Vacaciones y escenarios
Las celebraciones laicas anuales, establecidas arbitrariamente, para conmemorar siempre alguna causa noble, por lo general altruista (o sea, en crisis o en franca minor¨ªa y desventaja), tales como el D¨ªa Mundial del Sida, del ni?o, del c¨¢ncer, de la mujer trabajadora, del orgullo gay, o el que hoy mismo se celebra, el, del teatro, producen antes que orgullo un franco y sincero mosqueo. Aunque si bien no suele expresarse, por aquello de que se han acordado de uno, s¨ª inquieta por dos razones. Primera, que no haya un d¨ªa del hombre, del pol¨ªtico, del economista, del periodista, etc¨¦tera, o sea, aquellos que no necesitan ser recordados, porque est¨¢n permanentemente; y segunda, que se hable en todos los medios del respectivo D¨ªa de... lo que sea pero que, en definitiva, no sea festivo. Y una celebraci¨®n sin la alegr¨ªa de la fiesta -al menos en nuestro pa¨ªs- es francamente decepcionante.Las fiestas-fiestas, entre nosotros, son de tres tipos:
1. Mayoritariamente religiosas. A los patronos y patronas nos gusta honrarlos en su d¨ªa con la holganza del ocio, una noble tradici¨®n heredada de nuestros antepasados que no estamos dispuestos, a perder.
2. Por otra parte, est¨¢n las fiestas digamos institucionales, tales como el d¨ªa de las autonom¨ªas respectivas, el D¨ªa de la Constituci¨®n o el santo del Rey, que tras exaltar nuestro cad¨¢ver c¨ªvico y el orgullo de las leyes vigentes, nos permiten disfrutar ese d¨ªa de reflexi¨®n tambi¨¦n con holganza.
3. Y el tercer grupo lo forman las tres grandes vacaciones del a?o, que por otra parte son metaf¨®ricamente religiosas, aunque se sostengan en las fiestas tradicionales de todas las culturas, celebradas tras el cambio de estaciones. Navidad o el crecimiento en invierno de la luz en el Ni?o Jes¨²s; Semana Santa o la pasi¨®n de Cristo en primavera; y verano o el desfilar de todas las v¨ªrgenes de Espa?a por tierra, mar y aire, siguiendo la estela abierta por la festividad de nuestro Monarca. (La cuarta gran fiesta estacional es la del oto?o, que se celebraba coincidiendo con el fin de la vendimia, y que dio lugar a las bacanales donde se gest¨® el nacimiento del teatro occidental. Sin embargo, el cristianismo no ha sido capaz de reconvertir esta fiesta tan dionisiaca, ol¨ªa demasiado a sexo).
Las sagradas vacaciones nos permiten, adem¨¢s de holgar a nuestro gusto -como en los d¨ªas de fiesta del resto del a?o-, cultivar el esp¨ªritu. Esto es: la sensaci¨®n ¨²nica de desconectar durante m¨¢s de dos d¨ªas seguidos, no s¨®lo del trabajo, sino de todos los que lo rodean (amigos y enemigos); de nuestra m¨¢s o menos maravillosa casa que habitualmente nos contiene; y si adem¨¢s tambi¨¦n pudieran desaparecer consortes e hijos, las vacaciones pasar¨ªan a ser las aut¨¦nticas burbujas de la vida, que nos har¨ªan revolotear chispeantemente entre la novedad, la sorpresa y la aventura.
