Cabello de ¨¢ngel
Un arroyo del valle del Lozoya se desmelena en una imponente cascada durante el deshielo
?rase una vez un pueblo tan chiquit¨ªn, tan chiquit¨ªn, que cuando se celebraban elecciones municipales sal¨ªan elegidos todos sus vecinos. No es un chiste de Barrio S¨¦samo, ni la en¨¦sima parida de Gloria Fuertes, sino la definici¨®n de concejo abierto: una localidad de censo tan exiguo que todos sus habitantes son legalmente concejales. Navarredonda, que frisa las cien almas, lo es. Imag¨ªnense, pues, lo canij¨ªsima (y lo hermos¨ªsima) que debe de ser una pedan¨ªa de un concejo abierto como Navarredonda. Imag¨ªnense San Mam¨¦s.Asentado en la ladera del Reajo Alto, a casi 1.200 metros y cercado de rebollares, San Mam¨¦s vive en la gloria, del ganado y contra los elementos. Casas macizas, de sillares inamovibles y con m¨¢s contraventanas que el castillo de Dr¨¢cula, protegen a estas pocas gentes felices de las celliscas que azotan el valle del Lozoya. La iglesia, con detalles rom¨¢nicos pasa por ser el ¨²nico monumento entre tanta arquitectura de batalla. Pero puestos a elegir un monumento, ninguno como el potro de herrar que permanece erguido sobre cicl¨®peos pilares en un patio a la entrada del pueblo. A juzgar por sus dimensiones, por ¨¦l han desfilado reses del tama?o de submarinos.
De la prosapia ganadera de San Mam¨¦s da cuenta la infinidad de vacas que deambulan por sus ca?adas: vacas de todas las razas y hechuras, incluidas las negras avile?as -?el terror de los domingueros, que no saben distinguir una de ¨¦stas del que mat¨® a Manolete!-; vacas, ovejas y, esto s¨ª que es noticia, legiones de cabras.
Plaga cabruna
Hace un siglo, no hubiera tenido nada de extra?o toparse con estas barbudas por la sierra. Es m¨¢s, entonces eran una plaga: "El pinar del Guadarrama es claro y desigual", observaba don M¨¢ximo Laguna en 1862, "no contribuyendo poco a su mal estado las numerosas cabras que lo aprovechan". "Si alg¨²n tierno pinito llega a nacer al pie de los viejos", a?ad¨ªa este maestro de forestales, "hay para cada uno cien cabras deseosas de com¨¦rselo, ?cuando una sola bastar¨ªa para destruir cien docenas de aqu¨¦llos!". Top¨®nimos como el del cercano pico de Pe?acabra evocan aquellos d¨ªas de imperio cabruno, del que hoy apenas queda constancia en San Mam¨¦s.
De hecho, el excursionista que remonte el arroyo del Chorro por la calle del R¨ªo y luego por su prolongaci¨®n, entre cercas de piedra y portentosos melojos, no tardar¨¢ ni un cuarto de hora en descubrir una explotaci¨®n caprina. Pero como no habr¨¢ venido hasta el finisterre de Madrid para contemplar cabras, por muy pintorescas que sean, proseguir¨¢ su andadura ladera arriba, ahora por pista de refulgente micaesquisto, hasta ingresar en el pinar de repoblaci¨®n que tapiza estos Montes Carpetanos, sobre los 1.400 metros.
Antes de sumergirse en este bosque de pino silvestre, el caminante se volver¨¢ para admirar la dilatada embocadura del valle del Lozoya; para admirar c¨®mo el arroyo del Chorro porf¨ªa bravamente a sus pies, parte en dos el caser¨ªo de San Mam¨¦s y vierte sus aguas en el embalse de Riosequillo, donde se espejan el cerro de El Cuadr¨®n, la mole de Mondalindo y los riscos de La Cabrera.
La misma pista que hasta aqu¨ª le ha tra¨ªdo -siempre hacia el noroeste y por la margen izquierda del arroyo- le permitir¨¢ tomar, tras breve paseo por el pinar, el sendero que surge de frente en la primera revuelta a manderecha. Helechos, brezos, juncos, poleo, retamas, rosas y enebros asoman en los h¨²midos claros que la arboleda va mostrando a medida que la trocha se adentra en la garganta del Chorro. Dos pasos m¨¢s adelante, se desvanece el pinar y el excursionista queda solo y estupefacto frente a la gran cascada.
La Chorrera, que as¨ª se llama, es un tobog¨¢n para dinosaurios de veinte metros de altura. En primavera, el agua del deshielo brinca aqu¨ª desbocada y se desmelena en un trueno de vapor que anula todos los sentidos. La naturaleza, acaso para compensar, ha erigido el mayor de sus monumentos en el pueblo m¨¢s peque?o del valle.
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