Repartir el trabajo, recuperar la vida
Durante un reciente viaje a EE UU, en la Facultad de Inform¨¢tica de la Universidad Carnegie Mellon, me llam¨® la atenci¨®n un chiste gr¨¢fico de los que colocan los estudiantes en los paneles. En la vi?eta, un t¨¦cnico con cara compungida estaba siendo despedido por el director de la compa?¨ªa: "No se enfade, Smith, no le vamos a sustituir por un robot, sino por un chip. ?Hay una gran diferencia!". El sarcasmo del chiste me hizo pensar c¨®mo hemos aceptado que la tecnolog¨ªa y el aumento de la productividad, junto a la econom¨ªa global, generan paro. Cuando el sentido com¨²n nos dice que debieran generar tiempo libre y trabajo para todos. Esto, aparentemente tan simple, requiere el mayor cambio cultural, socioecon¨®mico, desde que la mujer se incorpor¨® masivamente al trabajo.Por eso, cuando ha surgido el debate sobre la reducci¨®n del tiempo de trabajo, el esc¨¢ndalo y el simplismo intelectual de algunas reacciones me han parecido de una gran visceralidad, revelando actitudes casi at¨¢vicas respecto al papel del trabajo en nuestras vidas. Parece que se atentara contra la fuente de legitimidad del status social y econ¨®mico de unas ¨¦lites estajanovistas que acumulan con orgullo no s¨®lo horas de despacho, sino tambi¨¦n competencias y responsabilidades. Heridos en su machismo laboral han respondido en consecuencia: "?Trabajar menos? ?Por favor, si lo que hay que hacer es trabajar todav¨ªa m¨¢s!".
Ram¨®n J¨¢uregui Atondo es consejero de Justicia del Gobierno vasco y secretario del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra
S.von Otter, mezzo; y B. Forsberg, pianista. Obras de Grieg, Stenhammar, Von Koch, P. Berger, Schubert y Schumann. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 26 de febrero.
Nuestra derecha pol¨ªtica y econ¨®mica parece haberse pasado con armas y bagajes al calvinismo laboral, al amparo de lo que ha sido una transformaci¨®n cultural notable en las actitudes frente al trabajo y el dinero en pa¨ªs tan cat¨®lico como el nuestro. Subyace el pesimismo antropol¨®gico que la, cultura capitalista lleva en sus genes: la naturaleza humana (la de la mayor¨ªa que trabaja, claro, pues el ocio, como dec¨ªa Galbraith, es el mayor privilegio de los ricos) no puede ser dejada a la libertad de un tiempo no programado ni reglamentado, de ocio excesivo. Desde estos prejuicios, las cr¨ªticas al reparto del trabajo apuntan a una caricatura. Pero no hablamos de trabajar menos linealmente, ni de repartir el empleo existente desde una visi¨®n est¨¢tica del proceso productivo, y menos con una concepci¨®n dirigista de la econom¨ªa. Se trata de trabajar mejor, y trabajar m¨¢s socialmente hablando, que es lo que importa; es decir, de distribuir m¨¢s equilibradamente el trabajo disponible. Pero, sobre todo, de trabajar y vivir de otra manera, que ha de hacer tanto el trabajo como el tiempo libre m¨¢s intensos y productivos y mejor interconectados. Quienes se niegan a hablar de reducci¨®n de jornada est¨¢n culturalmente atados a un mundo de r¨ªgido ordenamiento del tiempo. Como a los eclesi¨¢sticos que negaban a Galileo el movimiento de la Tierra, les falta perspectiva. Y, sin embargo, la jornada se mueve, se reduce, el tiempo liberado (que no el ocio, asociado a mera distracci¨®n) avanza, los h¨¢bitos cambian.
Seg¨²n el profesor Emilio Fontela, hace un siglo un trabajador sol¨ªa pasar 3.000 horas al a?o trabajando (y el 60% de su tiempo de vida); hoy, en Europa, el promedio es de 1.700 horas (el 30% de la vida). La creaci¨®n de riqueza, los bienes y servicios que demanda la sociedad, precisan cada vez de menos tiempo de trabajo (en Espa?a tenemos hoy los mismos ocupados, pero el doble de PIB que hace 20 a?os). Hist¨®ricamente, el avance tecnol¨®gico ha ahorrado trabajo espectacularmente en la agricultura, lo est¨¢ haciendo en la industria, y muchos servicios, incluida la Administraci¨®n, van por el mismo camino. Si hist¨®ricamente hay una progresiva reducci¨®n de jornada, junto a ella, una tradici¨®n de pensamiento ilustrado -y, por tanto, optimista- la ha considerado tan inevitable como liberadora. Y Keynes, en Las posibilidades econ¨®micas de nuestros nietos (1930), afirmaba, en tono prof¨¦tico, que el incremento de la eficacia t¨¦cnica causa el paro tecnol¨®gico. Pero afirmaba que es solamente "una fase temporal del desajuste", y significa "a largo plazo, que la humanidad est¨¢ resolviendo su problema econ¨®mico", para lo que daba un plazo de 100 a?os (?para el 2030!): "As¨ª, por primera vez desde su creaci¨®n, el hombre se enfrentara con su problema real y permanente: c¨®mo usar su libertad respecto de los afanes econ¨®micos acuciantes, c¨®mo ocupar el ocio que la ciencia y el inter¨¦s compuesto les habr¨¢n ganado, para vivir sabia y agradablemente bien (...). Turnos de tres horas o semanas de 15 horas pueden eliminar el problema durante mucho tiempo Pienso con ilusi¨®n en los d¨ªas, no muy lejanos, del mayor cambio que nunca se haya producido en el entorno material de la vida de los seres humanos en su conjunto. Pero, por supuesto, se producir¨¢ gradualmente, no como una cat¨¢strofe. Verdaderamente, ya ha empezado". ?En 1930!
