Almer¨ªa, La Chanca y la memoria
A Juan GoytisoloAlmer¨ªa ha mantenido siempre, desde el remoto comienzo de su historia ¨¢rabe, la naturaleza de una ciudad de acogida. A la ca¨ªda del califato, los escritores cordobeses -como el bien conocido Ibn Hazam- y los escritores granadinos encuentran en la ciudad dorada, que cant¨® Manuel Machado, un c¨¢lido lug¨¢r de refugio.
Tambi¨¦n fueron acogidos en Almer¨ªa los m¨ªsticos y suf¨ªes disc¨ªpulos de Ibn Masarra, que tanta relaci¨®n iban a tener luego con una de las figuras mayores de la espiritualidad isl¨¢mica, Ibn Arabi de Murcia.
La vida cultural de Almer¨ªa tiene su comienzo en Pechina -Bayyana-, donde los ¨¢rabes conviv¨ªan con los jud¨ªos y con los moz¨¢rabes, que pod¨ªan venerar con toda libertad las reliquias de san Indalecio, uno de los siete varones apost¨®licos.
Almer¨ªa era entonces tan s¨®lo la torre vig¨ªa (al mariyya) de Pechina. En el siglo XI, cuando ya las defensas de la ciudad y el puerto estaban construidos, tuvo un gran desarrollo lo que era el barrio occidental de Al Hawd, que corresponder¨ªa al emplazamiento actual de La Chanca. En ese periodo llega Almer¨ªa a uno de los momentos de m¨¢s rica vida cultural durante el reinado de Al Mutasim.
"Todos los que llegan a la corte de Almer¨ªa", escribe la arabista Soledad Gibert, "sienten alegrarse su coraz¨®n". Uno de los poetas de ese tiempo escribe a prop¨®sito de la silueta -todav¨ªa tan bella- de la Alcazaba:
"Cuando llegas a ver el castillo de Almer¨ªa / est¨¢s cerca del oc¨¦ano de la generosidad".
El color de Almer¨ªa, el color de los ropajes de sus gentes era entonces el blanco, s¨ªmbolo de la paz del esp¨ªritu y de la plenitud vital.
El territorio de La Chanca sigue ese extraordinario desarrollo, de la ciudad desde comienzos del siglo XI y, siendo primero un arrabal exterior al recinto amurallado, queda muy poco despu¨¦s defendido con murallas el barrio de Al Hawd, del aljibe o del dep¨®sito de agua, barrio de mercados, posadas y barcos, donde se avecindaban tambi¨¦n los jud¨ªos.
El nombre chanca es un andalucismo que designa un dep¨®sito para curar boquerones, caballas y otros pescados. Apl¨ªcado como top¨®nimo al emplazamiento actual aparece citado en el primer libro impreso en Almer¨ªa en 1699.
En ¨¦poca moderna, en el siglo XIX, La Chanca, que hab¨ªa pasado un largo periodo de depresi¨®n, como simple asentamiento de pescadores y mercaderes, pero siempre vinculada a la ciudad, se convierte -seg¨²n se?ala Ram¨®n de Torres a prop¨®sito del Plan Especial para el Desarrollo de La Chanca, aprobado en 1990- "en el barrio obrero m¨¢s representativo de los ensanches de Almer¨ªa".
La evoluci¨®n relativamente coordinada o acompasada de la ciudad desde sus or¨ªgenes ha sido lastimada o quebrantada muy gravemente en tiempos mucho m¨¢s pr¨®ximos.
El problema de intensidad mayor -problema que, como un c¨¢ncer, est¨¢ destruyendo inexorablemente la textura urbana- es el del abandono y el olvido. Ya tuve ocasi¨®n de se?alarlo en abril de 1993: Almer¨ªa est¨¢ perdiendo la memoria de s¨ª misma. Quiero volver sobre el tema para que lo que s¨®lo fue entonces testimonio oral adquiera ahora la validez o el rigor del testimonio escrito.
La ciudad ha dejado de ser una aut¨¦ntica comunidad. Se ha fraccionado en guetos, ha padecido un -acaso ya dif¨ªcilmente reparable- proceso de desintegraci¨®n.
El solemnemente llamado -y, efectivamente desamparado- "casco hist¨®rico" es un lugar privilegiado por la negligencia total. Hay almerienses que no han subido a la Alcazaba desde hace 14 o 15 a?os. Habr¨¢, imagino, entre los m¨¢s j¨®venes quienes no la hayan visitado nunca. No deben de ser muy numerosos los ciudadanos que conozcan el mihrab de la gran mezquita de Almer¨ªa en la actual iglesia de San Juan. Escas¨ªsimos los que hayan conocido el bell¨ªsimo claustro de la catedral, que el obispado excluye rigurosamente de la visita -por lo dem¨¢s pagada- a la casa del Padre.
La ciudad ha dejado de ser un lugar de convocaci¨®n. Los almerienses apenas tienen plazas que puedan llamarse tales. La plaza Mayor -una plaza bell¨ªsima hasta la reforma que culmin¨® con la erecci¨®n del horrendo monumento a los Colorados- es un lugar desertado.
Ciertamente, entiendo que Almer¨ªa est¨¢ en la actualidad conformada como un agregado de zonas adyacentes, pero netamente separadas por fronteras acaso no visibles y, acaso por eso mismo, m¨¢s reales.
La frontera es, simplemente, un l¨ªmite; m¨¢s all¨¢ empieza el reino del otro. El otro es el que est¨¢ en la parte que no es nuestra de la frontera. El que est¨¢ del otro lado del l¨ªmite puede transgredirlo, traspasarlo. Tal posibilidad la sentimos como una amenaza y la zona urbana que ocupamos adquiere entonces car¨¢cter de territorio defendido, no de territorio compartido. Es decir, deja de ser ciudad, lugar del intercambio c¨ªvico de todos con todos.
Lo que pasa m¨¢s all¨¢ de la zona que ocupamos -y en la que nos suponemos a salvo- constituye un bloque de total desconocimiento.
Mirar sin ver, eludir toda forma de que el otro se nos haga excesivamente presente, porque sus problemas pod¨ªan parecernos una acusaci¨®n.
Tal es lo que sucede a la gente de la Almer¨ªa del enriquecimiento o la abundancia respecto del barrio de La Chanca. No la conocen porque no se asoman a ella, porque tienen luego miedo a lo desconocido y fabulado y porque sienten al que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de un l¨ªmite preciso como un posible factor de riesgo.
La Chanca es un ejemplo grave. Pero al menos La Chanca habla, combate, se hace o¨ªr. Hay otros ejemplos menos combativos o m¨¢s clausurados, como El Puche, Los Almendros y, a su manera, toda la vieja parte de la ciudad tan s¨®lo protegida para visitas tur¨ªsticas.
Los nuevos almerienses viven en barrios mostrencos que podr¨ªan estar construidos en cualquier parte del mundo, barrios que no tienen memoria, que acaso no lleguen a tenerla nunca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.