Lejos del ruido mundanal
Me he metido en la cama y no pienso salir durante largo tiempo: varios meses, tal vez a?os. Mi decisi¨®n no es el preludio de la muerte -o por lo menos espero que no lo sea-, sino la consecuencia de un estado an¨ªmico. Desde hace tiempo estoy hasta las narices de todo -la ciudad, la pol¨ªtica, las personas- absolutamente de todo.?Qu¨¦ c¨®mo puedo permitirme el lujo de no salir de la cama?, se preguntar¨¢ el lector. Contestar¨¦: en gran parte con la ayuda de mi actual esposa, que es un sol. De momento viviremos de sus ahorros. M¨¢s tarde, si hace falta, ella buscar¨¢ un empleo, posiblemente en una pajarer¨ªa que tiene su cu?ado ?scar, en la calle del General Mill¨¢n Astray.
Otros se preguntar¨¢n c¨®mo es posible que un intr¨¦pido reportero de investigaci¨®n abandone su oficio de repente. Si mis art¨ªculos han mandado a la c¨¢rcel a infinidad de malhechores durante los ¨²ltimos tiempos, y si re¨²no los m¨¢s importantes galardones profesionales, ?c¨®mo puedo dejar desamparados a tantos ciudadanos?
Confieso que, en parte, es porque estoy cansado. Aunque mis reportajes han acabado con gran n¨²mero de socialistas, la verdad es que, en este momento, no me veo con fuerza suficiente para emprender otra cruzada contra los nuevos, los llamados populares. (?Tan populares son? Hace a?os, los peri¨®dicos siempre pon¨ªan este adjetivo en cursiva, como para expresar duda). Pero ya veremos. Me temo que tarde o temprano tendr¨¦ que salir de mi retiro para desenmascarar a nuevos corruptos.
Lamento que tampoco podr¨¦ dedicarme, a temas municipales. Por ejemplo, no informar¨¦ sobre la repentina ausencia de mi comida basura favorita, Powers Rangers, de las estanter¨ªas madrile?as, ni de la m¨¢s que sospechosa aparici¨®n de un producto. similar, de elaboraci¨®n artesanal, que podr¨¢ o no podr¨¢ estar relacionado con una f¨¢brica clandestina de chinos en Carabanchel Alto y con ciertos regidores urbanos y auton¨®micos.Mi decisi¨®n tiene antecedentes de peso: durante siglos algunos de los hombres m¨¢s preclaros han adoptado esta postura. En un art¨ªculo sobre la costumbre, publicado en este diario (el 18 de octubre de 1990), el escritor Luis Landero observaba que en Espa?a se daba mucho en el sur, donde "a nadie se le pasaba por la cabeza acusar al postrado de molicie o locura (...) lo m¨¢s impresionante de estos dramas era el respeto y la adhesi¨®n con que los acog¨ªa la comunidad.
Landero cuenta que en una ocasi¨®n vio a un tumbado: "Me impresion¨® su dignidad y, sobre todo, que aquella postraci¨®n no parec¨ªa un descanso, sino una ¨²ltima y misteriosa forma de trabajo: ah¨ª estaba laboriosamente echado, concentrado en su tarea cicl¨®pea y ofireciendo el formidable espect¨¢culo de una quietud que evocaba la de Job".
La literatura aporta otros ejemplos, Juan Carlos Onetti pas¨® la ¨²ltima d¨¦cada de su vida encamado, sin merma alguna en la calidad de su producci¨®n literaria. La famosa t¨ªa Le¨®nie, de En busca del tiempo perdido, era capaz de controlar desde su cama a todos los habitantes, e incluso perros, de Combray. Oblomov, una interesante novela rusa del siglo pasado, es la historia de un horrible que un d¨ªa decide llevar su vida desde la cama. Como ¨¦l, podr¨¦ leer, pensar perfeccionarme.
As¨ª es que no tendr¨¦ que pisar mierda al salir a la calle, porque no voy a salir. Ning¨²n carterista me robar¨¢ en el metro, ning¨²n coche me atropellar¨¢ en un paso de peatones, ning¨²n skin me asesinar¨¢. Mejor a¨²n, me perder¨¦ esta deprimente campa?a electoral, ya que tambi¨¦n estoy pensando en dejar de leer peri¨®dicos durante esta temporada. (Desde hace d¨¦cadas, en mi casa est¨¢ prohibida la entrada de im¨¢genes televisadas). Felipe, que da pena, y Aznar, que da miedo, y los lacayos de ambos, que dan asco, tendr¨¢n que batirse sin que yo presencie el lamentable espect¨¢culo, ni falta que me hace.
Silencio, estoy tumbado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.