Atajo sin trabajo
Dos pueblos del alto Lozoya siguen usando una senda de vaqueros
El hombre moderno se cree el m¨¢s r¨¢pido del oeste porque ha concebido autopistas, puentes a¨¦reos e intern¨¦s, pero a la hora de la verdad, para ir del valle de Canencia al de Garganta de los Montes, tiene que dar un rodeo de bemoles. En coche, no hay menos de nueve kil¨®metros; a pata, una legua pelada. O sea, la mitad.Menudas carcajadas soltar¨ªan los monteros de Alfonso XI, aquellos que bat¨ªan el "rrobredo sobre Gargantiella" y "la Pe?a de don Galindo" en pos de puercos, tanto en verano como "en tiempo de la nieve"; menudas carcajadas soltar¨ªan, si pudieran ver las cuitas de los pilotos enredados en los mapas de carreteras -no una, sino tres hay que coger para conducirse de uno a otro pueblo: M-629, M-604 y M-969-, mientras que ellos tiraban monte arriba y se plantaban en el valle de al lado en un decir am¨¦n.
La que anta?o fuera Pe?a de don Galindo -y hoga?o, Mondalindo a secas- se?orea sobre los valles paralelos en que se asientan ambos pueblos con la autoridad de sus 1.831 metros y el prestigio a?adido, en afilo de nieves, de su cabeza cana. Desde esta torre caballera despr¨¦ndese hacia el septentri¨®n, como queriendo cerrarle la boca al rumoroso Val de Lozoya, un contrafuerte de monta?as menguantes cuyas cimas m¨¢s se?eras se titulan Pe?a Gorda y Cabeza Herreros. Tales alturas (1.490 y 1.327 metros, respectivamente) definen la mira por la que el caminante deber¨¢ apuntar para guiarse correctamente de Canencia a Garganta de los Montes.
El excursionista, que sin duda conocer¨¢ de pret¨¦ritas andanzas los pinares de Canencia, los regatos, los puentes medievales y el otrora g¨®tico lo de la Virgen del Castillo, saldr¨¢ por la calle de los Toriles sin demorarse en demas¨ªa. Eso, si no lo entretienen la pl¨¢tica del nativo o los canes zalameros, que no hay en la sierra, y aun en todo Madrid, gente m¨¢s locuaz que ¨¦sta ni m¨¢s perrera.
Poco m¨¢s arriba, el pueblo se acaba de sopet¨®n: el campo de f¨²tbol, a mano derecha, y las cercas de sucesivas vaquer¨ªas, a la siniestra, ci?en una pista que va ascendiendo suavemente hacia prados y hontanares en los que hormiguean lejanas reses. A la altura de una r¨²stica construcci¨®n, el excursionista habr¨¢ de desviarse en diagonal siguiendo una rodera que, en cosa de veinte minutos, le llevar¨¢ hasta el collado que separa Pe?a Gorda de Cabeza Herreros. Y, ya sin p¨¦rdida posible, se dejar¨¢ caer por el robledal que cubre la ladera contraria (el "rrobredo sobre Gargantiella" del Libro de la monter¨ªa) hasta topar con las primeras casas de Garganta.
Hermoso lugar, discreto y hermoso lugar ¨¦ste de Garganta, que se apellida de los Montes porque est¨¢ rodeado de ellos: Pe?a Gorda y Cabeza Herreros, Mondalindo y Regajo, Cardosillo y El Cuadr¨®n..., y que tiene como patrona a la Virgen de los Prados porque siempre fue su vocaci¨®n la de pueblo ganadero. El potro de herrar mejor conservado de la regi¨®n -como oro en pa?o lo guardan, bajo tejadillo y todo, para protegerlo de los meteoros- da fe de ello.
En la calle de San Isidro se alza el Palo de la Paz. Instalado por iniciativa de una agrupaci¨®n nipona, este poste de cuatro caras proclama a los respectivos vientos el deseo de "Paz a todos los hombres" en otros tantos idiomas: castellano, ingl¨¦s, portugu¨¦s y japon¨¦s. Otro monumento era el Manneken-Pis que orinaba en la plaza del Pocillo, pero ahora el meoncillo est¨¢ ausente.
La iglesia de San Pedro, del siglo XV, ser¨¢ la ¨²ltima visita que rinda el excursionista antes de desandar el camino: el mismo que hollaron le?adores de robles- y reales monteros, el mismo que siguen hoy los vaqueros, no el largo camino asfaltado que lleva a todas partes y llega al coraz¨®n de ninguna.
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