Esperando, ilusionados, la derrota
Hay un tipo de gente, habitualmente tenida por progresista, que est¨¢ de enhorabuena: se avecinan, seg¨²n parece, tiempos inequ¨ªvocos. Est¨¢n por acabar aquellos fastidiosos equilibrios sobre el alambre de la izquierda que ten¨ªan a m¨¢s de uno en un aut¨¦ntico sinvivir: que si hay que distinguir entre el partido y el aparato, que si no son lo mismo las bases y la direcci¨®n (siempre del PSOE, obviamente), que si una cosa es el felipismo y otra el socialismo... Ahora, por fin, cuando la situaci¨®n sufra el vuelco anunciado, esas personas reencontrar¨¢n su aut¨¦ntica raz¨®n de ser, se volver¨¢ al orden natural de las cosas y la actividad pol¨ªtica de la gente de izquierdas recuperar¨¢ la condici¨®n que nunca debi¨® perder, la de acerada e implacable cr¨ªtica al poder.Sin duda tendr¨ªa efectos saludables para la cultura pol¨ªtica de este pa¨ªs que ello ocurriera. Sobre todo si se le diera a dicha cr¨ªtica el contenido adecuado. Pocas cosas m¨¢s urgentes que la necesidad de reabrir un debate te¨®rico-pol¨ªtico sobre las nuevas condiciones provocadas por el hundimiento del llamado socialismo real, sobre el arrollador cuestionamiento del Estado de bienestar, sobre el significado actual de los viejos ideales emancipatorios o sobre las nuevas formas de participaci¨®n pol¨ªtica. Igual que es urgente, como ha sido se?alado desde diversos frentes, emprender un trabajo de renovaci¨®n de cuadros, propuestas y m¨¦todos de trabajo de las organizaciones pol¨ªticas tradicionales de izquierdas. Aceptar esto en ning¨²n caso debe ser entendido como una mera concesi¨®n ret¨®rica. Todas estas urgencias no remiten a un impreciso futuro, sino que deben ser encajadas en el calendario pol¨ªtico. En corto: no se puede repetir otra legislatura como ¨¦sta. Pero la cuesti¨®n a debatir en este momento acaso sea hasta qu¨¦ punto la ¨²nica manera de abordar las tareas se?aladas, o el mejor espacio para plantearlas, sea en el escenario previsto. En qu¨¦ medida la derrota electoral es condici¨®n necesaria para la regeneraci¨®n. No se trata, por tanto, como con tanta frecuencia suelen hacer los profesionales de la pol¨ªtica, de reintroducir el viejo argumento de la oportunidad, tradicionalmente utilizado para acallar los debates inc¨®modos (y casi todos, cuando pretenden llegar hasta la ra¨ªz, lo son). Lo que se busca, justamente, es el mejor modo de vincular ambos planos. Pero por eso mismo tampoco es de recibo, en el otro lado, la actitud del que habla como si despachara directamente y a solas con los grandes valores (sean ¨¦stos la justicia, la verdad, la solidaridad o cualquier otro). Negarse a aceptar los efectos pol¨ªticos de las propias acciones es otra forma, sim¨¦tricamente complementaria de la anterior, de cegar una discusi¨®n esclarecedora. S¨®lo a partir d¨¦ esta premisa se puede plantear adecuadamente la cuesti¨®n de la responsabilidad.
La responsabilidad, qu¨¦ duda cabe, debe medirse en su relaci¨®n con las capacidades. Cada cual es responsable en relaci¨®n a lo que est¨¢ en su mano hacer. Lo que significa, aplicado a la realidad espa?ola de estos ¨²ltimos a?os, que el grueso de esa carga les corresponde a quienes han ostentado el poder pol¨ªtico en este tiempo. Pero ah¨ª no se agota ni el poder ni la responsabilidad. Ni el Ejecutivo agota el primero, ni las cuentas que deben pasar el pr¨®ximo marzo quienes han sido nuestros gobernantes hasta ahora liquidan todas las responsabilidades.
Vamos a suponer (puro experimento mental) que el futuro Gobierno popular surgido de las urnas en las elecciones de marzo se propusiera como objetivo transformador prioritario para la sociedad espa?ola en los pr¨®ximos a?os llevar a cabo, remedando la expresi¨®n de otro, una aut¨¦ntica pasada por la derecha, y que esa pasada dejara en mantillas las iniciativas m¨¢s neoliberales de los gobernantes salientes. Ya s¨¦ que este supuesto a alguno le parecer¨¢ impensable, porque considerar¨¢ inconcebible ir m¨¢s all¨¢ de donde fueron los Boyer, Solchaga y compa?¨ªa, pero recu¨¦rdese que estamos limit¨¢ndonos a imaginar una situaci¨®n posible. Pues bien, si las cosas ocurrieran en el sentido se?alado, ?se ver¨ªa alterada la afirmaci¨®n de muchos seg¨²n la cual a este pa¨ªs le conviene que la izquierda pase una temporada (algunos incluso a?aden: una larga temporada) en la oposici¨®n? Y si mantuvieran su afirmaci¨®n, ?significar¨ªa esto que juzgan irrelevante qui¨¦n sufra en sus carnes entretanto esa imaginaria pasada por la derecha?
O, supongamos m¨¢s, ?responder¨¢n de algo fuerzas pol¨ªticas y l¨ªderes. si es el caso que toda su implacable cr¨ªtica de los ¨²ltimos tiempos es rentabilizada casi en exclusiva por otro partido, mientras que a ellos mismos no les permite pr¨¢cticamente elevar su representaci¨®n parlamentaria?, ?aceptar¨¢n el reproche de que le han hecho el trabajo sucio a una fuerza cuyo programa est¨¢ en las ant¨ªpodas del suyo (o en la otra orilla, como se prefiera)?, ?o se encoger¨¢n desde?osamente de hombros como aquel que dice "esto no va conmigo"?
Recuerdo que, en un mitin del PSUC celebrado en Barcelona poco antes de las primeras elecciones generales democr¨¢ticas, uno de los oradores termin¨® su parlamento con una afirmaci¨®n que en aquel momento sorprendi¨® a buena parte del auditorio. No estaba en la cultura de una izquierda que sal¨ªa de la clandestinidad defender una idea as¨ª "Somos un partido de gobierno ?y queremos gobernar!", proclam¨®. Le aplaudieron mucho.
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