Del buen gusto
En Madrid presumimos de tener muy buen gusto. No s¨®lo c¨¢nones est¨¦ticos de las damas y caballeros de El Viso siguen siendo, desde hace d¨¦cadas, muy estrictos. Tambi¨¦n de los habitantes de Carabanchel, Arg¨¹elles, Prosperidad, de las urbanizaciones perif¨¦ricas o del mism¨ªsimo Cascorro lo son. La elegancia tiene una cuota elevada de fidelidad a las pautas de vida adoptadas por uno mismo, :en algunos. Otros creen que se trata, llanamente, de la expresi¨®n sencilla de la belleza. Pero Madrid es tambi¨¦n, a pesar nuestro, la capital mundial de la horterada. Un juicio grave ¨¦ste. Su enunciado no persigue menoscabar la fama de nuestra ciudad. M¨¢s bien describe hechos: fue aqu¨ª donde surgieron las primeras -y han brotado las ¨²ltimas- manifestaciones de tan singular fen¨®meno. Aqu¨ª rieron sus definidores. Se ha reflexionado poco y mal so, este asunto, sin embargo. Lo hortera se confunde a menudo con otras expresiones concernientes a la afectaci¨®n o mal gusto, como cursiler¨ªa y remilgamiento, o a sustantivos como lila, pat¨¢n, pedante, incluso isidro -ahora mismo muy en boga- u otros. Precisemos, pues.Como nadie desconoce, los asuntos est¨¦ticos son los de m¨¢s inextricable enjundia. Incluso en una ciudad como Madrid, caracterizada por la exterioridad de la vida, la siempre elevada sociabilidad de sus gentes y el acentuado sentido del rid¨ªculo de sus lugare?os, que muestran un rigor muy exigente en todo cuanto concierne al buen gusto. El para¨ªso de colores y de formas que El Prado esconde resulta ser, al trasluz del cielo de Madrid, un muy principal atesoramiento donde los madrile?os est¨¦ticamente se enriquecen. Tambi¨¦n la proporcionalidad del castellano que aqu¨ª se habla contribuye a perfilar la elegancia en la expresi¨®n de esa belleza. Pero, pero, lo m¨¢s singular es que los untos relacionados con la est¨¦tica suelen ser empleados, ,si siempre, como mecanismos discriminantes de orden social.
Todo indicaque la palabra horterada surgi¨® en el tr¨¢nsito de siglo, en un escenario de lucha social entre la aristoacia y la clase asalariada, madrile?as. Los primeros declinaban socialmente. Los segundos, avanzaban poco a poco a costa de negar los privilegios de aqu¨¦llos. El de hortera fue un concepto cuyo surgimiento obedeci¨® al intento de las clases hidalgas de neutralizar a las capas sociales ascendentes mediante una descalificaci¨®n est¨¦tica -y moral- que escond¨ªa su car¨¢cter social discriminatorio. Se trataba de una pugna incruenta, pero encamizada.
Lo hortera, que desapareci¨® del uso p¨²blico durante la posguerra civil, reapareci¨® en Madrid mediados los a?os cincuenta, una vez que las clases sociales madrile?as se recompusieron tras la hecatombe. Fue entonces, en aquel escenario social, cuando la clase media alta franquista recuper¨® nuevamente los conceptos de hortera y de horterada y comenz¨® a hostigar con ellos a las capas sociales medias y bajas, para discriminarlas de nuevo y asignarse as¨ª en Madrid el monopolio del buen gusto, de la moral y del buen hablar. Aunque suene fuerte a o¨ªdos posmodernos, es evidente que la ideolog¨ªa dominante es la ideolog¨ªa de los que dominan; por ello, conceptos como horterada y hortera se extendieron posteriormente por otras clases, y grupos prendiendo en sus filas, incluso entre los recipiendarios iniciales de su veneno.
Al extenderse de esta forma, el significado de hortera dej¨® de implicar la discriminaci¨®n de tina clase por otra. Ahora s¨®lo se refiere a individuos. Si convenimos una definici¨®n, un hortera podr¨ªa ser hoy aquel que exhibe un rub¨ª en su estirado dedo me?ique mientras bebe un espumoso y vocea no haber carecido nunca de cuarenta duros. De esta forma, el del rub¨ª puede ser hoy en Madrid el yuppie, la se?orita pijolina, el engominado broker o el enterado que s¨®lo repite 'personalmente, yo, o sea, t¨ªo, y tal'. Lo mejor de todo es que a nadie se presigue ya por su mal gusto. Ahora, ¨²nicamente es un asunto privado, que nunca tuvo que ver con la rebeld¨ªa, esa forma suprema de ir contracorriente, imprescindible para cambiar el mundo.
En Madrid, pues, la administraci¨®n. del buen gusto ya no es monopolio de ¨¦lite alguna. Tampoco lo es de los poderosos. M¨¢s bien, pertenece a la mayor¨ªa. Hoy se halla en manos de aquella gente que sabe que la belleza no discrimina a nadie por su origen, etnia o clase y que todos los que lo desean son capaces de expresarla de manera sencilla. Elegantemente.
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