Del ¨¢lamo al cielo
Un paseo desde el viejo ¨¢rbol de Miraflores hasta la "cima solitaria" que cant¨® Vicente Aleixandre
La historia de los hombres ha sido escrita a la sombra de unos cuantos ¨¢rboles, ¨¢rboles que asaz se les parecen: la encina eterna de los latinos, la altiva p¨ªcea de los vikingos, el estoico olivo de los andaluces, el roble tenaz de los vascongados... La cr¨®nica m¨ªnima, casi familiar, de Miraflores de la Sierra ha sido escrita con la savia de un ¨¢lamo negro. Algo sab¨ªan de ¨¢lamos los romanos cuando les bautizaron populus, ¨¢rboles del pueblo; algo sab¨ªan los miraflore?os cuando se reun¨ªan a la vera del negrillo -como all¨ª se nombraba- para sestear, declararse a las novias o meramente pelar la pava. El ¨¢lamo de Miraflores y Miraflores eran una misma cosa: pueblo.Ya estaba en mitad de la plaza la olma -que as¨ª se llama tambi¨¦n por estos pagos- el verano de 1927 en que Aleixandre vino a curarse de su enfermedad de siempre. Cincuenta a?os m¨¢s tarde, el flamante premio Nobel de literatura (1977) segu¨ªa pachucho, y viniendo, con la puntualidad del equinoccio, a su casa Vistalegre. Viniendo y cantando -?menudo juglar para pueblo tan menudo!- a un Pastor hacia el puerto ("Un hombre bajo el cielo, / solitario entre lana, entre los bajos robles hace poco plantados..., / y con el pie pidiendo verdad, mientras los brazos abren / o cruz o grito para s¨®lo bestias") y a la Figura del le?ador ("Rel¨¢mpago de pronto parec¨ªa. / De la tierra irrumpido. Como si ella se abriese, / y robusta se irguiese como una luz el hacha, / coronando al humano"); al cementerio y al duro sol; al pobre tonto y al chicuelo que duerme en la era; a la madre joven y al ¨¢rbol viej¨ªsimo: "Diez hombres no rodear¨ªan su tronco./ ?Con cu¨¢nto amor lo abrazar¨ªan midi¨¦ndolo ... !".
Unas hojas del 'abuelo'
Cuentan en Miraflores que uno de los ¨²ltimos deseos de don Vicente fue que le trajesen unas hojas del abuelo, y que se hizo su voluntad llev¨¢ndole a Madrid una rama y una bolsa con semillas. Poco despu¨¦s enmudec¨ªa el poeta (1984), casi como presagiando la agon¨ªa inm¨®vil de la olma, que, apestada por la graflosis, se fue derecha al cielo de los ¨¢rboles grandes y buenos, donde s¨ª que hay ¨¢ngeles negrillos. Muertos ambos, no hay "otro milagro de la primavera" que valga: s¨®lo versos y caminar, haciendo poes¨ªa al andar."El pueblo est¨¢ en la escarpa de una sierra. / Arriba la Najarra. / Abajo la llanura con una sed enorme de perderse. / Despe?ado, colgante, qued¨® el pueblo agrupado bajo el ¨¢rbol". As¨ª queda el caser¨ªo, api?ado en torno al ¨¢lamo seco, cuando el excursionista comienza a remontar el valle desde la fuente del Cura. Siempre por la margen derecha del r¨ªo Miraflores ("del peque?o r¨ªo que ha nacido en el puerto / y reciente, espumeante llega a las manos frescas, / como un arroyo a¨²n, sin presunci¨®n del Tajo donde muere viejo de d¨ªas") el camino serpentea f¨¢cil hasta la altura del embalse, porf¨ªa luego a golpes de zigzag con el robledal y, al desembocar en una zona de prados, se esfuma con un aroma de cantueso y un runr¨²n de "cigarras fuertes, ¨¦litros de duros grillos...". No importa: poco m¨¢s arriba, por la linde del pinar, sube la vieja ca?ada en demanda de "la Morcuera, el puerto que un boquete / abre y se da a otro llano, feraz ahora y diverso". O sea: el valle de Lozoya.
A la Najarra
Desde el puerto de la Morcuera (antes Marcuera, Malacuera Malabrigo), que campea a 1.796 metros, quedan otros 300, y 10 m¨¢s de propina, para encaramarse a la Najarra, "monta?a / hirviente que en su entra?a, / s¨®lo piedras agita"; monte pelado, de ¨¢spero gneis, al que el excursionista le hinca el diente por, toda la cuerda, trepando hacia el sur hasta topar el v¨¦rtice geod¨¦sico y, dando la espalda a los montes Carpetanos, recitar con el pen¨²ltimo aliento, como acaso hizo el poeta: "Desde esta cima solitaria os miro, / campos que nunca volver¨¦is por mis ojos, / piedra de sol inmensa, entero mundo, / y el ruise?or tan d¨¦bil que en su borde lo hechiza". Se titula Adi¨®s a los campos, y ese ruise?or tan d¨¦bil, que nunca nadie oy¨® cantar en el Guadarrama, no era otro que Aleixandre.
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