Nacionalismos
La gran tarea del Gobierno que salga de las elecciones es integrar plenamente en la pol¨ªtica estatal espa?ola a los nacionalismos vasco y catal¨¢n. Eso es espa?olismo de verdad, integrar en vez de marginar.Para hacerlo se cuenta con instrumentos y ocasiones de excepci¨®n: el Estado de las Autonom¨ªas, la satisfacci¨®n nunca reconocida, pero indudable, que ello produce en las apetencias nacionalistas, su m¨¢s que sensata moderaci¨®n y el hecho de que al frente de los nacionalismos hist¨®ricos se encuentren personalidades que a su sentido del Estado unen una autoridad carism¨¢tica que los convierte en interlocutores ideales e irrepetibles a la hora de pactar.
Porque, en efecto, la integraci¨®n de los nacionalismos en la pol¨ªtica estatal, que puede y debe dar lugar a pactos de legislatura e incluso Gobiernos de coalici¨®n, exige, entre otras negociaciones y pactos, un gran pacto de Estado que d¨¦ pleno y previo reconocimiento a la realidad nacionla vasca y catalana. No ser¨ªa el primer caso de la historia en que, una vez reconocidos los derechos de la Naci¨®n particular, los dirigentes nacionalistas fueran los m¨¢s fieles servidores del inter¨¦s del Estado global.
La izquierda ha intentado esta integraci¨®n cuando la ha necesitado y en bien de todos se han dado pasos importantes en tal sentido, aunque no todos los que hubiera sido deseable. Si a los nacionalistas les ha faltado sentido de la oportunidad para transcender las meras reivindicaciones competenciales cuantitativas, los socialistas han carecido de la imaginaci¨®n constitucional que las grandes ocasiones hist¨®ricas requieren. Y la historia exige m¨¢s que una distribuci¨®n de carteras ministeriales e incluso que una transferencia competencial. Requiere el reconocimiento pleno de una identidad plena.
Tal vez sea a la derecha a la que la fortuna reserve la ocasi¨®n de empresa tan importante, cancelando con ello una tradici¨®n centralista que se remonta nada menos que a C¨¢novas, aunque no, por cierto, m¨¢s all¨¢. Ser¨ªa un ocasi¨®n excepcional, aunque no una tarea f¨¢cil, por una larga serie de malentendidos, desdichadamente incrementados durante los ¨²ltimos a?os. Y la derecha puede tenerlo a¨²n m¨¢s dif¨ªcil cuanto mayor sea la magnitud de su probable victoria. Con mayor¨ªas absolutas se est¨¢ menos propenso al pacto que cuando ¨¦ste es necesario, aunque no faltan vocesespecialmente sensatas que consideran conveniente el entendimiento del Partido Popular con los nacionalismos, incluso si su apoyo no le fuera preciso para gobernar.
Ahora bien, el m¨¢s que posible incremento del voto popular en Catalu?a y Euskadi, que algunos anuncian espectacular, puede no favorecer excesivamente este deseable pacto. Si el centro-derecha estatal es en ambas comunidades la fuerza m¨¢s votada o se acerca a ello, ser¨¢ en gran medida a costa del voto nacionalista, como ya ocurri¨® con UCD en 1977 y 1979. Como tambi¨¦n se vio por aquellas fechas, ello no induce precisamente a los nacionalismos a pactar, al disputarse el mismo espacio pol¨ªtico. Pero, adem¨¢s, superar cuantitativamente al PNV o a CiU no supone asumir su legitimidad nacional. Tambi¨¦n se vio en 1977 y 1979.
Por ¨²ltimo, es preciso evitar que la erosi¨®n del voto no netamente nacionalista lo que haga es radicalizar el nacionalismo. Eso conduce a la marginaci¨®n y no a la integraci¨®n. El Partido Popular, victorioso ante los nacionalismos, deber¨ªa no s¨®lo suavizar sus modales, sino desplegar cuanta imaginaci¨®n pol¨ªtica y constitucional est¨¦ a su disposici¨®n para evitar que los nacionalistas de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco se sientan hostigados y basculen hacia los sectores m¨¢s radicales del propio nacionalismo. Un partido con vocaci¨®n de Estado da primac¨ªa al inter¨¦s del Estado, que es integrador sobre cualquier inter¨¦s de partido.
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