La victoria y la gloria
El general de brigada brit¨¢nico Shelford BridweIl escribi¨® certeramente que la guerra no se hace teniendo s¨®lamente en cuenta la posibilidad de obtener una victoria -t¨¦rmino que suele entenderse como un beneficio neto descontando las p¨¦rdidas y el costo- En su opini¨®n, tambi¨¦n cuenta la gloria. Pero enseguida precisa nuestro general que para conseguir esa gloria es necesario hacer la guerra de acuerdo con determinadas reglas, mediante la utilizaci¨®n exclusiva de ciertas armas consideradas honrosas, que deben ser empu?adas por soldados vestidos con trajes extra?os y frecuentemente poco pr¨¢cticos. Es f¨¢cil percibir en esta cita los ecos de esas leyes y usos de la guerrra, mencionados en el art¨ªculo 34 de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas -regla moral de la Instituci¨®n militar-, donde se prescribe desde el t¨ªtulo primero -v¨¦ase el art¨ªculo 7- que la consideraci¨®n y a¨²n -la honra del enemigo vencido son compatibles con la dureza de la guerra y est¨¢n dentro de la mejor tradici¨®n espa?ola.
Por contraste, frente a estos atavismos caballerescos resalta el deshonor unido a la guerra sucia que, fuera de esas normas, fue preconizada por algunos y aplaudida sin sonrojo en ciertos medios informativos como si se tratara de una panacea infalible para acabar con la suciedad y desesperaci¨®n del terrorismo. El empleo de semejantes procedimientos irregulares, cualquiera que haya sido su eficacia en otros pa¨ªses, nunca ha podido presentarse en t¨¦rminos gloriosos salvo entre gentes necesitadas de reclusi¨®n en los frenop¨¢ticos. Entre nosotros siempre han tenido m¨¢s prestigio actitudes como la reflejada en aquellos versos de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo: Enorgull¨¦cete de tu fracaso / que sugiere lo limpio de tu empresa / luz que alumbra en la noche / m¨¢s espesa hace la sombra / y m¨¢s durable acaso.
Bridwell se moviliza en apoyo de la tesis resumida al comienzo de estas l¨ªneas en su pr¨®logo al trabajo Sobre la psicolog¨ªa de la incompetencia militar, escrito por Norman F. Dixon, un oficial regular de los Royal Engineers que durante nueve a?os fue miembro del equipo dedicado a la desactivaci¨®n de explosivos. En ese texto aduce c¨®mo la bayoneta, el sable y la lanza fueron consideradas armas m¨¢s nobles que las de fuego y refiere el caso de un regimiento de la caballer¨ªa brit¨¢nica que, cuando a mediados del siglo XIX recibi¨® por vez primera en Su historia un cargamento de carabinas, las traslad¨® ceremoniosamente en carretillas y las arroj¨® al mont¨®n de esti¨¦rcol del establo. Recordar, en medio de la precampa?a que nos invade, estos pasajes tiene una pretensi¨®n tan modesta como la del servicio de socorro de Radio Nacional de Espa?a. Equivale a un ruego a las se?oras y los se?ores candidatos para que se pongan urgentemente en contacto con su domicilio familiar por causa c¨ªvica grave y para que se abstengan en lo sucesivo de envilecer el medio ambiente, donde han de permanecer confinados sus electores potenciales hasta el pr¨®ximo 2 de marzo, en que amanecer¨¢n aliviados, en jornada de reflexi¨®n, antes de acudir a las urnas.
Porque, seg¨²n estamos observando en las primeras escaramuzas de la campa?a electoral, cada uno de los partidos contendientes se empe?a con denuedo en ocupar posiciones morales con la misma contundencia que en la guerra militar se emplea para apoderarse de una posici¨®n geogr¨¢fica, que se prohibe al enemigo. Estamos as¨ª en esa fase estrat¨¦gica bajo la que se concibe la maniobra exterior, que pretende proporcionar a quienes se sirven de ella el m¨¢ximo de libertad de acci¨®n, paralizando al adversario con procedimientos que van desde el m¨¢s sutil al m¨¢s brutal, seg¨²n describi¨® en forma cartesiana el a?orado general Andr¨¦s Beaufre. Valgan algunos ejemplos. La pregunta de Gonz¨¢lez al auditorio de Sevilla sobre si imaginar¨ªan a su contrincante Aznar presidiendo Europa carece de estilo. En otras circunstancias hubiera sido un exabrupto de Guerra, pero en los d¨ªas que corren parece terminado el reparto de papeles en el PSOE. De la alcaldesa Celia Villalobos baste impugnar su desacertada alusi¨®n al miedo de los conejos. A Villalobos deber¨ªa quedarle claro para siempre que en el hemiciclo del Congreso, el 23-F, el ¨²nico deshonor fue el de Tejero, que volvi¨® las armas que se le hab¨ªan encomendado contra aqu¨¦llos a quienes hubiera debido defender. En cuanto a Anguita, sigue en el monte Tabor, pero le est¨¢n esperando a la bajada, cuando se haya despedido de Mois¨¦s y El¨ªas.
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