Simone de Beauvoir
Para comprender a Simone de Beauvoir todav¨ªa har¨¢ falta mucho tiempo. Su implacable inteligencia, que ilumin¨® el planeta femenino, aparece hoy casi provodadora, en este tiempo nuestro que decreta el triunfo de las mu?ecas televisivas, a veces tan ignorantes como cabras.Como en Italia vivimos el Thermidor sin haber conocido la revoluci¨®n, los machistas, peque?os Napoleones de turno, han coronado como emperatrices a sus Josefinas. Se esfuerzan por ennoblecer a sus esposas y amantes -entrevistadas a toda plana en la prensa como nunca- convirti¨¦ndolas en instituciones, con saludos populares como si fueran el Consejo de Ministros, con oleadas de visitantes poderosos, de ¨¦lites de alto rango, entre periodistas, escritores y jefes televisivos de cadenas p¨²blicas y privadas. En contraste con toda esa febril presencia femenina se observa el silencio pl¨²mbeo de las otras mujeres, que parecen no querer reivindicar ya nada en la sociedad. Como af¨¢sicas, miran en v¨ªdeo su propia imagen, ataviada por los grandes modistas y anestesiada por la beauty. As¨ª, De Beauvoir aparece como una estrella solitaria, aunque de luz cegadora.
Cuando muri¨® hace 10 a?os, el 14 de abril de 1986, a los 78 a?os, en el hospital Cochin, su cuerpo -con el turbante rojo en la cabeza y el anillo de Nelson Algren en el dedo-, la peregrinaci¨®n de la multitud que la amaba dur¨® hasta el 19 de abril. Aquel d¨ªa, un cortejo f¨²nebre de 10.000 personas, compacto como el Sena, fue resbalando durante horas por Par¨ªs hasta aquel cementerio de Montmartre donde ya hab¨ªan enterrado a Sartre seis a?os antes, un 15 de abril. O¨ª elevarse un grito desgarrador: "?Mujeres, le deb¨¦is todo!". Era Elisabeth Bandinter, que expresaba su dolor y su amor. Aquella exclamaci¨®n reverber¨® en el cortejo, se repiti¨® de grupo en grupo, fue gritada en varios idiomas extranjeros. Numerosas muchachas lloraban.
Sin embargo, 10 a?os despu¨¦s parece que ha surgido el silencio en torno a De Beauvoir, sobre todo en Francia. La Pl¨¦iade publica a Colette y a Marguerite Yourcenar, las ¨²nicas mujeres que hasta ahora han entrado en la m¨ªtica colecci¨®n, pero pasa por alto a la Simone de Beauvoir de El segundo sexo. Con aquel ensayo, seg¨²n muchos estudiosos, tuvo un impacto contra la esclavitud femenina similar a la que tuvo La caba?a del t¨ªo Tom, de Harriet Beecher Stowe, en la historia estadounidense de la emancipaci¨®n de los negros. Se trata de un libro-manifiesto que recorri¨® casi medio siglo de la revoluci¨®n femenina y feminista, que cambi¨® la vida y la mentalidad de la mitad de las mujeres del mundo. A trav¨¦s de aquella frase filos¨®fico-m¨¢gica -"una no nace mujer, sino que se hace"-, De Beauvoir ense?¨® a comprender que el origen de la inferioridad femenina est¨¢ en la sociedad que la convierte en sierva, no en el sexo.
De peque?a, en las lecturas religiosas y espirituales, De Beauvoir hab¨ªa aprendido que todos los seres humanos son iguales ante Dios. "Var¨®n y hembra Dios los cre¨®...". Mucho m¨¢s tarde, en la Sorbona -hab¨ªa quedado segunda en el concurso para obtener una c¨¢tedra de Filosofia; el primero hab¨ªa sido Sartre-, su relaci¨®n con sus compa?eros de estudios hab¨ªa sido de igual a igual, sin condescendencia, vivido como un desaf¨ªo, una carrera en la que frecuentemente era De Beauvoir la que llegaba en primer lugar. Aprovechaba la ventaja fant¨¢stica que supone pertenecer a los dos mundos del saber y de la existencia, en comunicaci¨®n entre s¨ª, para recalcar su obstinada verdad: nacer mujer no es una desgracia. Y pensaba: "La situaci¨®n de las mujeres que ponen un pie en el universo masculino es m¨¢s propicia para comprender la situaci¨®n femenina". De ah¨ª su tibia adhesi¨®n al feminismo, que para ella se convirti¨® en una realidad con 60 a?os de retraso.
