Don Joaquin
Algunos, respetuosamente, le llamamos don Joaqu¨ªn; otros, con una mezcla justificada de familiaridad y cari?o, se refieren, cuando. hablan de ¨¦l, a "Ruiz"; muchos han olvidado su nombre, y la mayor¨ªa de mis alumnos no lo han o¨ªdo nunca mencionar ni han le¨ªdo nada sobre ¨¦l. Hace poco, en un curso de Historia del Constitucionalismo. Espa?ol, a prop¨®sito de la lecci¨®n sobre, aquellas, "leyes fundamentales" del franquismo con las que algunos quer¨ªan cubrir l¨®gicas ausencias y fingir tard¨ªas apariencias de constitucionalidad, Y en relaci¨®n con la etapa final de aquel r¨¦gimen y con las. v¨ªsperas de la transici¨®n que ahora se festeja, ped¨ª a los alumnos que levantaran la mano quienes supieran algo de don Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez: s¨®lo menos del diez por ciento conoc¨ªan su nombre y algo de su imagen pol¨ªtica. Para el noventa por ciento restante, para lo que ellos significan, y para tantos desmemoriados que peinan canas o acarician calvas, escribo estos p¨¢rrafos.Al llegar aqu¨ª se me ocurre que en este pa¨ªs de maliciosos que se creen listos no es prudente escribir bien de alguien sin auto justificarse. Pago el tributo. No tengo pendiente con don Joaqu¨ªn ninguna deuda acad¨¦mica ni de otra ¨ªndole, no he estado nunca vinculado a sus sucesivos proyectos pol¨ªticos, fui lector asiduo, pero no colaborador, de Cuadernos para el Di¨¢logo, y no pertenezco al grupo de quienes m¨¢s obligados deber¨ªan sentirse para decir algo p¨²blicamente en su favor. No le debo nada, salvo, lo que es mucho, su amistad y su exquisita cortes¨ªa. Pienso que el olvido es selectivo, que muchos meten en ese saco lo que les molesta recordar, que la memoria es lo ¨²nico que nos queda a las personas y que el silencio es a veces injusto. Por todo eso, y por nada m¨¢s, escribo estas l¨ªneas.
No es posible entender la vida pol¨ªtica de nuestro ' pa¨ªs durante los a?os cincuenta, sesenta y setenta, en c¨ªrculos universitarios y hasta cierto punto en otros m¨¢s elevados en jerarqu¨ªa y poder, sin la figurade Ruiz-Gim¨¦nez.Despu¨¦s de ser embajador de Franco en el Vaticano, fue ministro de Educaci¨®n Nacional en la primera mitad de la d¨¦cada de los cincuenta, cuando yo estudiaba la licenciatura en Derecho en la Universidad de Valencia. En la memoria del estudiante que fui aparecen juntos los nombres de La¨ªn, Aranguren, Maravall, Tovar, Ruiz-Gim¨¦nez y pocos m¨¢s. Hab¨ªan sido hombres vinculados con el r¨¦gimen, lo eran todav¨ªa de alg¨²n modo, pero fueron los primeros que para la gente de mi generaci¨®n hablaban y escrib¨ªan con distanciamiento cr¨ªtico y en defensa, muchos dir¨¢n ahora que ingenua, de un cambio del sistema desde dentro del mismo. Fracas¨®, fracasaron. Pero influyeron mucho en mi generaci¨®n.
La operaci¨®n de Cuadernos merecer¨ªa un estudio como el que ha recibido la semejante y paralela empresa de Triunfo. Fue el crisol dende cristalizaron muchas de las mentalidades democr¨¢ticas, mucho m¨¢s all¨¢ de las estrictamente definibles como dem¨®crata-cristianas. La lenta historia de la lucha contra el franquismo cuenta entre las m¨¢s importantes d¨¦ sus p¨¢ginas por escribir lo dicho, escrito y dialogado en tomo a Cuadernos. A don Joaqu¨ªn, 31 no s¨®lo a ¨¦l, aquello le cost¨® disgustos, insultos, pleitos y dinero. Al final, parad¨®jicamente, cuando la libertad de expresi¨®n por la que all¨ª tanto se luch¨® era un derecho fundamental de todos los espa?oles, la revista y la editorial tuvieron que cerrar por problemas econ¨®micos. Alguien dir¨ªa que fracas¨®, que fracasaron, pero ser¨ªa falsa tal afirmaci¨®n, porque Cuadernos consigui¨® tal vez mucho m¨¢s de lo que don Joaqu¨ªn se propuso, reuniendo en tomo a su nombre, y no s¨®lo para dialogar, a muy diversos grupos y gentes, todos dem¨®cratas.
