El continente y la isla
V¨ªctima de una naufragio existencial o pr¨¢ctico, buscas a las dos de la madrugada una calle por la que salir o ser arrojado a la M-30, cuando de s¨²bito aparece ante tus ojos un chiringuito musical con neones tropicales que parece m¨¢s bien una isla del Caribe. Abandonas el coche, nadas hasta la orilla de aquella extra?a formaci¨®n geol¨®gica y resulta que est¨¢ llena de n¨¢ufragos y n¨¢ufragas con un vaso en la mano que, igual que t¨², se han perdido despu¨¦s de cenar dando con sus escasas pertenencias en ese pedazo de realidad. Madrid est¨¢ ahora lleno de estas islas que surgen de debajo de la tierra cuando se hace de noche para recoger los restos humanos que la maquinaria del d¨ªa escupe por doquier. En una sola madrugada, si eres buen nadador, puedes realizar un crucero por seis o siete islas, cada una llena de replicantes de las otras donde, igual que en los espejos de una peluquer¨ªa, se reproducen las nucas, las miradas y los escotes que han visto en la primera parte de la traves¨ªa. Te asomas a un escote de ¨¦sos, o a una conversaci¨®n, lo mismo da, y encuentras los mismos pechos o los mismos adjetivos que unas horas antes se agitaban como mariposas en la isla de Manhattan, s¨®lo que en espa?ol.Algunos de esos n¨¢ufragos y n¨¢ufragas, cuando amanece, no saben regresar a casa y han de vagar durante todo el d¨ªa por oficinas o mercados hasta que a la noche se encienden otra vez las luces de ne¨®n del Caribe pl¨¢stico y van al encuentro de sus compatriotas. Los m¨¢s desorientados se transforman en mendigos que se arrastran por ciudades y suburbios hasta que un primo o una hermana, al llegar el invierno, los saca en Qui¨¦n sabe d¨®nde recuper¨¢ndolos para la vida familiar con las dificultades emocionales seriamente da?adas. En esta clase de extrav¨ªos nos parecemos bastante a las abejas, muchas de las cuales, despu¨¦s de haber estado recogiendo miel durante una jornada animal, se pierden al regresar a la colmena y zigzaguean de un lado a otro, siendo expulsadas de todos, hasta que dan con una isla de luz hal¨®gena donde perecen abrasadas. Por la ma?ana, aparece su cad¨¢ver junto al de dos o tres mariposas africanas que entraron por error en un cuarto de estar con cortinas estampadas y flores de tela al que tomaron por una isla vegetal, igual que nosotros vemos en los recovecos de ne¨®n de la M-30 o de la Castellana un trozo del Caribe donde perecemos sentimentalmente atra¨ªdos por sus cantos de sirena. De manera que depositan sus huevos (2.000 por n¨¢ufraga) en el interior de la tele y cuando salen las larvas s¨®lo se pueden alimentar de radiaciones, de ah¨ª que los gusanos que vemos luego en el sof¨¢ sean tan enormes. Y las saunas son islas tambi¨¦n, aunque forman parte de un archipi¨¦lago distinto en el que, aun a riesgo de que irrumpa la polic¨ªa, la gente va en busca de ese Viernes que promete la literatura al n¨¢ufrago trabajador y honesto que durante la jornada ha orde?ado a las cabras y ha sembrado tomates. Pero as¨ª como entendemos el disfraz de ne¨®n en el archipi¨¦lago caribe?o de Madrid, no logramos comprender el decorado de la sauna. ?Qu¨¦ hay de atractivo en ese ingenio sudador? ?No acudir¨ªan igual los viernes y buscadores a establecimientos disfrazados de despensa, biblioteca, tienda de antig¨¹edades o caf¨¦ teatro?De donde se deduce que la l¨®gica de las islas nada tiene que ver con la del continente. Lo sabemos porque hemos recorrido muchos archipi¨¦lagos, pero tambi¨¦n porque cada uno de nosotros es finalmente un islote, una piedra en medio del oc¨¦ano en cuyas ¨¢speras paredes se alimentan los moluscos de nuestros sue?os de regresar a casa. Y eso es lo parad¨®jico del n¨¢ufrago sea de ne¨®n o de sauna, de biblioteca o prost¨ªbulo, de periferia o centro, que lo que busca en las islas es lo ¨²nico que ellas no tienen: continente. De manera que si, v¨ªctima de un naufragio existencial o pr¨¢ctico, das a las tres de la ma?ana con una isla artificial en los baj¨ªos de la M-30 o de la Castellana, no te detengas, al menos que desees encontrarte en el rostro y en los adjetivos de los otros para vagar luego ignorando qui¨¦n eres hasta que Paco Lobat¨®n te rescate en el invierno de ti mismo.
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