela de los sex shops de la calle de Atocha, vastos hipermercados del gadget y la pr¨®tesis, al servicio de fetichistas y voyeurs, ni sabe ni quiere saber nada sobre el pasado er¨®tico-hospitalario de la plaza. Las prostitutas que hacen su peligrosa carrera de la plaza de Benavente a ¨¦sta de Ant¨®n Mart¨ªn y aleda?os no se dejan impresionar por las piadosas advocaciones de las bocacalles adyacentes, ni siquiera por la de la Magdalena. Confluyen en este ensanche de Atocha las calles de la Magdalena, de Santa Isabel, del Amor de Dios y la de Le¨®n, que se interna en el barrio de las Huertas o de las Musas; aunque la esquina m¨¢s animada es la del pasaje Dor¨¦, inesperado homenaje al fant¨¢stico dibujante franc¨¦s, a cuenta del cercano cinemat¨®grafo que alberga hoy a la Filmoteca Nacional. En la esquina del pasaje Dor¨¦, Vi?as, "figura destacada en el so?ador mundo del perfume", seg¨²n reza uno de sus reclamos, mantiene reluciente la fachada de su comercio, si bien sus escaparates, salvo algunos testimoniales frascos de colonia, exhiben una impresionante colecci¨®n de cuchiller¨ªa: navajas cabriteras o de afeitar, machetes y estiletes, cuchillos de cocina y dem¨¢s utensilios afilados y punzantes ensamblados en art¨ªsticas composiciones. Pero lo que dota al comercio de su definitivo toque dada¨ªsta es la variada y nutrida colecci¨®n de placas met¨¢licas grabadas con rotundos e irresistibles mensajes publicitarios como el que afirma sibilinamente: "Las tijeras que hacen su felicidad. Algo m¨¢s arriba, en la misma calle de Atocha, una discreta y vetusta ferreter¨ªa, atendida por valetudinarios dependientes, nos trae de vuelta al costumbrismo m¨¢s castizo con un azule o que dice: "Este viejo escaparate lleva cien a?os viendo pasar al pueblo de Madrid". Un siglo que ha pasado como si tal cosa frente al comercio inmutable de Garc¨ªa. Ochandatay, que, en el singular batiburrillo que exhiben sus vitrinas, bien podr¨ªa guardar todav¨ªa parte del g¨¦nero adquirido para su inauguraci¨®n.
Las placas de V¨ª?as reciben seguramente m¨¢s atenci¨®n por parte del pueblo de Madrid que pasa frente al escaparate de Ochandatay que las otras placas, las que puso el Ayuntamiento para recordar que en Ant¨®n Mart¨ªn tuvo lugar la escaramuza que dio origen al mot¨ªn antieuropeizante y castizo de Esquilache, recortador de capas y sombreros, la que recuerda que aqu¨ª vivi¨® Bartolom¨¦ Carducho, pintor de la Corte de los Austrias, o la que rememora el estreno en el teatro Monumental, en diciembre de 1935, del segundo concierto de viol¨ªn de Prok¨®fiev.
La infrautilizaci¨®n del teatro Monumental, arrendado para sus ensayos y conciertos por la orquesta de RTVE, trae de cabeza al propietario, encargado y camarero de Los Cortaos, un caf¨¦ pareda?o que en las buenas temporadas musicales de este coliseo, famoso por sus cualidades ac¨²sticas, lleg¨® a emplear a cuatro personas detr¨¢s de la barra. Privados de la clientela de los conciertos diarios o semanales, cerraron o se transformaron en burgers, bancos o jamoner¨ªas muchos bares de la zona. Sin placa municipal alguna cerr¨® el Caf¨¦ de Zaragoza, donde lucharon los republicanos en el levantamiento de San Gil. Las reformas hicieron mella tambi¨¦n en la emblem¨¢tica fachada de la farmacia del Globo, y los nuevos vientos colocaron el cartel de se traspasa en el chisc¨®n de La Casa de las Gafas del ¨®ptico Arthaud. A cambio, se han abierto un videoclub y un supermercado chino, el Jia-Jia, que, junto a productos de primera necesidad, oferta a precios sin competencia licores orientales con lagarto incluido, cervezas ex¨®ticas, salsas y otros sabores del Extremo Oriente.
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