Desde joven tem¨ªa "el gueto femenino". En Am¨¦rica d¨ªa a d¨ªa narra una cena con algunas mujeres estadounidenses fieramente independientes, sin hombres. Pero De Beauvoir advierte que en todos esos anulares sin alianza acaba dominando un olor rancio de celibato, una esencia amarga, y la cena entre mujeres solas se convierte en una triste cena sin hombres.
Las feministas radicales desconf¨ªan de De Beauvoir y la acusan de doble juego. La insultan, llam¨¢ndola incluso "una mujer f¨¢lica, c¨®mplice del poder masculino dominante", rechazan esa felicidad constante que acompa?¨® sus relaciones con los hombres, desde Sartre hasta Nelson Aigren o tantos otros. De Beauvoir niega, testaruda, la idea de la incomunicabilidad entre los sexos. Al d¨ªa siguiente de su muerte, Antoinette Fouque, fundadora del movimiento duro PsycoPo (ahora diputada europea elegida en la lista del dudoso Bern¨¢rd Tapie), proclam¨® en una entrevista a Lib¨¦ration que, con la desaparici¨®n de De Beauvoir, el feminismo podr¨ªa por fin entrar en el siglo XX.
Desde luego, en De Beauvoir existi¨® una ambig¨¹edad hacia los hombres, empezando con el estrecho pacto con Sartre para cont¨¢rselo todo sobre los "amores contingentes" con objeto de salvar su "amor necesario". Como dos astros soberanos que hacen girar en tomo a ellos un sistema de estrellas subalternas: mujeres, hombres, hijas e hijos adoptivos. De Beauvoir calcula minuciosamente el tiempo de los encuentros: "Yo le dar¨¦ dos veladas, ¨¦l le dar¨¢ tres a Olga". En Invitada cuenta la fatigosa empresa de vivir siendo tres. En Los mandarines manifiesta una audacia er¨®tica de un nivel desconocido en Francia al contar los detalles m¨¢s ¨ªntimos con Nelson ("?Qu¨¦ indecencia!", dir¨¢ Mauriac). Por el escritor estadounidense ella parece olvidar "la esclavitud del matrimonio", siempre rechazado con Sartre, igual que su hostilidad a traer al mundo un hijo. Y llama a Nelson "mi querido esposo", pero le deja de golpe, brusca e inamovible, para escoger ahora y siempre a Sartre, porque "no puede hacer otra cosa sin renunciar a la verdad de su vida".
La conoc¨ª en Roma. Ind¨®mita, directa, sincera hasta la brutalidad. Era muy guapa. Como todas las mujeres que poseen esa fascinaci¨®n indescifrable que proviene del pensamiento, no era consciente del devastador efecto de conquista que produc¨ªa en los dem¨¢s. Conmigo fue generosa, porque despu¨¦s de la direcci¨®n de Noi Donne hab¨ªa asumido la de Vie Nuove, y ella comentaba con calor que era la primera vez que una mujer asum¨ªa en Europa un papel as¨ª (con Malaparte y Pasolini como colaboradores), algo cuyo m¨¦rito atribu¨ªan Sartre y ella... a Italia, que, para ellos era una segunda patria.
Nos volvimos a ver en Par¨ªs, despu¨¦s de recibir su cr¨ªtica entusiasta de mi libro Lettere dal inferno del PCI a Louis Althusser. Nunca nos hicimos amigas. Tal vez porque entonces Sartre era para m¨ª el interlocutor privilegiado. Pero frecuentemente me reun¨ªa con ella, bien en La Couple o en el Flore, donde De Beauvoir escrib¨ªa horas y horas y tomaba un bocadillo a mediod¨ªa. Otras veces la visitaba en su estudio de la Rue Schoelcher -no lejos de Sartre, que estaba en el Boulevard Raspail-, una gran habitaci¨®n con altas vidrieras, en la planta baja, cuyos muebles se reduc¨ªan a un amplio sof¨¢-cama, una mesa desnuda y numerosas estanter¨ªas de libros, sembradas de fotograf¨ªas de sus viajes. V¨¦rtigo del mundo. Estar en todas partes, apoderarse de todos los acontecimientos.
