Pacifistas y pacificadores vascos
D¨ªas antes de las elecciones, Ardanza habl¨® del papel preventivo que los valores ¨¦ticos y c¨ªvicos tienen en la lucha contra ETA, reclamando de los educadores mayores esfuerzos para erradicar de la juventud vasca las ideas fascistoides y el vandalismo pol¨ªtico. Muchos educadores est¨¢n empe?ados en ello a?os antes de que la clase pol¨ªtica reparara en la importancia del fen¨®meno, aunque pocas oportunidades tienen hoy d¨ªa, gracias a la reforma educativa en curso, de ense?ar nada sobre valores ¨¦ticos y pol¨ªticos, porque las disciplinas human¨ªsticas encargadas de tales asuntos -historia, filosof¨ªa, literatura y esas cosas- han sido pr¨¢cticamente eliminadas del bachillerato.La reclamaci¨®n del lehendakari es tan necesaria como dif¨ªcil de realizar, pues el problema que denuncia, el de las nefastas consecuencias de la falsificaci¨®n de la historia y la cultura con fines ideol¨®gicos, as¨ª como la legitimaci¨®n y apolog¨ªa de la xenofobia, el fundamentalismo y la violencia pol¨ªtica, viene de muy atr¨¢s, y tampoco ha nacido, precisamente, en los institutos de ense?anza media del Pa¨ªs Vasco. El lehendakari deber¨ªa indagar en otras partes los or¨ªgenes de las conductas violentas y dirigirse para erradicarlas a las instituciones que deciden la forma y el contenido de la ense?anza, comenzando por los Parlamentos espa?ol y vasco.
Pero la novedad es que la clase pol¨ªtica vasca, al menos parte de ella, parece haberse percatado por fin de que el deterioro moral y el cultivo de la mentira hist¨®rica y cultural tienen algo que ver con la violencia y el terrorismo. Sin embargo, han reaccionado ante esta revelaci¨®n exigiendo el rearme ¨¦tico de los ciudadanos, compelidos a dar la cara contra ETA en los actos pacifistas. Es cierto que varios pol¨ªticos vascos asisten an¨®nima y usualmente a estos actos, pero los aparatos del poder, como tales, prefieren las propuestas de los pacificadores a las iniciativas pacifistas. Los pacifistas son ciudadanos poco conocidos o perfectamente an¨®nimos que trabajan en grupos, como Denon Artean, Gesto por la Paz y otros menos conocidos. Ponen el acento en los problemas ¨¦ticos y humanos provocados por la violencia, tanto la etarra como la de los aparatos estatales o paraestatales. Comenzaron a trabajar hace 15 a?os, con t¨ªmida firmeza, ocupando desde el principio la plaza p¨²blica, retando al nacionalismo radical en el espacio que considera exclusivamente suyo, recibiendo desprecio, amenazas, indiferencias o escepticismo, tardando, en fin, casi diez a?os en conseguir que les tom¨¢ramos en serio, cuando ellos eran los m¨¢s serios de todos.
Los pacificadores, partidarios de la llamada tercera v¨ªa (ni con ETA ni contra ella, sino todo lo contrario), se dedican, por su parte, a solucionar el contencioso por medios menos ¨¦ticos, pero, a su juicio, realmente eficaces y realistas; esto es, pol¨ªticos. L¨®gicamente, han sido recibidos con alborozo por gran parte de la clase pol¨ªtica vasca -de la que proceden algunos pacificadores y en la que otros quieren, sin duda, ingresar-, de la Iglesia y de la intelectualidad, con la que comparten un lenguaje, el pacificador, aparentemente realista y tolerante, pero m¨¢s bien l¨¢bil y pusil¨¢nime. La pretensi¨®n de que la ciudadan¨ªa y los pacifistas hagan, el gasto ¨¦tico, mientras las instituciones y los pacificadores se reservan las decisiones pol¨ªticas, ha provocado constantes roces y suspicacias, como se vio durante los tensos meses iniciales del secuestro de Aldaya, cuando la Ertzaintza recibi¨®, tras la desafortunada muerte de Rosa Zarra (militante de HB), seg¨²n dijeron algunos de sus agentes confidencialmente, ¨®rdenes de inhibirse en los ataques radicales contra los pacifistas que se manifestaban en silencio ante el estadio de Anoeta.
Entretanto, y espoleados por los pacificadores de Elkarri y la llamada v¨ªa Ollora tras el ¨¦xito medi¨¢tico de la parad¨®jica conferencia de paz celebrada en un hotel de Bilbao (ruidosa en presentaci¨®n, muda en conclusiones), los dirigentes nacionalistas multiplicaban gestos de apaciguamiento y comprensi¨®n hacia el mundo proetarra. In¨²til. ETA, con unos cuantos asesinatos selectos, ha eliminado la ilusa sustituci¨®n de los actos claros por las palabras ambiguas que cultiva la sem¨¢ntica pacificadora. La clase pol¨ªtica vasca, tras pagar un duro peaje de muertos, ha vuelto amargamente a la v¨ªa del pacifismo.