Pero esto de que los D¨ªas mundiales de... sean fiestas que se celebran mientras se trabaja, y de las que te conciencias a trav¨¦s de los peri¨®dicos y los telediarios, tiene, algo de solemne timo festivo. Por otra parte, aparecer mezclado con mujeres, ni?os, enfermedades y dem¨¢s marginados, es sustancial al teatro; los d¨¦biles suelen ser los m¨¢s l¨²cidos, su fortaleza se sit¨²a en otro ¨¢mbito. Lo c¨®micos han sido, a su vez, los virus de las enfermedades sociales, aplicando la sabia regla matem¨¢tica del menos por menos igual a m¨¢s. A la gente del teatro se la ha asociado habitualmente con la picaresca, la promiscuidad y el mal vivir. A la contra, para los c¨®micos el buen vivir ha sido siempre sin¨®nimo del buen yantar y el buen folgar, configurando con esas coordenadas una moral completamente hedonista. La sinvergonzoner¨ªa del ambiente teatral ha transmitido en todas las ¨¦pocas y a todos los pueblos una estimulante dosis de alegr¨ªa, fantas¨ªa y libidinosidad: los ingredientes perfectos de la fiesta.
Que el D¨ªa Mundial del Teatro no sea realmente festivo es una paradoja que ofende. Ni Celestina, ni los Demonis, ni los Graciosos de nuestro teatro del Siglo de Oro, ni ninguno de los p¨ªcaros, ga?anes, bufones y s¨¢tiros que ha dado la historia del teatro lo hubieran consentido, y mucho menos su p¨²blico.
La tragedia fue la consecuencia teatral del mundo divino, mientras la comedia y la pantomima -inventos de los hombres- nacieron de una profunda e irresistible necesidad de exhibicionismo, corrosi¨®n y sobre todo fiesta. El teatro ha estado intoxicado desde entonces -sin olvidar sus or¨ªgenes sagrados- por esta olorosa esencia del gamberreo transgresor que, a la par, le ha permitido ejercer una eficiente cr¨ªtica en muchos momentos de la historia. El teatro ha sido un poderoso instrumento en manos de los c¨®micos que ha desencadenado, o ha ayudado a conseguir, la ca¨ªda de importantes figuras pol¨ªticas y hasta de reg¨ªmenes completos contra los que desat¨® la furia de su mordacidad, tan hiriente como educativa.
En la historia del teatro occidental se dice que el teatro qued¨® domesticado cuando Arlequ¨ªn, en el siglo XVIII, se quit¨® la m¨¢scara, a instancias de su amada (vergonzosa de presentarse en p¨²blico con un hombre disfrazado), renunciando as¨ª al carnaval y a la burla. Afortunadamente, las batallas libradas desde entonces, para conservar su car¨¢cter regocijante, revulsivo, adelantado, combativo y antes que nada abierto y tolerante, no han dejado de repetirse hasta nuestros d¨ªas.
Pero el teatro tiene una gran debilidad: su causa es m¨²ltiple, va dirigida hacia cuantos m¨¢s mejor, porque pretende alegrar sus vidas y hacerlas -aunque s¨®lo sea durante el tiempo de la representaci¨®n- m¨¢s intensas, m¨¢s verticales, m¨¢s hacia dentro, transportando despiertos a los espectadores, por la oscuridad de la sala, hasta el interior de sus propios sue?os. Si no hay deseo no hay teatro. Si no hay muchos dispuestos a contaminarse de su visi¨®n rejuvenecedora de la vida (el teatro es siempre joven porque siempre mantiene esperanzas) el teatro no tiene futuro. Se le recordar¨¢ un d¨ªa al a?o y se les explicar¨¢ a los ni?os en CD-ROM c¨®mo era y c¨®mo se hac¨ªa aquel arte casi paleol¨ªtico por artesanal.
Federico Garc¨ªa Lorca, uno de los m¨¢s queridos ut¨®picos de la alegr¨ªa que ha tenido nuestro teatro, afirmaba que la grandeza d¨¦ un pueblo se med¨ªa por el estado de salud de su teatro.
Muchos pa¨ªses celebran hoy este D¨ªa Mundial del Teatro con reflexiones, charlas, lecturas, conferencias y debates. Pero lo que no hay que olvidar es que lo realmente importante -como dej¨® dicho Rob Fosse, un gran c¨®mico v¨ªctima como Lorca de su fe ciega en la alegr¨ªa del teatro es: "Que la fiebre contin¨²e", y que dure m¨¢s que todo el a?o, todas las vidas.
, es director de la revista Teatra
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