De seta en seta
Entre 1963 y 1966, mientras el Vietcong daba ca?a a los gringos, los billares Quevedo fueron el centro del universo para cinco mozalbetes del barrio. Ninguno super¨¢bamos los 10 a?os, y entre nosotros no cab¨ªan las diferencias sociales. Ni sab¨ªamos qu¨¦ aspecto ten¨ªan. De los cinco, t¨¦cnicamente hablando, dos pertenec¨ªan a la reprobable especie de los se?oritos, y ven¨ªan del este, de Arapiles y sus aleda?os. Otros dos, llegados de las calles de Viriato y de Donoso Cort¨¦s, al norte, representaban a la clase media. Y el ¨²ltimo, un muchacho de notables orejas al que llam¨¢bamos El Grillo, proced¨ªa de alg¨²n lugar poco claro, de la calle de Montele¨®n o por ah¨ª, en el sur, y personificaba al proletariado. Fue el primer rojo activo que conoc¨ª. Precisamente, y con la perspectiva que dan tres decenios de memoria, he de admitir en p¨²blico que El Grillo era el l¨ªder del grupo, aunque nunca se le reconociera de modo formal.Los billares Quevedo ocupaban un local en la glorieta del mismo nombre, en pleno Chamber¨ª. Era un recinto muy amplio, con grandes puertas de cristal, y, estaba repartido en dos secciones bien determinadas: al fondo, los billares propiamente dichos, franja noble, donde deambulaban unos caballeros circunspectos y ce?udos. En ese rinc¨®n, el ambiente era m¨¢s bien ceremonioso, grave, reconcentrado; algo severo, a mi entender. Los mirones (siempre con salvoconducto) no dec¨ªan ni p¨ªo. Ni se sab¨ªa que estaban. Se manten¨ªan alejados del jugador y s¨®lo de vez en cuando, ante una buena carambola, estaban autorizados a asentir, o, como m¨¢ximo, a emitir alg¨²n murmullo de asombro y admiraci¨®n. Tambi¨¦n daban fuego.
Sin embargo, lo verdaderamente interesante ocurr¨ªa en la otra sala, en la zona de m¨¢quinas, donde el surtido era de lo m¨¢s completo que se pueda imaginar. Decenas de modelos de todo tipo, esp¨ªritu y condici¨®n se: alineaban en perpendicular a las paredes. Eran de una, tres o cinco bolas, a una peseta la partida, o a dos, o a un duro tres, y cada una de ellas acreditaba personalidad propia. Nunca, en ning¨²n caso, el sonido de una m¨¢quina era igual al de otra. Ni la luz de sus bombillas, ni el tintineo de las bolas, ni su temperatura, ni su sensibilidad a la hora de aguantar empujones y decir basta. Tilt, en lenguaje oficial.
Pero a nosotros, por alguna raz¨®n, s¨®lo nos interesaban dos: Luna Park y Rey de Diamantes. Y eso nos convert¨ªa en un grupo. Ambas eran unidades de dise?o cl¨¢sico, esto es: de cinco bolas, bien iluminadas y con unas normas inteligentes. Como su nombre indica, Rey de Diamantes giraba alrededor de la baraja francesa. Dejando a un lado los puntos, tambi¨¦n se obten¨ªa partida gratis apagando las 13 cartas del palo. Esto ocurr¨ªa pocas veces, lo que daba m¨¢s valor a la haza?a, pero en esos casos los bumpers (setas de puntuaci¨®n) se iluminaban y multiplicaban su valor, las bolas adquir¨ªan br¨ªo, se encend¨ªan los pasillos y la columna de avance progresaba casi alocadamente. Adem¨¢s, los cuatro ases se convert¨ªan en comodines. Una org¨ªa; en fin, un frenes¨ª, un aut¨¦ntico estallido de luces y recursos que, bien manejado, conduc¨ªa a la gloria.Por su parte, Luna Park era algo m¨¢s peque?a, pero a mi entender superaba en dibujo a su compa?era. Y esto era debido a una innovaci¨®n que no exist¨ªa en ning¨²n otro modelo. Se trataba de una rueda situada en medio del campo de juego, dividida en 10 o 12 ventanas, que giraba cada vez que una bola alcanzaba el cuadrado central.. Entre estas ventanas exist¨ªa una con la leyenda "Partida gratis" que aparec¨ªa con una frecuencia acorde al c¨¢lculo de probabilidades. Seguir jugando, en resumen, era vivir, y aquella m¨¢quina sab¨ªa hac¨¦rnoslo saber. Querid¨ªsima Luna Park.
Y, c¨®mo no, en aquel ambiente refulg¨ªa la figura del Jefe. Ten¨ªa autoridad, controlaba y pod¨ªa prohibirle la entrada a cualquiera que le cayera mal. Yo conoc¨ª tres o cuatros ejemplares, y todos eran calvos, vejetes, algo hura?os y, ante todo, reacios a las complicaciones. Conven¨ªa, por tanto, no llamar la atenci¨®n, aguantar desplantes e incluso soportar de cuando en cuando una injusticia. Este entrenamiento me servir¨ªa posteriormente para salir indemne de la mili y quiz¨¢ deba a estos billares, y a su magisterio, el hecho de no haber sido fusilado. Por todo lo dicho, gracias.
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