Pero una transformaci¨®n de tal naturaleza no puede ser gestionada por imperativo legal. La clave est¨¢ en encontrar e instalar, mediante el di¨¢logo social y con un impulso pol¨ªtico que implique a todos, un nuevo paradigma de progreso, un nuevo contrato social Se trata, pero no ¨²nicamente, de incorporar otra variable (solidaria) para distribuir las ganancias del crecimiento -m¨¢s cualificadamente, los aumentos de la productividad- no s¨®lo entre beneficios y salarios, sino tambi¨¦n, v¨ªa reducci¨®n y reorganizaci¨®n de jornada, entre nuevos empleos. Esto ¨²ltimo, en realidad, con todo lo que comporta, equivale a echar a rodar un nuevo mecanismo de crecimiento socialmente sostenible.
En los ¨²ltimos 200 a?os, el tiempo se ha ido constri?endo a su dimensi¨®n contable, comercial ("el tiempo es oro"), con un empobrecimiento vital que arrincona, y vac¨ªa de sentido las actividades humanas que son un fin en s¨ª mismas: la amistad, el amor, la, conversaci¨®n, la familia, el arte, la cultura, la formaci¨®n, el deporte, el disfrute de la naturaleza, el trabajo para uno mismo, o el trabajo desinteresado para la comunidad, la vida religiosa, en fin, o la fiesta y lo l¨²dico, hoy reducidos a lo que queda del d¨ªa, una suerte de reservas temporales cada vez m¨¢s exiguas en horarios y calendarios. Recuperar el sentido y el ¨¢mbito de todo esto s¨®lo puede venir de una paulatina descompresi¨®n del tiempo moderno. Las sociedades hist¨®ricamente m¨¢s din¨¢micas han liberado tiempo del trabajo esclavizador y rutinario dando libertad a sus miembros (aunque una minor¨ªa privilegiada) para la creatividad, el estudio y la inventiva. El tiempo libre -y productivo, no el tiempo inane y desasistido del paro- es la forma superior que puede adoptar el excedente de una sociedad.
Como dice Alain Touraine, hoy el crecimiento econ¨®mico, las luchas sociales y los "envites" de valores que conforman la sociedad post-industrial se plantean en tomo a las industrias culturales: los grandes servicios sociales de la sanidad y la educaci¨®n, los medios de comunicaci¨®n, las industrias del ocio, el entretenimiento, el turismo y la cultura. Las posibilidades de participaci¨®n en ellas y los conflictos por su control y contenidos dependen de la ampliaci¨®n de un nuevo espacio social, el tiempo liberado, y de lo que ocurra en ¨¦l.
De entrada, hay que replantearse la ideolog¨ªa, tan cara al neoliberalismo, del trabajo obligatorio como superesfuerzo y medio casi ¨²nico de realizaci¨®n personal. Y rechazar la consideraci¨®n del trabajo profesional como droga existencial o ¨¦pica egoc¨¦ntrica de unos pocos cualificados imprescindibles, mientras el trabajo rutinario y precario, o el paro, quedan para el resto. Lo que exige abrir m¨¢s el acceso a competencias y cualificaciones profesionales, y democracia empresarial, necesaria para reorganizar el tiempo de trabajo.
No puede ser que unos pocos se droguen con el trabajo y otros porque no lo tienen. Unos angustiados porque no tienen tiempo para nada y otros porque no tienen nada que hacer con su tiempo. De una u otra forma, en un tenso y absurdo desequilibrio, vivimos tiranizados por un tiempo social ineficazmente organizado e injustamente distribuido. Pero, sobre todo, mal vivido.
La derecha espa?ola, conversa al esp¨ªritu del capitalismo protestante, presume ahora de trabajar hasta los domingos. La izquierda, entonces, tendr¨¢ que reivindicar sus or¨ªgenes cat¨®licos; repartir el domingo un poco por toda la semana; universalizar a toda la sociedad ese tiempo sagrado liberado para el hombre, m¨¢s all¨¢ del privilegio de una casta ociosa; y hacer m¨¢s llevadera la maldici¨®n b¨ªblica y bendici¨®n terrenal del trabajo distribuyendo mejor la carga. Ni el robot ni el chip tienen por qu¨¦ condenarnos al paro, cuando nos ofrecen un tiempo nuevo y fruct¨ªfero. Si Hollywood, en su ¨²ltima versi¨®n de Sabrina, hace decir a Harrison Ford que su aspiraci¨®n es "vivir bien y trabajar s¨®lo lo necesario" es que a¨²n queda un resquicio para la ¨²ltima utop¨ªa de la modernidad.
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