Con esa combinaci¨®n de terquedad e ingenuo optimismo (?es siempre ingenuo el optimismo?) que le caracteriza emprendi¨® junto a Gil Robles, Ant¨®n Ca?ellas y pocos m¨¢s la aventura de una opci¨®n pol¨ªtica dem¨®crata-cristiana; parec¨ªa una iniciativa inadecuada para este tiempo y este pa¨ªs, pero. Ruiz-Gim¨¦nez quiso comprobarlo. Fracas¨®, fracasaron. Desde la UCD, donde hab¨ªa. tantos pol¨ªticos criados a sus pechos, se le neg¨® el reconocimiento de un alto cargo del Estado que parec¨ªa hecho a su medida: el de defensor del pueblo. Fue el primer Gobierno del PSOE el que lav¨® heridas, pag¨® deudas y reconcili¨® omisiones indebidas nombr¨¢ndolo para ese cargo.
Desde que lo dej¨® en 1987, don Joaqu¨ªn est¨¢ en la Unicef, acude a donde le llaman para tareas semejantes, aporta su cordialidad, sufre cuando se le ataca o se le omite, presencia c¨®mo alg¨²n director general de Ense?anza Universitaria de los a?os cincuenta, que escal¨® despu¨¦s m¨¢s altas cimas, asume ahora protagonismos p¨®stumos y transitorios bajo apariencia de lejanas convicciones democr¨¢ticas, y guarda, salvo en contadas ocasiones, un silencio discreto ante lo que ve y oye. ?Qu¨¦ se puede esperar y qu¨¦ se debe hacer con personajes de nuestra historia que tienen' este perfil? De don Joaqu¨ªn esperamos sus memorias. Se mueren hombres importantes de nuestra m¨¢s pr¨®xima historia (ahora Guti¨¦rrez Mellado) sin haber dejado escrito lo que vieron y vivieron, y eso es malo para la memoria colectiva. No tiene derecho don Joaqu¨ªn a mantener oculto por un pudor comprensible, pero inconveniente para quienes queremos conocer la historia pol¨ªtica de este pa¨ªs, lo mucho que ¨¦l sabe del franquismo desde dentro y desde enfrente. La historia de la transici¨®n no se escribir¨¢ con rigor sin la aportaci¨®n de experiencias y datos procedentes de hombres como ¨¦l. Carece, de rencor, no ha tratado nunca de disimular sus convicciones ni ninguna de las etapas de su trayectoria pol¨ªtica, se ha movido mucho por distintos c¨ªrculos y nos debe lo que en un lenguaje muy suyo podr¨ªamos denominar "su testimonio".
?Qu¨¦ se debe hacer con ¨¦l? Juzgarlo con la honestidad de que ¨¦l mismo da ejemplo, no subirlo a los altares ni condenarlo por un pasado que ¨¦l asume, no esperar para hablar de ¨¦l a, que quien ya tiene m¨¢s de ochenta a?os, tenga muchos m¨¢s o deje de tenerlos, insertarlo dentro de un contexto que hay que reconstruir, ahora que es posible hacerlo utilizando entre otras fuentes la tradici¨®n oral, y, sobre todo, no olvidarnos de ¨¦l y de otros como ¨¦l.
Era necesario que durante, los primeros a?os siguientes a la muerte del general superlativo se mantuviera un silencio discreto sobre el Who is who? de quienes hab¨ªan sido o eran figuras pol¨ªticas vivas o recientes. Fue un acierto y un ejemplo de generosidad compreinderlo y practicarlo as¨ª. La vacuna contra la venganza en sus formas no ya cruentas, pero s¨ª mezquinas, exig¨ªa el pago de un precio como ¨¦se, prudente y saludable. Pero mantener durante demasiado tiempo ese silencio equivale a convertirlo en olvido. Hay que mirar atr¨¢s, desde luego que sin ira, sino con voluntad de estudio y de conocimiento. Est¨¢ muy bien que se hagan programas televisivos como el de Victoria Prego, pero no bastan. Es bueno recuperar la memoria gr¨¢fica, hay que escribir la cr¨®nica, y es oportuno que nos veamos en la pantalla con aquellos pantalones acampanados, bastantes melenas antihigi¨¦nicas, y no pocas juventudes perdidas comendo delante de unif¨®rmes grises y caballos desbocados. Pero faltan muchos libros de ese g¨¦nero m¨¢s anglosaj¨®n que hisp¨¢nico que son las memorias de quienes guardan en la suya callada lo que algunos intuimos, lo que otros quisieran omitir y lo que todos tenemos derecho a saber. Y no s¨®lo de la ¨¦poca de la transici¨®n, sino de todo el franquismo, porque sin conocer bien ¨¦ste es imposible entender aqu¨¦lla.
A don Joaqu¨ªn hay que pedirle que escriba las suyas, ahora que tiene lucidez y porque no tiene mala voluntad y s¨ª mucho que contar. Si yo fuera editor, le comprar¨ªa sus memorias antes de que las escribiera, ya. Leyendo sus recuerdos ordenados, ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil hacerle justicia a ¨¦l mismo y conjurar silencios indebidos. Nos las debe a quienes sabemos en l¨ªneas generales lo que ha sido. Pero se las debe tambi¨¦n a mis alumnos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.