Liberia
En 1990, en la mal llamada guerra de Liberia -pues hasta los denominados soldados gubernamentales no merec¨ªan otro nombre que el de facci¨®n de bandoleros cuando los rebeldes de Taylor se encontraban todav¨ªa a varias semanas de Monrovia-, el recinto de la Oficina de Naciones Unidas para el Desarrollo fue asaltado por un grupo de soldados gubernamentales. Se viol¨® la inmunidad diplom¨¢tica, uno de los principios m¨¢s sagrados del derecho internacional, y, lo que es peor, corri¨® sangre inocente. Al amanecer, la noticia se extendi¨® como la p¨®lvora. Ya no recuerdo c¨®mo me enter¨¦. Se trataba de un mensaje claro para todo el cuerpo diplom¨¢tico acreditado en Monrovia: "Cualquier embajada que diera alojo a los miembros de las etnias perseguidas por los soldados gubernamentales podr¨ªa sufrir la misma suerte".Hacia las nueve de la ma?ana recibo la visita inesperada del decano del cuerpo diplom¨¢tico, el embajador de Costa de Marfil. Las relaciones de su pa¨ªs con el Gobierno del presidente Doe, el sargento chusquero que asumi¨® el poder en el sangriento golpe de Estado de 1980 por el mero hecho de ser el que ten¨ªa mayor graduaci¨®n entre los 16 soldados que hab¨ªan participado en el mismo, pasaban por momentos muy dif¨ªciles. El presidente Doe hab¨ªa acusado al Gobierno marfile?o de estar apoyando al movimiento rebelde de Taylor. Por ello me pidi¨® que, provisionalmente, asumiera el decanato.
Me puse en contacto con el delegado de Naciones Unidas y esa misma ma?ana nos reunimos en su oficina los miembros del cuerpo diplom¨¢tico. Fue la primera vez en mi vida que expuse p¨²blicamente la necesidad de limitar el sacrosanto principio de la "no intervenci¨®n en los asuntos internos de los Estados" por razones humanitarias y en defensa de los derechos humanos. Me sorprendi¨® que la mayor¨ªa del cuerpo diplom¨¢tico compartiera mis tesis, y as¨ª se transmiti¨® al delegado, quien prometi¨® informar urgentemente al secretario general. Esa tarde, el presidente Doe nos convoc¨® a una reuni¨®n urgente en la oficina de Nacio-
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nes Unidas. Pidi¨® disculpas por lo sucedido, atribuyento la responsabilidad a grupos incontrolados, y prometi¨® adoptar las medidas oportunas para que hechos similares no ocurrieran m¨¢s.
Al d¨ªa siguiente, a primera hora de la ma?ana, el delegado de Naciones Unidas me comunic¨® que hab¨ªa recibido ¨®rdenes del secretario general de cerrar la oficina y repatriar a todo el personal. Fue como un mazazo en la cabeza y un dardo que her¨ªa profundamente mi fe en las Naciones Unidas. Liberia quedaba. abandonada al odio tribal. El Consejo de Seguridad nunca se reunir¨ªa. En Liberia no hab¨ªa intereses econ¨®micos que lo justificaran.
Hoy vivo en solitario no s¨®lo la indignaci¨®n, sino la repugnancia, por el abandono de Liberia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, Unicef, el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja, M¨¦dicos sin Fronteras y Acci¨®n Contra el Hambre. Miles de heridos y refugiados quedan abandonados a su suerte. Abandono que, desde la distancia, suena a cobard¨ªa. Las fuerzas de la Ecomog han demostrado su inoperancia, y 150.000 personas, casi el 10% de un pueblo inocente, han muerto sin ning¨²n sentido.-
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