Pero ?es definitivo este giro? Los d¨ªas de luto, el clamor contra ETA es un¨¢nime, pero la memoria pol¨ªtica es fr¨¢gil y muda f¨¢cilmente tras los actos funerales. Y a veces ni eso. Observemos, por ejemplo, a ELA, el sindicato nacionalista moderado. Aunque el ertzaina Ram¨®n Doral era afiliado suyo, reh¨²sa romper la unidad de acci¨®n sindical que mantiene con LAB, el sindicato de KAS dedicado ¨²ltimamente a hostigar a los trabajadores de Alditrans que reclaman la libertad de Aldaya. Resulta que los beneficios que esta alianza pueda aportar a la clase obrera vasca en un supuesto Estado vasco independiente son m¨¢s importantes para ELA que el asesinato de sus afiliados. Del mismo modo, EGI, juventudes del PNV donde milit¨® Doral, emprendi¨® hace bien poco una carrera de radicalismo verbal con Jarrai, con la performance de Inchaurrondo que present¨® a la Guardia Civil como "enemigo principal", y a la Constituci¨®n espa?ola, como un texto fascista... Pues ¨¦sta es, y no otra, la ra¨ªz pol¨ªtica y la savia cultural de la violencia radical abertzale: la supeditaci¨®n de la vida de los individuos concretos al futuro de una comunidad abstracta -que, por otra parte, vive razonablemente bien entre funeral y funeral- y la suspensi¨®n de cualquier inquietud ¨¦tica en beneficio de la ambici¨®n pol¨ªtica. No s¨®lo la sopa de letras llamada MLNV es culpable de todo esto, sino que muchas organizaciones de pedigr¨ª democr¨¢tico o rebosantes de santas intenciones no dudan en ensayar su propio numerito en ese carro de los locos cuando lo ven conveniente.
La violencia etarra tiene tanto dimensiones pol¨ªticas como ¨¦ticas y culturales. Sin embargo, los pacificadores s¨®lo admiten la primera e insisten en que los principios se sometan al oportunismo pol¨ªtico, pidiendo a los jueces que suspendan la legalidad cuando parezca beneficioso y sugiriendo a los pacifistas manifestarse en la fechas m¨¢s convenientes y reprobar la violencia sin ofender la sensibilidad democr¨¢tica de sus partidarios. Afortunadamente, los grupos pacifistas han crecido a medida que sus actos y mensajes, fundamentalmente ¨¦ticos y educativos, han ido traspasando nuestras conchas de gal¨¢pagos esc¨¦pticos y superando al enorme miedo que, muy justificadamente, hay a ETA y sat¨¦lites alfab¨¦ticos. La tarea pedag¨®gica de mostrar que la violencia terrorista responde b¨¢sicamente a una sed insaciable de poder y a una completa imbecilidad moral, abonada por la brutalidad pol¨ªtica y la pasividad social, ha corrido esencialmente a cargo de los grupos pacifistas. Hay que recordar lo impopular que result¨® la irrupci¨®n de estos sujetos en nuestro mundillo pol¨ªtico y cultural vasco, dominado por el oportunismo, el miedo y la inseguridad. Desconocidos, armados de convicciones ¨¦ticas y a veces de brutales experiencias personales, los pacifistas fueron mal recibidos, porque de las v¨ªctimas de ETA esper¨¢bamos o un p¨²dico silencio o puro af¨¢n de revancha. Han tardado a?os en conseguir que sacarse fotos en su compa?¨ªa sea pol¨ªticamente correcto y medi¨¢ticamente interesante.
Una recepci¨®n que contrasta notablemente con la reservada a Elkarri, cuya tard¨ªa aparici¨®n -por no hablar de sus or¨ªgenes, ligados a la meditaci¨®n en el conflicto de la autov¨ªa de Navarra- s¨®lo cabe entender como la respuesta abertzale m¨¢s oportuna al ascenso de la sensibilidad pacifista. Algo ausente de las virtudes de Elkarri, como lo prueba la comparaci¨®n de su tibieza en el secuestro de Aldaya con sus vehementes protestas por la retirada del v¨ªdeo pacificador de ETA que pretend¨ªa divulgar HB; en fin, es m¨¢s gratificante tomar caf¨¦ con los altos estados mayores de las partes en conflicto que arriesgarse a los disparos de la tropa. Los pacifistas, en cambio, buscan la extensi¨®n paulatina de los criterios ¨¦ticos: parece que lo est¨¢n consiguiendo. Su perseverancia no puede por s¨ª sola derrotar a ETA, pero s¨ª dejarla aislada y sin ning¨²n argumento. Ha conseguido que el lehendakari reconozca el peligro de tolerar las falsificaciones de la historia y la manipulaci¨®n ideol¨®gica de la cultura (?abandonar¨¢ el nacionalismo?). Ha conseguido adecentarnos. No lo es todo, pero ya es mucho.
es profesor de Filosofia en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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