El ritmo de su vida ven¨ªa impuesto por la conquista incansable de la realidad, del conocimiento del mundo, que se transformaba en novela, ensayo filos¨®fico, diario, narraci¨®n, marcado por aquella primera frase victoriosa que afirma: "Es la primera vez''. Venecia, Grecia, Roma, la India, las tierras de la revoluci¨®n: China, Cuba con Castro, y antes a¨²n Estados Unidos, donde, apenas fuera del aeropuerto de Nueva York, se lanz¨® a las calles para recorrerlas a pie hasta la extenuaci¨®n. El via je como exploraci¨®n, descubrimiento, escritura. Avidez intelectual, bulimia de saber c¨®mo viven las otras mujeres del mundo, y solidaridad pasional hacia los m¨¢s desgraciados, en la ¨¦poca de la guerra de Argelia, pero tambi¨¦n en cualquier parte y cualquier latitud donde se inflamase un conflicto entre las mujeres y el poder. Tambi¨¦n eso es un valor hoy desaparecido. Todas est¨¢n hartas, saciadas de las im¨¢genes del v¨ªdeo; en la sociedad del espect¨¢culo, el mundo parece al alcance de la mano de las mujeres, pero, sin embargo, est¨¢ lejano.
En marzo de 1979, 10 mujeres europeas partimos a la aventura hacia Teher¨¢n para llevar nuestra solidaridad a las iran¨ªes, a quienes la revoluci¨®n integrista de Jomeini hab¨ªa impuesto una vez m¨¢s el velo negro e incontables abusos.
El viaje surgi¨® a partir de una conferencia de prensa que dio De Beauvoir en la sede de los derechos del hombre, en Par¨ªs. ?Qu¨¦ aventura para nosotras! De 10 que ¨¦ramos, s¨®lo tres llegamos hasta la ciudad santa de Qom, donde un Jomeini con ojos como tizones ardientes nos escuch¨® y nos ech¨® sin cumplidos. Pero hab¨ªamos llevado a cabo nuestra misi¨®n.
Con los a?os, De Beauvoir ya no pensaba que las mujeres estuvieran ganando la partida. Se aproxim¨® cada vez m¨¢s a las dem¨¢s. Suaviz¨® el tono implacable. "Me han enga?ado", exclamar¨ªa al final de su gran obra La fuerza de las cosas. Una frase que explot¨® como una bomba at¨®mica para quien la hab¨ªa seguido fielmente. ?Fue ella misma quien se enga?¨®? ?O enga?¨® a las dem¨¢s al ofrecer una existencia liberada de la esclavitud de la casa, de la familia, de los hijos? ?O fueron los dem¨¢s? ?O era la vejez -a la que dedica un ensayo denso como El segundo sexo- que avanzaba y la enfermedad que irrump¨ªa y la arrastraba hacia la muerte?
En Roma volv¨ª a verla una ¨²ltima vez en la florida terraza del hotel Nazionale. ?Pero acaso la propia Roma -que muestra con indiferencia los siglos acumulados- no subraya lo ef¨ªmera que es la vida? Al final, algo atormentador para una mente tan fr¨ªamente razonadora, De Beauvoir no dir¨ªa ya como en su juventud "la primera vez", sino "nunca m¨¢s". "Ha llegado el momento de decir nunca m¨¢s", escribe. "No soy yo la que se despega de las antiguas felicidades, sino ellas de m¨ª: los senderos de la monta?a se niegan a mis pies; nunca m¨¢s me desplomar¨¦ cansada entre el olor del heno, nunca m¨¢s resbalar¨¦ solitaria en la nieve de la ma?ana. Nunca m¨¢s un hombre". A De Beauvoir se la ama porque ha existido. Porque, como Rimbaud, anunci¨® haber trabajado, testaruda, "por el fin de la infinita esclavitud de las mujeres".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.