La mochila o la vida
Historias de bandidos asaltan a los caminantes en la Pedriza, entre el Cancho de los Muertos y el Tolmo
Cuentan las cr¨®nicas que, a principios del siglo XIX, la Corte registraba un mare m¨¢gnum tal de buscones, facinerosos, sacamantecas y apaches que rara era la ma?ana en que el pueblo no festejaba, con ambiente y bullanga de romer¨ªa, alguna ejecuci¨®n en el Campo de Guardias, en. la plaza de la Cebada o en las afueras de la Puerta de Toledo.. A falta de cuponazos, los ciegos cantaban en las plazuelas las infamias del madrile?o Candelas, pero la lenta mancha de aceite de la vox populi propagaba otros apellidos coevos y no menos ominosos: Santos, Balseiro, Villena. Los tres hallaron en los laberintos de la Pedriza inspiraci¨®n, refugio y ocaso."Para Luis Candelas, la ciudad y sus campos, hasta donde empiezan las arenas diluviales; para Pablo Santos, la sierra, en la cual vivi¨® y muri¨®": as¨ª presum¨ªa Bernaldo de Quir¨®s que se hab¨ªan repartido el pastel el bandido de la calle del Calvario -a quien solamente una vez se le ocurri¨® operar en despoblado- y el terror de la Pedriza, que lo sembr¨® a pu?ados en la vecindad del cancho Centeno, donde se guarec¨ªa, y acab¨® cosechando un trabucazo en la cerca de los Huertos de parte de Isidro el de Torrelodones.
Otros autores, pero ¨¦stos an¨®nimos, urdieron con sus bandoler¨ªas la leyenda que a¨²n gravita sobre el cancho de los Muertos. Para remernorarla in situ, deberemos cruzar el Manzanares por el puente que cae a levante de Canto Cochino, salvar un fugaz repecho a mano izquierda y optar por la senda que, se?alizada a brochazos blancos y amarillos, trepa por el pinar hacia el septentri¨®n. En una hora, como much¨ªsimo, estaremos velando al pie del f¨²nebre risco.
El collado que toparemos poco m¨¢s adelante se llama del Cabr¨®n. Las vistas, aqu¨ª, a 1.303 metros, son de buitre o de salteador al acecho y una de las que excita m¨¢s la codicia del excursionista es la ingente mole esf¨¦rica del Tolmo, medio mill¨®n de kilos (de granito) ca¨ªdos del cielo sobre la vaguada de la Dehesilla, al este de nuestra atalaya. Tal rumbo ser¨¢ el que sigarno,5 en lo sucesivo, bajando al arroyo de la _Majadilla por trocha zigzagueante y sin se?alizar para rastrear aguas arriba las marcas rojas y blancas que conducen hasta ese tesoro de la geolog¨ªa.
Est¨¢ escrito que, a finales de abril de 1839, siendo intendente del Palacio Real el marqu¨¦s de Gaviria, una cuadrilla de, forajidos capitaneada por Francisco Villena, alias El Sastre, y Mariano Balseiro, de profesi¨®n ebanista, ex tenientes ambos del vilmente agarrotado Candelas, sustrajo a los dos hijos del susodicho del colegio en que estudiaban y los traslado en carruaje a la Pedriza, desde donde se expidi¨® a un pastor con la siguiente misiva del mayor: "Querido pap¨¢: si quiere usted volver a ver a sus hijos que se hallan en medio de doce hombres, y que no perezcan, env¨ªe usted inmediatamente con el dador a una persona de confianza con 3.000 onzas de oro y no perceremos. Que esto, por Dios, no lo sienta la tierra". Pero la tierra lo sinti¨® y, cercada por un grupo de milicianos junto al Tolmo, la partida huy¨® sin ni?os y en desbandada. Semanas m¨¢s tarde, Villena y Balseiro fueron apresados y condenados a pena de muerte, la cual ejecut¨®se el 20 de enero de 1840 en el pat¨ªbulo de la Puerta de Toledo, a las once en punto de la ma?ana.
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