Ni marcha atras ni retraso
GUILLERMO DE LA DEHESALa intenci¨®n de este art¨ªculo es, seg¨²n su autor, mostrar que la uni¨®n monetaria es inevitable y que hay escasas probabilidades de dar marcha atr¨¢s o de retrasarla.
Da verdadera satisfacci¨®n y alegr¨ªa observar que por fin se entabla un debate serio y riguroso sobre un asunto econ¨®mico, y esencialmente sobre uno de tanta trascendencia para Espa?a como es la Uni¨®n Monetaria Europea (UME). Sin embargo, dicho debate deber¨ªa haberse iniciado hace m¨¢s de cuatro a?os (como ya lo hicimos varios), cuando el Tratado de la Uni¨®n Europea se iba a firmar en Maastricht, en febrero de1992, y luego, m¨¢s tarde, cuando los pa¨ªses miembros ten¨ªan que ratificarlo a trav¨¦s de sus Parlamentos respectivos, y no ahora, con el proceso ya muy avanzado y pr¨¢cticamente irreversible. Entonces se podr¨ªa haber solicitado una cl¨¢usula de opting out, como el Reino Unido o Dinamarca. Hoy, sin embargo, el debate llega ya tarde, como casi todo en nuestro pa¨ªs, aunque, en todo caso, debe ser bien venido, ya que permite al p¨²blico conocer con mayor detalle los beneficios y costes de una uni¨®n monetaria y qu¨¦ posibles efectos puede llegar a tener sobre Espa?a.La intenci¨®n de estas breves l¨ªneas es mostrar que, en principio, el proceso de uni¨®n monetaria es ya inevitable y que hay escasas probabilidades de dar marcha atr¨¢s o de retrasarlo, por las siguientes razones:
En primer lugar, la decisi¨®n de llevar adelante la UME est¨¢ aprobada y ratificada, respectivamente, por los Gobiernos y Parlamentos de los pa¨ªses miembros de la UE, y adem¨¢s, sus promotores siguen apoy¨¢ndola en cumplimiento de un tratado en el que todos ellos est¨¢n comprometidos. Por tanto, lo l¨®gico es que haya uni¨®n monetaria, y adem¨¢s, dentro de los plazos previstos, ya que ser¨ªa impensable que alguno de los pa¨ªses que han firmado el tratado lo haya hecho pensando que luego no lo va a cumplir. No hay que olvidar que la decisi¨®n de alcanzar una uni¨®n monetaria es una decisi¨®n pol¨ªtica que entra dentro del dise?o global de los principales l¨ªderes europeos como un paso m¨¢s hacia la uni¨®n pol¨ªtica, que es, a su vez, el viejo sue?o de los principales l¨ªderes europe¨ªstas de la posguerra, y m¨¢s tarde, de Kohl, Mitterrand, Delors y Gonz¨¢lez, entre otros. Por lo.tanto, el componente pol¨ªtico, relega los factores econ¨®micos a un segundo plano. Como se?alaba recientemente Samuel Brittan, refiri¨¦ndose a la UME, "pocos proyectos humanos, incluida la reunificaci¨®n alemana, se hubiesen hecho si los l¨ªderes pol¨ªticos hubieran tenido que esperar a la aprobaci¨®n de los expertos".
Ante esta situaci¨®n, la ¨²nica opci¨®n posible para un pa¨ªs como el nuestro es intentar decidir entrar o no entrar cuando llegue el momento de tomar la ¨²ltima decisi¨®n, es decir, a mediados de 1998. Ahora bien, para poder tener capacidad de decisi¨®n en dicha fecha hay, primero, que tener la posibilidad de ejercer dicha opci¨®n. Aqu¨ª es donde se plantea el problema de la convergencia. De acuerdo con el Tratado de Maastricht, si no se converge no hay posibilidad de elecci¨®n, el pa¨ªs queda autom¨¢ticamente excluido de la UME. Es decir, si no se cumplen los criterios de convergencia no existe ninguna capacidad de decisi¨®n. Por ello, y en, cierta medida, la situaci¨®n del actual debate me recuerda al dicho de "vender la piel. del oso antes de cazarlo".Se est¨¢ debatiendo sobre si se debe acceder o no a la UME cuando, demomento, est¨¢ fuera de tiro, y de no hacer un esfurzo importante este a?o y el que viene, seguir¨¢ estando fuera denuesto alcance. Ahora bien, suponiendo que se cumpliesen en 1998 los requisitos de convergencia, para poder decidif quedarse fuera de la UME tendr¨ªamos que denunciar el tratado, ya que no negociamos en su d¨ªa la cl¨¢usula opting out, lo que ser¨ªa una decisi¨®n sin precedentes en la UE.
