Transici¨®n y cambio
Adem¨¢s de servir de t¨ªtulo a un libro de Aznar, la expresi¨®n segunda transici¨®n cumpli¨® durante la anterior legislatura la tarea de insinuar que la victoria del PP no ser¨ªa un mero traspaso del poder pol¨ªtico sino un aut¨¦ntico cambio de r¨¦gimen hist¨®rico. Pero transici¨®n, como madre, no hay m¨¢s que una: desde hace a?os, soci¨®logos y polit¨®logos emplean ese t¨¦rmino exclusivamente para designar los procesos que conducen desde el autoritarismo hasta la democracia. Es inevitable que los enemigos del PSOE despachen la etapa de gobierno socialista con ep¨ªtetos desagradables y cr¨ªticas devastadoras; ahora bien, su tendencia a homologar al felipismo con el franquismo carece de cualquier fundamento y responde ¨²nicamente a un doble y malicioso prop¨®sito: obsequiar a los j¨®venes dirigentes populares con el falso prestigio de haber luchado contra una dictadura y restar importancia al colaboracionismo con el franquismo de buen n¨²mero de pol¨ªticos y publicistas del PP.Aun siendo evidente que la llegada al poder del PP no pondr¨¢ en marcha una segunda transici¨®n, las teor¨ªas sobre la importancia del segundo cambio en los procesos de mudanza de la dictadura a la democracia permitir¨ªan defender que la investidura de Aznar clausurar¨¢ la etapa abierta en 1976. Samuel P. Huntington sostiene en su libro La tercera ola (Barcelona, Paid¨®s, 1.994) que una transici¨®n a la democracia s¨®lo puede considerarse consolidada si supera satisfactoriamente la prueba de los dos relevos de gobierno. Aplicando esa teor¨ªa al caso espa?ol, el primer cambio se habr¨ªa producido en 1982, cuando UCD (vencedora en las elecciones fundacionales) perdi¨® los comicios y transfiri¨® pac¨ªficamente los trastos de gobernar a la oposici¨®n socialista; la derrota del PSOE y la asunci¨®n del poder por el PP representar¨ªan ahora el segundo cambio destinado a consolidar de manera definitiva el sistema democr¨¢tico.
La falta de alternacia pac¨ªfica en el poder pone de manifiesto la inexistencia de una verdadera democracia. En Argentina fue necesario aguardar desde 1916 hasta 1989, a?o del traspaso de poderes de Alfons¨ªn a Menem, para que un presidente elegido por los ciudadanos fuese relevado normalmente por otro presidente designado tambi¨¦n por las urnas. La dram¨¢tica experiencia de nuestra II Rep¨²blica avala a contrario la tesis de Huntington: si el primer cambio de gobierno (la coalici¨®n republicano-socialista ganadora de las elecciones fundacionales de 1931 fue derrotada dos a?os despu¨¦s por la alianza conservadora) provoc¨® al movimiento insurreccional revolucionario de octubre de 1934, el segundo relevo en el poder (la victoria del Frente Popular en febrero de 1936) fue interrumpido a los pocos meses por un golpe militar apoyado por las fuerzas mon¨¢rquicas y conservadoras derrotadas en las urnas.
El "test de las dos vueltas" -as¨ª lo denomina tam bi¨¦n Ralf Dahrendorf- podr¨ªa servir de consuelo a quienes sientan temor ante, la llegada de la derecha al gobierno. Un refr¨¢n popularizado por Franco con ocasi¨®n del asesinato del almirante Carrero Blanco sostiene que no hay mal que por bien no venga: si la victoria del PP implicase la irreversible consolidaci¨®n de las instituciones democr¨¢ticas en Espa?a, hasta los socialistas podr¨ªan aceptar que el precio a pagar por su derrota electoral ha sido bajo. La alternancia en el poder constituye un rasgo esencial del sistema democr¨¢tico. Las prolongadas estancias en el gobierno suelen producir desastrosos efectos en sus titulares; abstracci¨®n hecha de las manifestaciones patol¨®gicas ligadas a la corrupci¨®n, demasiados socialistas sucumbieron durante estos a?os a la tentaci¨®n de patrimonializar el Estado en beneficio per sonal o partidista. Y tampoco es suficiente con que el ordenamiento constitucional ofrezca a la oposici¨®n la posibilidad abstracta de llegar al gobierno; si esa expectatitiva no se materializa en un plazo razonable de tiempo, los partidos marginados del poder y los ciudadanos que les apoyan pueden sentirse expulsados del sistema.
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