Singularidad
Mi amiga Sylvia (esa extra?a "y" le viene de nacimiento) es capaz de acariciar con ternura a un ofidio sin que le tiemble el metabolismo. Simpatiza tambi¨¦n con los an¨¦lidos, con las ara?as y con los miri¨¢podos, y confieso que nunca he querido preguntarle por las cucarachas (mi animal antifavorito) por no exponerme a romper nuestra amistad. Sin embargo, se estremece ante las aves. Le descomponen los picos, los penachos, los espolones, las crestas, y, en gene, ral, todo aquello que mantenga relaci¨®n con el mundo alado. Si un anorak tiene plumas, Sylvia prefiere el fr¨ªo.As¨ª todo, es afortunada: su singularidad no quebranta ninguna regla esencial y nada le impedir¨¢, si ¨¦se es su deseo, llegar a peluquera o subsecretaria del Ministerio del Interior.
Por el contrario, existe otro tipo de deslices que s¨ª acarrean dificultades a sus portadores. En verdad, casos muy s¨®rdidos y pat¨¦ticos. S¨¦ de un sujeto que se dobla de terror ante la llegada de un cura. Poco importa que sea, a larga distancia o por televisi¨®n.
Es una reacci¨®n que le brota de las entra?as: empieza a tiritar, gime, deja los ojos en blanco y cuando parece que por fin va a caer desmayado, ante la estupefacci¨®n de los presentes, pone pies en polvorosa y desaparece como una estrella fugaz.
La fobia de este individuo viene de antiguo (cuentan que hizo la Primera Comuni¨®n con los ojos vendados) y a diferencia de lo que ocurre con Sylvia, ¨¦l nunca podr¨¢ llegar a lo m¨¢s alto, ya que los subsecretarios, por obligaci¨®n, tienen que saludar de vez en cuando a alg¨²n obispo (que son como los curas, pero con anillo y m¨¢s galones) y no se le perdonar¨ªa una escenita como la descrita l¨ªneas arriba.
Lo curioso es que se trata de un hombre normal, de esos que trabajan, desayunan y compran cosas en El Corte Ingl¨¦s tirando de la Visa. Y ya que estamos en ello, quiero hacer constar que uno, humildemente, tambi¨¦n dispone de alg¨²n desorden vistoso.
Por ejemplo: me deprime pertenecer a la especie humana, si bien reconozco que no sabr¨ªa elegir otra cosa. Escribo, pero me desesperanzan los escritores. Adoro a mi joven esposa, y ella lo sabe, pero eso no basta para que me ayude a fregar. Pienso, floto, me cautivan las ideas, pero combato a muerte a los fil¨®sofos, por melifluos y relamidos. Y como adem¨¢s lo rajo todo, la gente me acaba cogiendo man¨ªa. Queda demostrado, por tanto, que en esto de las rarezas tambi¨¦n hay clases.
Pero me despisto y pierdo el hilo: en realidad, -yo quer¨ªa referirme a la alarma social que ha originado lo sucedido hace dos semanas en el Ayuntamiento de Pozuelo durante un homenaje a Gerardo Diego. Resulta que estaba previsto repartir entre los estudiantes (de 12 a 15 a?os) un libro del poeta y que en su lugar" por error, les colocaron otro diferente; al parecer, lleno de picard¨ªas. Imagino el jolgorio entre los afortunados.
La obra en cuesti¨®n se titula Acostarse con la reina (de Roland Topor) y todo apunta a que contiene cierta carga er¨®tica. Bien, pues conociendo a los del PP, esto ha debido representar un palo para ellos; y de los gordos. He aqu¨ª otra singularidad (quiz¨¢ una de las m¨¢s extendidas entre la pedan¨ªa ib¨¦rica) que incide directamente en el entramado social: el p¨¢nico a la sexualidad y a sus recovecos. Es antinatural, pero pasa.
Y si no, valga esta desgarradora muestra. Habla Mar¨ªa Luisa Grande, concejal de Educaci¨®n: "Estoy destrozada. Ya he pedido perd¨®n a todos los colegios y a los padres. No s¨¦ qu¨¦ hacer ya. Me han llamado los padres escolapios y las monjas". Arrollador, caballeros. El tema es tan peliagudo que incluso la directora del instituto afectado no quiere remover la historia. "Ser¨ªa peor pedir a los chavales que devuelvan el libro. Seguro que entonces se interesan".
Y despu¨¦s de lo visto, se convendr¨¢ conmigo en el tinte diab¨®lico que encierra el caso. Es de justicia ayudar a estas mujeres. No se puede permitir que sufran de modo tan cruel. Hay que animarlas. ?Que se han equivocado de libro? Vale, pues a comprobar la mercanc¨ªa la pr¨®xima vez, y pelillos a la mar. Como quien dice.
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