Visita al Jard¨ªn Bot¨¢nico
He encargado una encuesta, aprovechando que las empresas y el personal de sondeos electorales est¨¢n en oferta, a precios asequibles, esperando la pr¨®xima temporada. Sobre un campo (seg¨²n se especifica en factura) de 2.724 personas, de ambos sexos, en edades comprendidas entre los 12 y los 76 a?os, residentes en la Comunidad de Madrid, se hizo la siguiente pregunta: "?Conoce usted el Jard¨ªn Bot¨¢nico de nuestra ciudad?".He aqu¨ª las respuestas m¨¢s frecuentes y los porcentajes: "No s¨¦ de qu¨¦ me habla", 6,5%; "?De qu¨¦ va, t¨ªo?", 38,7%; "?Qu¨¦ jard¨ªn"?, 9,3%; %Es algo de la OTAN?", 14,9%; "?Ah!, ?pero tenemos Bot¨¢nico?", 10,3%; "Lo conozco. Es magn¨ªfico", 4,4%; "?Se, refiere al Parque de Atracciones?", 3,4%; "Tampoco saben", 12,5%.
La fiabilidad de estas conclusiones es, por supuesto, nula. Previamente me hab¨ªa lanzado a la descubierta y explotaci¨®n de este lugar, creado por Fernando VI en 1755 y trasladado por Carlos III, desde el Huerto de Migas Calientes (al parecer por el Manzanares), a su actual emplazamiento en el paseo del Prado.
Me hice acompa?ar de mi amiga Simone, experta en jardiner¨ªa por amor al arte. Sabe conocer el ¨¢rbol, la planta, el arbusto, y toma, con autoridad, entre sus, dedos el tallo sobre el que se acampana la flor del rododendro; o arranca una hebra de la mata de lavanda. Quise hacer lo mismo, inclin¨¢ndome, y, poco segundos despu¨¦s, la espesa sombra y la severa mirada de un guarda me devolvieron al respeto debido. Supo que era un ignorante.
Se hab¨ªa inaugurado la primavera y por la ciudad flotaba una fina nube de polen, azote de al¨¦rgicos y signo de la trashumante fecundidad vegetal. Poca gente all¨ª, con aire absorto y entendido, escasez que confirma el arraigado desprecio del espa?ol por lo que desconoce. Las azaleas, la olorosa artemisa del ajenjo; jacintos morados, como panochas ofrecidas; la fragancia de la salvia y, en aquel momento, la presunci¨®n de las rosas, que ya estar¨¢n hartamente florecidas, anticipadas por las menudas pompon de Par¨ªs, que imagino se corresponden a las de pitimini. No falta la flor de la jara, humilde y tenaz, ni el tozudo geranio, de cierta variedad. casi aristocr¨¢tica.Un asombroso muestrario de ¨¢rboles sacude las ramas demuestra memoria: el casta?o, el pan y quesito, que nadie come ya; las acacias, de mimosas colgantes; algunos olmos ilesos, ganadores del cielo; el espeso tilo, los robustos pl¨¢tanos, el cedro mediterr¨¢neo, la enorme sequoia, que parece lo que es: una se?ora gorda americana.
De los cinco sentidos, cuatro se ven colmados: la vista incr¨¦dula ante los depurados matices; el olfato, que termina en una desorientada embriaguez; el tacto, que disfruta, sin que sea preciso rozar el suav¨ªsimo p¨¦talo; y el o¨ªdo, pues el airecillo que se cuela entre las frondas y espesuras arranca diferentes armon¨ªas e inspira al ruise?or.
Ocho hect¨¢reas de para¨ªso, en pleno coraz¨®n de la ciudad, cuidadas con, amor, esmero y competencia. Un atareado jardinero escoge los letreros que ha de hincar en el sitio correspondiente: "Oiga, ?no se equivoca alguna vez?". Miente, sonriendo: "?Oh, s¨ª; a menudo!". El Iat¨ªn es la lengua materna de las plantas; luego toma nombres, apodos, motes y referencias.
Pienso en la gente afortunada que entrega la vida toda para lograr una tonalidad, un escorzo in¨¦dito, sin hacer caso del poeta, que aconsejaba dejarla en paz, que as¨ª es la rosa. Puede ser de otra manera, y no debe haber mayor orgullo, m¨¢s que una calle, una estatua, una avenida, que figurar en el cat¨¢logo, junto a la filiaci¨®n de una camelia.
O sea, que no han ido, o lo hacen rara vez, al Jard¨ªn Bot¨¢nico. Ustedes se lo pierden. De nada.
El Jard¨ªn Bot¨¢nico es, quiz¨¢, la ¨²nica asamblea heterog¨¦nea que tenemos en Espa?a que se lleva bien con el ambiente, con el pasado, tambi¨¦n con el porvenir y entre las distintas especies que lo pueblan. Quiz¨¢ porque entre sus parterres no se agazapen las plantas carn¨ªvoras.
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