Daguerrotipo de 20 a?os
La historia del peri¨®dico seg¨²n uno de sus columnistas, escrita para la exposici¨®n del vig¨¦simo aniversario
En medio de una Espa?a analfabeta de patio de caballos, de curas trabucaires, de sardina y alpargata, a finales del siglo pasado Giner de los R¨ªos inaugur¨® una corriente ¨¦tica e intelectual que se propuso regenerar el pa¨ªs. Un grupo de profesores, cient¨ªficos y literatos se sum¨® a esta empresa. Eran pocos, pero ten¨ªan un extraordinario dinamismo. Esta minor¨ªa selecta pertenec¨ªa a la burgues¨ªa ilustrada, una rara especie en este territorio, y, adem¨¢s, exhib¨ªa un talante moral como signo de distinci¨®n. La Instituci¨®n Libre de Ense?anza, el esp¨ªritu de la generaci¨®n del 98, el atene¨ªsmo de Aza?a, la revista Espa?a, el peri¨®dico El Imparcial, el magisterio de Ortega y Gasset desde la Revista de Occidente y el diario El Sol, los poetas y catedr¨¢ticos del 27, la alegr¨ªa vital de la II Rep¨²blica, forman parte de la estela que fue dejando aquel fermento, del regeneracionismo. La guerra civil produjo un derrumbamiento general de esta esperanza, pero a lo largo de 40 a?os de represi¨®n el sue?o de Giner de los R¨ªos se mantuvo como un polvo en suspensi¨®n flotando sobre tan prolongados escombros.Cuando el dictador muri¨® hab¨ªa varias generaciones nuevas en la calle que no hab¨ªan conocido aquel esp¨ªritu renovador. En la calle hab¨ªa adolescentes que se hicieron j¨®venes corriendo delante de los guardias bajo los gases lacrim¨®genos, j¨®venes que se hicieron profesionales estudiando masters en el extranjero; marxistas, democristianos, liberales, que se hicieron artistas, t¨¦cnicos o ejecutivos de las primeras multinacionales profundamente amamantados por una f¨¦rrea censura. Todos ten¨ªan algo en com¨²n: necesitaban la libertad, deseaban un futuro con Europa y trataban de organizar su vida en la inteligencia y la democracia.
El 4 de mayo de 1976, el diario EL PA?S sali¨® a la calle. Aquel residuo de generacionismo que hab¨ªa quedado suspendido en el aire descendi¨® al nivel de la sociedad e hizo s¨ªntesis al entrar en contacto con una multitud de barbudos penenes, universitarios rebeldes, clases medias antifranquistas, directivos de empresas con pasaporte muy sellado, funcionarios liberales. En las capitales de provincias y poblachones perdidos tambi¨¦n quedaban reductos de la antigua resistencia, boticarios galdosianos, poetas locales, eruditos an¨®nimos, sabios ignorados. EL PA¨ªS hab¨ªa hecho de catalizador de esa energ¨ªa progresista acumulada y enseguida se produjo la explosi¨®n.
Por otra parte, el peri¨®dico hab¨ªa nacido libre de pecado original, ya que el estigrna de Franco no hab¨ªa da?ado su mancheta. Tuvo la suerte de salir en el momento oportuno. EL PA?S no habr¨ªa sido el mismo si hubiera soportado la humillaci¨®n inicial de cubrir el fiambre del dictador con ep¨ªtetos elogiosos en el acto de las exequias, cuando toda la prensa tuvo que sumarse a la melosa voz del cardenal de Toledo para exaltar a Franco hasta mucho m¨¢s all¨¢ de la tumba.
Los progresistas llevaban EL PA?S bajo el brazo. Era un gui?o, ideol¨®gico, una se?al para reconocer a los tuyos al pie del quiosco, en las cafeter¨ªas, en el autob¨²s. Por aquella Espa?a se paseaba Carrillo con peluca; en las paredes hab¨ªa pasquines de los siete magn¨ªficos de Alianza Popular y no pon¨ªa debajo "se buscan "; a Felipe, que antes se llamaba Isidoro, la gente ahora lo apodaba Nadiuska; Adolfo Su¨¢rez ten¨ªa dos oficios: encantaba serpientes democristianas por la ma?ana y domaba militares golpistas por la noche. Hab¨ªan sucedido hechos de sangre recientemente. A¨²n hab¨ªa grumos de plasma en los tresillos de skay del despacho de abogados laboralistas de la calle de Atocha, y los pistoleros fascistas se mov¨ªan a sus anchas iluminados por las linternas de cobalto de los furgones de la polic¨ªa en las manifestaciones por la libertad y la amnist¨ªa, cuyos gritos se sincopaban con las pelotas de goma. Los j¨®venes, lectores de EL PA?S usaban pantalones de campana, jersey de cuello alto, patillas hasta media mejilla y zapatos con alza bajo las canciones de Los Brincos, que cantaban: "Con un sorbito de champ¨¢n / brindando por un nuevo amor / la suave luz de aquel rinc¨®n / hizo latir mi coraz¨®n". Los GRAPO hab¨ªan secuestrado a Antonio Mar¨ªa de Oriol y Urquijo y al teniente general Villaescusa cuando el supercomisario Conesa se hab¨ªa instituido en la caja negra de cualquier enigma de la cloaca franquista. EL PA¨ªS estaba dispuesto a ponerse las botas de pocero para bajar a la sentina del Ministerio del Interior. As¨ª lo hizo.