En segundo lugar, por mucho que se critiquen -con mucha raz¨®n, por cierto- los criterios de convergencia desde el punto de vista econ¨®mico por ser arbitrarios, por no ser algunos de ellos necesarios para alcanzar la UME o por no tener en cuenta la distinta posici¨®n c¨ªclica de las econom¨ªas, la realidad es que son, en s¨ª mismos, criterios v¨¢lidos y necesarios para cualquier econom¨ªa, como la espa?ola, que a¨²n tiene desequilibrios macroecon¨®micos superiores a los de sus principales competidores, independientemente de que aspire o no a una uni¨®n monetaria. Son criterios que ayudan a hacer una econom¨ªa m¨¢s competitiva y, por tanto, deben ser un objetivo a alcanzar en cualquier caso, m¨¢s a¨²n en el espa?ol, y todav¨ªa m¨¢s por ser ya miembros del Mercado ¨²nico. Es decir, tampoco hay forma de escapar a la convergencia. De acuerdo con el tratado, es necesaria para acceder a la UME, es necesaria una vez dentro de ella y es necesaria tambi¨¦n para los que se quedan fuera. Es decir, la convergencia es un proceso inexorable en cualquier caso, no s¨®lo porque es necesario en s¨ª mismo, sino porque no converger al ritmo adecuado supone quedarse fuera de la UME y, por tanto, se corre el peligro de una inmediata reacci¨®n de los mercados financieros atacando la deuda y la divisa del pa¨ªs que abandone la carrera, resultando incluso en una marcha atr¨¢s en el proceso de convergencia alcanzado hasta el momento en que se deja de converger, haciendo mucho m¨¢s dificil recuperar el terreno perd¨ªdo.En tercer lugar, es verdad que la UME se ha convertido en un instrumento externo de disciplina y en un pretexto para converger y para introducir reformas estructurales. Tambi¨¦n es verdad que, al ser mostrada como una imposici¨®n externa por parte de los Gobiernos y de los pol¨ªticos en general (a pesar de que ellos mismos la aprobaron y ratificaron), se ha convertido en una especie de chivo expiatorio para unos y de arma pol¨ªtica arrojadiza para otros, con el peligro de que se cree un sentimiento de rechazo por parte de los ciudadanos. Sin embargo, existen razones de peso para que la UME ahora y el Mercado ¨²nico anteriormente sean utilizados como instrumentos de autodisciplina. Por un lado, los Gobiernos y los pol¨ªticos, especialmente en nuestro pa¨ªs, han ido perdiendo liderazgo y no son capaces o no se encuentran con fuerza moral para convencer a los ciudadanos de la necesidad de converger y hacer las reformas pendientes; por ello, se acude, como mal menor, a poner el Tratado de Maastricht como pretexto y como parapeto.
Por otro lado, la experiencia ha demostrado que haber accedido a la Comunidad Europea ha permitido a Espa?a llevar a cabo un fuerte proceso de liberizaci¨®n y de aumento de la competencia que hubiera sido imposible realizarlo de forma unilateral y voluntaria por los Gobiernos espa?oles. Ha permitido llevar a cabo una profunda reforma estructural de nuestra industria que hace que hoy sea mucho m¨¢s competitiva y est¨¢ ayudando, a trav¨¦s del Mercado ?nico, a que se desarrolle un proceso similar en los servicios.
Por ¨²ltimo, la experiencia ha demostrado tambi¨¦n que, una vez que se han aceptado unas nuevas reglas del juego, adhiri¨¦ndose a un tratado o acuerdo europeo, es muy peligroso salt¨¢rselas. De nada sirve introducir una disciplina externa sino hay prop¨®sito interno de enmienda. Cuando se introdujo la peseta en el mecanismo de cambios del SME, en 1989, ni el Gobierno ni los agentes econ¨®micos cambiaron sensiblemente sus pautas de comportamiento expansivo e inflacionista, y el resultado fue una fuerte p¨¦rdida de competitividad, un mayor d¨¦ficit de balanza de pagos por cuenta corriente, unos tipos de inter¨¦s real de cerca de diez puntos y, en definitiva, una aceleraci¨®n de la recesi¨®n.
