Una Iglesia con perfil propio
En el interesante art¨ªculo de Andr¨¦s de Blas Guerrero Catolicismo y nacionalismos en Espa?a (EL PA?S, 22-5-1996) hay varias apreciaciones e intuiciones muy acertadas sobre el papel de la Iglesia espa?ola en el siglo XIX como aliada de las fuerzas ultraconservadoras, sobre todo carlistas. Pero en su diagn¨®stico sobre la del siglo XX me parece menos preciso y con importantes lagunas.El punto especial de discrepancia es su an¨¢lisis de la Iglesia catalana, difuminada dentro de una Iglesia espa?ola proclive al nacional-catolicismo, cuyo inventor fue Men¨¦ndez y Pelayo con su exaltaci¨®n de la Iglesia de Espa?a, motor de la Contrarreforma y por tanto "luz de Trento y martillo de herejes".
La Iglesia catalana de los ¨²ltimos 100 a?os ha tenido un indudable perfil propio y a menudo se ha apartado de las directrices de la espa?ola. Para empezar recordemos que a finales de siglo el obispo de Vic, Torras i Bages, antes de ascender al episcopado, con su obra La tradici¨®n catalana (1892) dio un giro decisivo a la actitud de la mayor¨ªa del clero catal¨¢n que r¨¢pidamente evolucion¨® del carlismo al catalanismo regionalista.
Evidentemente Catalu?a viv¨ªa tambi¨¦n en un ambiente de cristiandad, aunque no de nacional-catolicismo, y de gran fidelidad a Roma. El presidente de la Mancomunidad, Prat de la Riba, era cat¨®lico pero se rode¨® de un equipo eficiente donde encontramos a republicanos federales y agn¨®sticos.
Durante la dictadura de Primo de Rivera el Gobierno de los generales denunci¨® a la Iglesia catalana en Roma acus¨¢ndola de catalanista y consigui¨® que el Vaticano redactara unos decretos admonitorios, restrictivos y humillantes que, gracias a las gestiones del cardenal Vidal i Barraquer, no se pusieron en pr¨¢ctica ni fueron promulgados. Pero el dictador desterr¨® a varios religiosos catalanes considerados "desafectos" y se opuso a una Iglesia liberal, abierta y muy enraizada en el pa¨ªs. Y decidi¨® el nombramiento de obispos no catalanes para desnaturalizar a una Iglesia con perfil propio. El principal fue Manuel Irurita, primero obispo de Lleida y despu¨¦s de Barcelona, pietista e integrista ac¨¦rrimo y enemigo de la Federaci¨® de Joves Cristians de Catalunya, movimiento de gran alcance, en la l¨ªnea de la JOC de Cardijn. El diario cat¨®lico El Mat¨ª y eclesi¨¢sticos ilustres, corno el cardenal Vidal y Carles Card¨® y Llu¨ªs Carreras, aceptaron la Rep¨²blica con cierta satisfacci¨®n. En Catalu?a el equipo de la Esquerra Republicana tuvo una actitud poco favorable a los cat¨®licos, aunque no hostil como en Madrid.
Vino la guerra civil y la Iglesia catalana, que sufri¨® la inmolaci¨®n de, 2.500 sacerdotes y religiosos y religiosas, no estaba al corriente de la conspiraci¨®n, excepto quiz¨¢ el doctor Irurita, seg¨²n reporta V¨ªctor M. Arbeloa en uno de sus libros, secuestrado por la censura franquista. La pastoral colectiva a favor de la cruzada franquista fue preparada por el cardenal Gom¨¢, arzobispo de Toledo, integrista, militante anticatalanista declarado y enemigo de Vidal i Bairraquer. Una actitud parecida, aunque m¨¢s moderada, ten¨ªa el doctor Pla y Deniel, obispo de ?vila, quien a un catal¨¢n que le pregunt¨® por qu¨¦ no les contestaba en esta lengua respondi¨®: "Hablo la lengua de mis feligreses".
En cambio, no es casualidad que la famosa carta colectiva de adhesi¨®n de Franco de 1937, preparada por Gom¨¤, no fue firmada por el obispo de Vitoria, el vasco M¨²gica, ni por el arzobispo de Tarragona, Francesc Vidal i Barraquer. Y el can¨®nigo Carles Card¨®, fugitivo de la FAI en 1936, public¨® en Francia en 1946 el libro Histoire spirituelle des Espagnes y Franco le intent¨® sobornar sin ¨¦xito para que no la editara. La obra, de car¨¢cter hist¨®rico sobre las dos Espa?as, condenaba el derecho a la sublevaci¨®n militar como remedio a una situaci¨®n extrema. Recientemente se ha editado el cap¨ªtulo in¨¦dito de dicho libro, El gran ref¨²s (1994), que estudia la actitud anticatalana y antiliberal de la Iglesia espa?ola que se sirvi¨® antes y durante el franquismo de los obispos forasteros para imponer actitudes reaccionarias y un espa?olismo centralista y nacional-cat¨®lico en Catalu?a. Hubo excepciones, como las declaraciones condenando al r¨¦gimen (Le Monde noviembre de 1963) del abad de Montserrat, Aureli M. Escarr¨¦. Existi¨®, pues, una Iglesia catalana, alejada del integrismo, no hostil al "orden liberal-democr¨¢tico" pero generalmente de base o en centros de espiritualidad y cultura como Montserrat o los capuchinos y con figuras como el jesuita Miquel Batllori, etc¨¦tera. Desde 1971 esta situaci¨®n se ha ido normalizando y la Iglesia catalana jer¨¢rquicamente tiene m¨¢s peso.
Este perfil propio es lo que la ha distinguido y le ha dado una voz muy personal dentro del mosaico eclesi¨¢stico de Espa?a, donde la Conferencia Episcopal Espa?ola vuelve a presionar a Roma contra la Iglesia catalana.
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