En aquel momento los j¨®venes rebeldes llevaban EL PA¨ªS hasta los lugares de la batalla. El peri¨®dico era arrollado junto con sus lectores cuando los caballos de la polic¨ªa irrump¨ªan en las cafeter¨ªas de Moncloa persiguiendo a los manifestantes. En medio de una gran profusi¨®n de vidrios derribaban el gran tostador de los pollos al ast, los vasos, los taburetes y los editoriales de Javier Pradera. Algunos a?os despu¨¦s, EL PA?S acompa?¨® a sus lectores en la zozobra del 23-F. La noche de aquel d¨ªa nefasto, el peri¨®dico se despleg¨® como una bandera frente a los golpistas, abri¨¦ndose paso en el asfalto entre el cord¨®n de tanquetas que cercaba el Congreso. A partir de ese instante, EL PA?S no s¨®lo alcanz¨® la mayor¨ªa de edad, sino que fue tomado por un referente de la democracia.
Su p¨²blico se fue ampliando: por la parte de abajo llegaba hasta Alaska y los Pegamoides, que cantaban Terror en el supermercado, por la parte de arriba comenz¨® a penetrar con cierta arrogancia en los despachos enmaderados de los m¨¢s altos banqueros. Lo le¨ªan los amantes de los Rolling Stones, los pol¨ªticos en las sedes de los partidos, los sindicalistas en las oficinas, los dise?adores, interioristas, los artistas inici¨¢ticos de la movida, los diplom¨¢ticos y los primeros punkis reciclados. Ya hac¨ªa tiempo que todos los padres de la patria se miraban cada ma?ana en este espejo para saber qui¨¦n era el m¨¢s guapo. EL PA?S no pretend¨ªa derribar a ning¨²n Gobierno. Le bastaba con saber que pod¨ªa levantar de la cama al presidente y obligarle a leer un editorial en pijama. Por lo dem¨¢s, gran parte del prestigio del peri¨®dico consist¨ªa en muy aburrido o que, en su lectura uno, pod¨ªa gastar todo el d¨ªa. EL PA?S no era ni siquiera hojeado por los porteros y eso tambi¨¦n llenaba de orgullo al soci¨®logo del tercero izquierda, que empez¨® a torcer el gesto cuando, a?os despu¨¦s, descubri¨® que el conserje en su garita del vest¨ªbulo estaba leyendo el art¨ªculo de opini¨®n de Juan Marichal y que tambi¨¦n entend¨ªa los dibujos de M¨¢ximo. ?se fue otro salto cualitativo.Al principio los periodistas de EL PA?S eran j¨®venes que no sobrepasaban los 30 a?os, llevaban barba, no ten¨ªan tripa, estaban enamorados de su trabajo dentro de un romanticismo de alcohol y tres paquetes de cigarrillos bajo la protecci¨®n de un loro enmarihuanado que concentraba residuos de los sonidos naturales que se produc¨ªan en las antiguas redacciones. Todav¨ªa hab¨ªa gritos, el tableteo de las ametralladoras, el vendaval de cinco dedos que arrasaba los papeles de las mesas a la hora de cierre. EL PA?S lentamente fue ganando posiciones en los estamentos del Estado con el ¨²nico patrimonio de su credibilidad. Nadie se muere hasta que no sale su esquela en Abc. Ninguna noticia ser¨ªa cierta hasta que no la publicara EL PA¨ªS. Sus enemigos m¨¢s tenaces reconocen que EL PA?S era un peri¨®dico t¨¦cnicamente bien hecho, una mercanc¨ªa de primera calidad, un producto fiable. Su ¨¦xito fulminante hab¨ªa creado un gran vac¨ªo alrededor. Atra¨ªdas por su fuerza de gravedad, las revistas Triunfo y Cuadernos para el Di¨¢logo comenzaron a girar en su ¨®rbita hasta caer como aerolitos junto con algunos de sus m¨¢s significados redactores en esta estrella del momento.
Ninguna noticia es lo suficientemente importante como para alterar el desayuno de nuestros lectores. Esta divisa de The Times de Londres podr¨ªa ser la consigna de EL PA?S. Rigor en la noticia, opiniones autorizadas, ausencia de amarillismo, libertad absoluta de expresi¨®n hasta el l¨ªmite mismo de la vida privada de cada individuo, mirarse en el ejemplo de cinco o seis rotativos que en el mundo pueden ser le¨ªdos con dignidad sin sentir ninguna lesi¨®n en la inteligencia y en el buen gusto y saber que la moderaci¨®n es el resultado de un prolongado ejercicio de fortaleza. Hoy entras en la Redacci¨®n de EL PA?S y s¨®lo se oye un rumor inform¨¢tico, pero en medio de una t¨¦cnica tan moderna, sobre los ordenadores de la ¨²ltima generaci¨®n a¨²n sigue flotando el esp¨ªritu de Giner de los R¨ªos, de Ortega, de Aza?a, de todos los grandes regeneracionistas de nuestra sociedad. Los periodistas fundadores de este peri¨®dico tal vez tienen tripa; otras levas de j¨®venes han entrado y se han sentado en las mesas calientes. Todos saben que EL PA?S s¨®lo tiene una barrera insalvable, la libertad y la democracia, la noticia y el producto bien fabricado.
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