Ponce, valiente y torero
Valiente Enrique Ponce; valiente y torero estuvo en el sexto toro, al que cuaj¨® una faena emotiva e inspirada. No se esperaba tanto. El toro desarrollaba sentido por el pit¨®n derecho y Ponce estaba empe?ado en torearlo ah¨ª, pese a los avisos que recibi¨® en forma de tornillazos y achuchones. Cu¨¢nto de bueno le ver¨ªa, se ignora. Hasta que le desenga?¨® una aparatosa voltereta.Y se ech¨® la muleta a la izquierda...
Se ech¨® Ponce la muleta a la izquierda y vino el alarde de valent¨ªa para aguantar las primeras embestidas inciertas, de t¨¦cnica bien aprendida para llevarla hasta donde era menester, de poder¨ªo para acabar embarcando con hondura y templanza. Una teor¨ªa de ayudados coron¨® aquellas tandas emocionantes y no hac¨ªa falta m¨¢s: el toreo estaba hecho, el toro dominado, el p¨²blico enardecido, el triunfo ganado a ley.
Valdefresno / Ortega, Mejia, Ponce
Toros de Valdefresno (dos devueltos por inv¨¢lidos), anovillados en general, tambi¨¦n inv¨¢lidos, 6? con respeto y cornal¨®n; encastados. Sobreros de Carmen Borrero, discretos de presencia, 2? con poder y genio, 4? manso.Ortega Cano: pinchazo, otro perdiendo la muleta, dos pinchazos, estocada perpendicular desprendida -aviso- y siete descabellos (bronca); dos pinchazos, bajonazo descarado -aviso- y dobla el toro (bronca). Manolo Mej¨ªa: media atravesad¨ªsima, pinchazo sin cuadrar, pinchazo hondo ca¨ªdo -aviso- y bajonazo (jilencio); pinchazo, espadazo baj¨ªsimo enhebrado y descabello (pitos). Enrique Ponce: estocada corta tendida (silencio); estocada atravesada, dos descabellos -aviso con cuatro minutos de retraso-, descabello y se echa el toro (oreja). Plaza de Las Ventas, 27 de mayo. 17? corrida de feria, Lleno.
Mas a Enrique Ponce debi¨® saberle a poco y continu¨® la faena: nuevos derechazos al albur de que el toro mantuviera el resabio de ese lado, otra vez los naturales algunos de los cuales le salieron excelentes -si bien los iba desgranando sin ninguna ligaz¨®n-, el molinete, los pases de pecho, los ayudados... Todo ello ten¨ªa m¨¦rito, es evidente; pero el toreo no fue jam¨¢s -nunca deber¨ªa ser-, la historia interminable. Tard¨® en matar y no sucedi¨® nada contrario a sus intereses pues hab¨ªa en el palco un presidente con reglamento particular que le envi¨® un aviso en el tiempo previsto para dos. Ese presidente, que se llama el se?or Valderas, est¨¢ autorregulado.
El desarrollo de la feria ha elevado dos diestros por encima del escalaf¨®n: Joselito y Ponce. ?Qui¨¦n de ellos manda en la fiesta? Vendr¨¢n ahora los an¨¢lisis y las confrontaciones de criterios y ya se vera, si es que permiten sosegarlos los partidarios de cada cual, cuyos fervores alcanzan proporciones delirantes.
Los partidarios acuden a la plaza a aclamar a su toreo pase lo que pase. Y as¨ª igual se volv¨ªan loquitos con Enrique Ponce mientras toreaba sin temple y fuera cacho al novillote inv¨¢lido que le correspondi¨® en primer lugar, como cuando le cuaj¨® al sexto unas ver¨®nicas de pata l'ante espl¨¦ndidamente reunidas y ligadas, con el broche de la media ver¨®nica por partida doble, ce?ida y hasta un tanto belmontina.
Buen toreo no se ha visto mucho en lo que va de feria, ni siquiera aquellas tardes de orejas f¨¢ciles y triunfalismo desaforado, pero queda claro que, entre lo mejor de lo mejor, destacan sendas faenas, creativas y emocionantes, de Enrique Ponce: la que le hizo d¨ªas atr¨¢s al toro de Samuel, la de este sexto toro serio, incierto y problem¨¢tico. Y, en ambos casos, con la izquierda, toreando al natural; la mano y la suerte fundamentales del toreo. No es irrelevante el dato: el natural ven¨ªa siendo la asignatura pendiente de Enrique Ponce, la que menos prodigaba, con lo cual quedaban desvalorizadas sus faenas, casi siempre construidas a base de derechazos instrumentados al hilo del pit¨®n.
Con semejantes formas intentaron torear Ortega Cano y Manolo Mej¨ªa y les sali¨® un churro. Descentrado Ortega, torp¨®n Mej¨ªa -aunque estuvo muy variado en quites-, matadores desastrosos lo dos, fueron comparsas en esta corrida interminable -casi tres horas dur¨®- de toros anovillados, la mayor¨ªa inv¨¢lidos, sobreros por partida doble, alg¨²n derribo estrepitoso, que iba abocada al fracaso.
Hasta que Enrique Ponce, recrecido y valiente, tore¨® al natural. A los aficionados no pudo sorprenderles pues saben que lo bordaba en su ¨¦poca brillante de novillero y en sus esperanzadores primeros a?os de matador. El reencuentro del torero con el arte ha sido feliz. Y s¨®lo por eso va a tener trascendencia esta procelosa feria de San Isidro 1996.
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