En cuarto lugar, los mercados financieros desempe?an hoy un papel decisivo en cuanto a las expectativas de consecuci¨®n de la UME, y el hecho es que dichos mercados aceptan hoy la UME como: un proceso inevitable. Buena prueba d¨¦ ello es que la brecha entre los diferenciales de los bonos alemanes y franceses se ha estrechado casi totalmente desde mediados de 1995, y las expectativas para los diferenciales derivados de las operaciones de swap a tres a?os, es decir, para 1999, son pr¨¢cticamente nulas entre ambas monedas. Los diferenciales de los bonos espa?oles respecto de los alemanes tambi¨¦n se han estrechado, aunque en menor medida, con lo que los mercados a¨²n dan una cierta, aunque pequena, probabilidad a Espa?a de conseguir estar en la tercera fase de la UME en 1999.
Estas expectativas de los mercados son muy importantes, ya que ellos mismos tienden a que se autocumplan. ?Qu¨¦ es lo que podr¨ªa hacer que los merca dos financieros cambiaran sus. expectativas sobre la consecuci¨®n de la UME en 19,99? Existen tres posibilidades, de momento remotas, de que esto ocurra. La primera es que la actual pausa en el ciclo de crecimiento moderado que se ha iniciado pudiese acabar en recesi¨®n, lo que no tiene visos de ocurrir, ya que las recientes bajadas de ti pos de inter¨¦s lo evitar¨¢n. La segunda es que se desatara una crisis financiera ante la expectativa de que la pol¨ªtica de franco fuerte del Gobierno franc¨¦s mostrase alguna fisura o que se percibiese una falta de voluntad pol¨ªtica por parte del Gobierno alem¨¢n repecto de la consecuci¨®n de la UME en 1999. Ambas probabilidades, en las actuales circunstancias, parecen bajas, y Kohl y Chirac se re¨²nen a me nudo y hacen declaraciones conjuntas para mostrar su apoyo inequ¨ªvoco y total al proyecto. La tercera es que los pa¨ªses de n¨²cleo duro de la Uni¨®n Europea llegasen a evidenciar que no iban a ser capaces de cumplir los criterios de convergencia, lo que no ocurrir¨ªa, en todo caso, hasta la segunda mitad de 1997. Es decir, es muy dif¨ªcil que alguna de estas posibilidades se presente a medio plazo, ya que va a depender, fundamentelamente, de la voluntad pol¨ªtica de Chirac y Kohl, y ni el primero est¨¢ dispuesto a que Francia quede fuera de la UME y su prestigio se hunda ni el segundo est¨¢ dispuesto a abandonar el otro gran objetivo de su vida pol¨ªtica, tras la reunificaci¨®n alemana.
En definitiva, parece claro que las probabilidades de que la UME no se lleve a cabo en 1999 son actualmente muy bajas y que, por tanto, no hay m¨¢s opci¨®n que intentar llegar, a mediados de 1998 habiendo convergido y habiendo introducido las reformas estructurales pendientes, y s¨®lo entonces poder tener la opci¨®n de decidir si se debe entrar o no. No hay que olvidar que, de¨¢cuerdo con el tratado, la decisi¨®n, en ¨²ltima instancia (tras los informes del Comit¨¦ Monetario, la Comisi¨®n y el IME), sobre qui¨¦nes van a pasar a la tercera fase de la UME ser¨¢ del Consejo, reunido en su formaci¨®n de jefes de Estado o de Gobierno, por mayor¨ªa cualificada. Es decir, existe al final una posibilidad, aunque limitada, de negociaci¨®n pol¨ªtica. Por tanto, la capacidad pol¨ªtica de negociaci¨®n en dicho Consejo, no s¨®lo para hacer una interpretaci¨®n razonable de los criterios de convergencia del tratado, que permiten cierta flexibilidad, sino para determinar las condiciones posteriores a la entrada en la UME, ser¨¢ mucho mayor si se cumplen los criterios de convergencia o se est¨¢ muy cerca de ello, es decir, con un pie dentro, que si no se cumplen y se est¨¢ fuera en una situaci¨®n de extrema debilidad. Si, felizmente, se llega a converger en 1.998, ser¨¢ entonces mucho m¨¢s l¨®gico negociar unas condiciones de entrada razonables que quedarse fuera denunciando el Tratado de Maastricht sin ninguna ventaja aparente a corto plazo y con el peligro de la reacci¨®n negativa de los mercados.Guillermo de la Dehesa es presidente del Consejo Superior de C¨¢maras.
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