Hacer de necesidad virtud
Que el PSOE perd¨ªa las elecciones europeas de junio de 1994 y, tras ¨¦stas, las municipales y, tras esta segunda derrota, se ver¨ªa obligado a adelantar las generales, que perder¨ªa tambi¨¦n, todo ello era evidente al menos desde la primavera de 1994. Todo estaba anunciado. Bueno, casi todo.Pues la gran sorpresa de la noche del domingo fue que, a pesar del terrible ataque sufrido (justo e injusto, que de todo hab¨ªa), el PSOE estuvo a s¨®lo un punto de ganar las elecciones, aument¨® en 300.000 sus votantes y no s¨®lo no ha perdido, sino que, pol¨ªticamente, es (junto con CiU) el ganador de la noche. Tanto que si el PP ha ganado lo debe m¨¢s a monsieur D'Hondt que a los electores. Nadie dudaba de la capacidad del PSOE para aguantar el chaparr¨®n ni de la fortaleza de Felipe Gonz¨¢lez. Pero se dudaba, y mucho, de la de su electorado. Una duda a la que los sondeos han contribuido con consecuencias perversas.
Pues, cabe preguntarse si el resultado refleja lo que deseaban los espa?oles o si, por el contrario, es la consecuencia no querida del temor a una mayor¨ªa absoluta del PP, anunciada como posible por los sondeos, un temor que, en el ¨²ltimo momento, habr¨ªa generado un poderoso efecto underdog. Los sondeos fallaron ya en 1993 por utilizar mecanismos de estimaci¨®n obsoletos, inadecuados cuando se producen cambios de tendencia (y por ello fallaron en Francia recientemente). Han vuelto a hacerlo de un modo generalizado y sorprendente.
En todo caso, el resultado del domingo, sin duda el mejor posible para el PSOE, aunque no s¨¦ si para el socialismo, exhibe las dos debilidades ya tradicionales del PP. La primera es que la identificaci¨®n ideol¨®gica izquierda-dereclia (y sobre todo de centro-izquierda) es extraordinariamente fuerte en Espa?a; de otro modo, la negative campaign estrenada por el PSOE no habr¨ªa dado resultado. Sin duda, el doberman es un deleznable mensaje y, ciertamente, no mejora nuestra madurez pol¨ªtica ni ennoblece a quienes lo sacan a pasear; pero ha resultado eficaz. La movilidad de votos entre derecha e izquierda es, en Espa?a, m¨ªnima. El eje ideol¨®gico act¨²a como una frontera y el voto es ¨²til, pero s¨®lo a cada lado de la frontera. El ascenso del PP en mill¨®n y medio de votos debe, pues, atribuirse m¨¢s a renovaci¨®n generacional que a cambios ideol¨®gicos. El PP debe, pues, continuar su peregrinar hacia el centro y, sobre todo, evitar aliados ultramontanos que le ubican all¨ª donde no desea estar.
La segunda lecci¨®n es que el PP tiene tambi¨¦n serias dificultades para penetrar en Catalu?a, una comunidad que, por sus caracter¨ªsticas sociol¨®gicas, deb¨ªa ser cantera de voto de centro-derecha. La fragmentaci¨®n de la derecha espa?ola en al menos tres formaciones imposibilita al PP la obtenci¨®n no ya de mayor¨ªas absolutas, sino incluso de mayor¨ªas "suficientes". Al final, el -gran triunfador del domingo es Jordi Pujol, que, con poco m¨¢s de un mill¨®n de votos (menos que en 1993), vuelve a ser el gestor de los restantes 31 millones.
De modo que el PP debe revisar profundamente su pol¨ªtica auton¨®mica y nacionalista. Por lo dem¨¢s, no tiene alternativa. PP y CiU est¨¢n obligados a entenderse si no desean abrir de nuevo la incertidumbre electoral "italianizando" la pol¨ªtica espa?ola. Mejor que hagan de necesidad virtud y aprovechen el mandato popular para cerrar un contencioso hist¨®rico como el catal¨¢n en un gran pacto nacional sobre el Estado de las Autonom¨ªas, pacto que muestre que el nacionalismo espa?ol acepta sin reticencias otros nacionalismos ("naci¨®n de naciones", dice la Constituci¨®n) y que los nacionalistas catalanes, dem¨®cratas antes que nacionalistas, aceptan tambi¨¦n ellos el resultado de las urnas en aras de la gobernabilidad de Espa?a y no s¨®lo de la de Catalu?a. Actuar de otro modo puede generar un poderoso resentimiento hac¨ªa quienes hoy gestionan, con escaso soporte electoral, el futuro de todos los espa?oles.
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