Mi querida plebe
Yo soy un madrile?o m¨¢s, plebeyo de tomo y lomo, naci¨®n y vocaci¨®n, circunstancia ¨¦sta que detecto en el placer que me depara codearme con, o sencillamente contemplar a, el pueblo llano y an¨®nimo. Me gusta, por ejemplo, mirar y escuchar a esos matrimonios de jubilados que, a la ca¨ªda de la tarde, se papan sus buenas raciones de churros o porras en El Brillante. Me gustan los viejos de pelliza y cachava, gorra o pasamonta?as, sentados al sol en los bancos p¨²blicos. Ya se extinguieron los ¨²ltimos de Filipinas, los de Cuba y hasta los de ?frica, as¨ª que nadie habla de remotas y juveniles haza?as b¨¦licas en el Gurug¨² o el Barranco del Lobo, sino de cosas mucho m¨¢s triviales, como sus respectivas enfermedades, sus pensiones o la mala vida que les proporciona el pend¨®n de su nuera. Claro que en los bancos m¨¢s castizos, all¨¢ por Mes¨®n de Paredes, Calatrava o Sombrerete, o¨ª rememorar a dos pensionistas muy limpios, hace poco, su ni?ez en el Madrid rojo. Hab¨ªan sido pioneros y, entre barricadas, cascotes y muertos, adornaban las, aceras con dibujos de la hoz y el martillo, la estrella solitaria y las olvidad¨ªsimas siglas UHP. Lo bueno, hagan lo que hagan, digan lo que digan, es que ah¨ª est¨¢n, y tambi¨¦n los trinos y golfos gorriones callejeros, record¨¢ndonos que la vida -por lo menos, la vida plebeya- sigue fiel a s¨ª misma, a pesar de los cr¨ªmenes de ETA, los deplorables avatares de la pol¨ªtica nacional, los problemas econ¨®micos, las desigualdades sociales y el desquiciamiento global del mundo circundante. Ellos -viejos, gorriones, sol, calle, primavera-, a poco que te descuides, constituyen el m¨¢s poderoso ant¨ªdoto contra esa depre que, con tanta justificaci¨®n, podr¨ªa estar rond¨¢ndonos a los espa?oles de hoy.Ni que decir tiene que me chiflan esas parejas que acuden ahora a los deliciosos verm¨²s o matin¨¦es con bailongo de la estaci¨®n de Chamart¨ªn, cada segundo domingo de mes, para mover el solomillo al ritmo del tango y la cumbia, el pasodoble o el chachach¨¢. Qu¨¦ entusiasmo el suyo, qu¨¦ ritmo, qu¨¦ magn¨ªfica ausencia de cortedades, de sentido del rid¨ªculo, ?qu¨¦ gente tan estupenda, caray!
Y llego al ¨¦xtasis cuando, en plena can¨ªcula agoste?a para San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, la plebe -nosotros, la plebe- celebra sus entra?ables y paup¨¦rrimas fiestas paliando el escaso fulgor del alumbrado festivo municipal con sus propias cadenetas de toda la vida y acaso alg¨²n farolillo achacoso, superviviente de mil batallas l¨²dicas. Entonces, Embajadores se ahoga bajo el humo acre y el tufo de las sardinas -al fin y al cabo, sardinas de tierra adentro- asadas en la calle, tomamos limon¨¢ m¨¢s bien agu¨¢ en Argurnosa, Calatrava o Cabestreros, reaparecen don Hilari¨®n y las chulapas y chulapos octogenarios, muy bien plantaos, unas y otros devoramos manjares que rechazar¨ªamos en cualquier otra latitud y circunstancia, y, en fin, nos sentimos muy contentos unidos porque al fin todo el mundo de posibles se ha ido de veraneo y s¨®lo quedamos los cabales.
Madrid, la macr¨®poli devoradora e implacable, se reconvierte, en todos estos momentos m¨¢gicos y muchos m¨¢s, en aquel poblach¨®n manchego que fue, solidario y vecinal, donde a¨²n se pod¨ªa mandar al benjam¨ªn de la casa al piso de enfrente con el mensaje "que-ha-dicho-mi-madre-que-si-me-puede-prestar-una-taza-de-ace-ite", dicho as¨ª, de corrido, sin que le dieran con la puerta en las narices al pobre arrapiezo.
?ltimamente, me hace aun m¨¢s feliz mi pertenencia a la plebe -hablo del pueblo llano y an¨®nimo, sin t¨ªtulos ni poltronas, cargos o prebendas- al comprobar que ha desarrollado sentido para la democracia, igual que los morlacos listos durante la lidia, y ello, a pesar del c¨²mulo de falacias y decepciones que la instauraci¨®n y consolidaci¨®n de aqu¨¦lla gener¨®. Que es capaz de lanzarse a ]la calle para expresar repulsas o apoyos, de votar con sapiencia y ponderaci¨®n, de movilizarse.
Tomen buena nota los pol¨ªticos y tambi¨¦n, por supuesto, los asesinos -nuestros asesinos- de que un servidor empieza a creerse al fin que el pueblo soberano existe.
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