Holocausto
Una espesa y arom¨¢tica nube de humo asciende a los cielos en holocausto complementario desde la plaza de Las Ventas. Sacrificio ritual de miles de puros de todos los grosores y tama?os, el coso es un inmenso pebetero donde se queman las mejores labores del Caribe en honor del santo patr¨®n de las fiestas locales. La tribu se resiste a abandonar sus ancestrales h¨¢bitos, ajena a las severas recomendaciones de las autodenominadas autoridades sanitarias y a los apocal¨ªpticos dicterios de los ecologistas de sal¨®n que lloran por la suerte de los corn¨²petas que van a morir, entre b¨¢rbaros ritos, y por el posible deterioro de la capa de ozono afectada por las emanaciones tab¨¢quicas de la multitud.No hay aut¨¦ntica fiesta sin transgresi¨®n, y en la de San Isidro las transgresiones se acumulan, aunque los transgresores no sean conscientes de estar violando precepto alguno; pero si un d¨ªa, que puede estar al caer, los vigilantes de la salud general, inquisidores de pulmones ajenos, deciden, como ya hicieron en otras partes, prohibir fumar en los espect¨¢culos p¨²blicos, entonces los transgresores se convertir¨¢n en rebeldes y estallar¨¢ el mot¨ªn. La tribu madrile?a, que ya se revel¨® frente a Esquilache por un qu¨ªtame all¨¢ esa capa, no tolera bromas con ¨¦stas, sus cosas. No hay d¨¦spota, por muy ilustrado y europeo que sea, capaz de borrar de un plumazo, a golpe de decreto, el puro y el toro, aunque para otras tribus de la Uni¨®n la imagen del aborigen ibero con su fiesta, su puro, su copa y su manduca rica en colesterol, represente un atavismo insufrible, a erradicar de una Europa baja en calor¨ªas.
En Estados Unidos, donde se protege a las bestias y se ejecuta a los humanos legalmente, los frentes de salvaci¨®n animal se han radicalizado y sus militantes atentan en la clandestinidad contra la vida de los presuntos culpables de animalicidio, despu¨¦s de haberse atiborrado de hamburguesas, picadillo infame de reses hormonadas y enfermas que los animalistas deben pensar que fallecieron de muerte natural, sin intervenci¨®n de la cuchilla del matarife. En Estados Unidos, donde dentro de poco ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil hacerse con un paquete de cigarrillos que con un rifle de asalto, hay organizaciones antitab¨¢quicas cuyos militantes llevan la pistola al cinto, y est¨¢n dispuestos a defender su raci¨®n de aire puro quit¨¢ndoles el resuello a los r¨¦probos fumadores que se les acerquen humeantes.
En Madrid, en San Isidro, las turbas alegres y despreocupadas siguen a lo suyo y exprimen sus ¨²ltimas cuotas de libertad y transgresi¨®n sin percatarse de que el cerco se estrecha a su alrededor y de que miles de ojos les vigilan.
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