Las dos orillas de Getafe
La V¨ªa f¨¦rrea que ha dividido el centro de la ciudad ser¨¢ soterrada
Getafe(144.600 habitantes) no tiene r¨ªo pero s¨ª dos orillas. A un lado, el barrio de Centro-San Isidro, la zona rica y lustrosa: las grandes arterias comerciales, el copeo, la infraestructura cultural, los centros de poder. Al otro, el barrio de la Alh¨®ndiga, el de la clase trabajadora y el lumpen, de calles embadurnadas de grafitos y elevados ¨ªndices de consumo de droga. Y en el medio, como barrera desintegradora e infranqueable, la v¨ªa f¨¦rrea y el traqueteo de los trenes de cercan¨ªas ensordeciendo a la ciudad cada cinco minutos. A veces, menos. Demasiado para la urbe que presume de ser "capital del sur" . El panorama dejar¨¢ de resultar tan asolador, si salen bien las cosas, de aqu¨ª a tres a?os. El ministro de Obras P¨²blicas, Jos¨¦ Borrell; el presidente de la Comunidad, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, y el alcalde de Getafe, Pedro Castro, rubricaron ayer el convenio por el que el enterramiento de las v¨ªas debe ser una realidad -8.000 millones mediante-para finales de 1999. La principal reivindicaci¨®n de la ciudad en los ¨²ltimos 15 a?os comienza a ser atendida. "M¨¢s que hist¨®rica, ¨¦sta era una petici¨®n cl¨¢sica", ironiza Castro.El acuerdo ha llegado, curiosamente, cuando la composici¨®n de los firmantes ya no es monocolor. A Leguina no hubo manera de convencerle. El alcalde, adscrito al sector guerrista del PSOE, aprovecha para apostillar: "El anterior presidente se conform¨® con traer la Universidad, y ahora Ruiz-Gallard¨®n tiene un inter¨¦s pol¨ªtico claro en hacer algo importante en Getafe". Las tres administraciones sufragar¨¢n a partes iguales la inversi¨®n. Cuando las v¨ªas est¨¦n bajo tierra quedar¨¢ en la superficie un gran bulevar y se generar¨¢n cerca de mil nuevas plazas de aparcamiento, seg¨²n c¨¢lculos municipales.Pero mientras todo esto se materializa, mujeres como Consuelo Espada, vecina de la nunca mejor llamada calle del Ferrocarril, tendr¨¢n que seguir cruzando del Getafe humilde al moderadamente pr¨®spero en decenas de ocasiones. Para traer la compra o recoger a los ni?os del colegio. Consuelo se ha acostumbrado ya a los bramidos del Talgo y los cercan¨ªas a 10 metros de su vivienda, pero sus visitas no. "Cuando viene alguien a casa se altera mucho", confiesa. "A veces da la sensaci¨®n de que se mueve el suelo".Otros sufridos vecinos del tren son los alumnos de los cinco centros de ensenanza -tres colegios y dos institutos- ubicados en sus m¨¢rgenes. El trasiego de ferrocarriles puede descentrar a cualquiera, si bien la Concejal¨ªa de Educaci¨®n admite no disponer de ning¨²n estudio sobre la incidencia del ruido en el fracaso escolar. Su titular, Rafael Ca?o, estudi¨® precisamente en uno de estos centros fronterizos, el Puig Adams, y recuerda en clave de humor: "A m¨ª el tren no me afect¨®; los que est¨¢bamos grillados lo seguimos estando".
La v¨ªa se ha convertido, adem¨¢s, en un foco notable de inseguridad ciudadana. Cruzar por el paso subterr¨¢neo que enlaza la calle de Polvoranca (Centro) con la de Serrano (Alh¨®ndiga) puede ser una temeridad a ciertas horas, coinciden en se?alar varios residentes de la zona. El paso es angosto y su iluminaci¨®n, amarillenta y muy d¨¦bil. Y el tendido ferroviario ha dado origen a una insospechada modalidad delictiva: el tir¨®n al vuelo. "Me cogieron el bolso y lo lanzaron por encima de la valla", relata una afectada por esta pr¨¢ctica. "Aunque les segu¨ª, ellos saltaron y yo me qued¨¦ al otro lado, impotente. Y esto sucede casi todas las semanas". Algunos, los m¨¢s ¨¢giles, tambi¨¦n saltan simplemente por ahorrarse rodeos en su acceso a la otra orilla. No es dif¨ªcil asistir a una escena as¨ª en cualquier punto de la traves¨ªa urbana entre rieles. La visibilidad es buena, pero el peligro acecha en cada cruce. Al menos mientras los trenes no silben a un par de metros de profundidad.
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