Torres de soberbia
Por una de esas casualidades de la vida que de pronto cobran un valor pedag¨®gico, en los mismos d¨ªas en que se celebraba el congreso de arquitectura de Barcelona yo tuve que pasar varias veces bajo las torres que antes se llamaban de KIO, al final del paseo de la Castellana y casi de Madrid, y cada vez que ve¨ªa delante de m¨ª su pretenciosa brutalidad me acordaba de la canonizaci¨®n de la figura del arquitecto que estaba sucediendo en Barcelona, de los actos de sumisi¨®n multitudinaria e incondicional a las estrellas internacionales del oficio de los que daba cuenta cada ma?ana el peri¨®dico. Y s¨¦ que la arquitectura, como todo, se ha convertido en el coto vedado de los expertos, de modo que emitir sobre ella una opini¨®n de aficionado o de usuario encierra casi tanto peligro como opinar sobre arte si no se es cr¨ªtico de arte, o de libros para ni?os si no se es experto en pedagog¨ªa y en literatura infantil, pero no creo que deba ofenderse nadie si digo que ¨¦l estrellato de los arquitectos me parece al menos tan hortera como el de los tenor¨¦s de ¨®pera o el de los actores de Hollywood, una tergiversaci¨®n de los valores m¨¢s nobles de un oficio, caricaturizados en espect¨¢culo y en publicidad.No importa mucho la arquitectura: como en la pintura, como en el cine m¨¢s comercial o en los recitales de ¨®pera, lo que importa sobre todo es la cara, la firma, la pose, la comuni¨®n de las almas con una sustancia indiscutible de modernidad. Luis Fem¨¢ndez-Galiano, que sabe tanto de arquitectura y sabe adem¨¢s explicarla con tanta afici¨®n y claridad, ha sugerido estos d¨ªas que muchas de las personas que se hacinaban durante el congreso para ver de cerca a los arquitectos podr¨ªan haber dedicado un esfuerzo m¨¢s f¨¦rtil a mirar los mejores edificios de Barcelona, que es una ciudad tan espl¨¦ndida de arquitecturas desde los tiempos del g¨®tico, tan poblada de obras maestras singulares de esa clase de edificios que en apariencia no resaltan pero que constituyen la prosa diaria del espacio de una ciudad, su rostro usual y verdadero, un juego de monoton¨ªas y diferencias, de colores de tejados y l¨ªneas de balcones un cierto equilibrio entre las formas de las casas y las tonalidades de la luz, entre las calles y la vida.
Pero ya digo que importa mucho m¨¢s el arquitecto que la arquitectura, la firma que la obra, el reportaje de fotograf¨ªas sofisticadas en una revista que la realidad vulgar del edificio. La glorificaci¨®n del arquitecto es un episodio en las supersticiones canonizadoras del artista y del genio a lo largo del siglo XX. Desde el momento en que alguien alcanza el estatuto de genio todo le est¨¢ permitido, y todo lo que firme contendr¨¢ los rasgos indiscutibles de la genialidad, que en ocasiones guardar¨¢n notorias semejanzas con los del descaro. El genio como pura escenificaci¨®n par¨®dica de s¨ª mismo y como espantap¨¢jaros ante el que se rinde el m¨¢s selecto pantanatismo universal es Salvador Dal¨ª, pero tambi¨¦n puede serlo cualquiera que haya convertido su nombre en una marca y su oficio en un producto comercial: decenas de miles de personas aguantan en Londres bajo la lluvia y el fr¨ªo para escuchar a Pl¨¢cido Domingo, a Pavarotti y a Carreras cantando Clavelitos; los multimillonarios m¨¢s tremendos se mueren por atesorar gordos y gordas: de Botero; las sociedades an¨®nimas m¨¢s poderosas del mundo, as¨ª como los municipios y los gobiernos aut¨®nomos espa?oles -que no suelen reparar en gastos, a condici¨®n de que sean superfluos-, pagan cualquier precio por tener un edificio firmado por las estrellas absolutas de la arquitectura. Para el aficionado indocto, las noticias sobre los grandes concursos y en cargos internacionales se acaban pareciendo a la actualidad tediosa de los faraonismos de la ¨®pera: siempre los mismos nombres en todas partes, las mismas celebridades hipertrofiadas, inmunes a Ia distancia y a la fatiga de los viajes intercontinentales. En la Espa?a delirante y despilfarradora de los a?os ochenta, no hab¨ªa alcalde ped¨¢neo ni presidente de cabildo que no quisiera engalanar su mandato con un recital de Pavarotti, con una estatua de Botero o con un edificio tan colosal como fuera posible firmado por S¨¢enz de Oiza por Rafael Moneo, por Normar Foster o Phillip Johnson.
Pasando estos d¨ªas atr¨¢s junto a las ex torres KIO, que se ciernen de pronto sobre la perspectiva del paseo de la Castellana con una insolencia amenazadora, con tina gravitaci¨®n de cataclismo y desgracia, yo me acordaba del entusiasmo con que Phillip Johnson viaj¨® en los a?os treinta por la Alemania nazi, y sent¨ªa la calidad f¨ªsica de dominaci¨®n y soberbia, de tiran¨ªa visual y espacial, que s¨®lo puede tener la arquitectura. En la pintura, en la m¨²sica, los caprichos, las vanaglorias o las irresponsabilidades del genio no afectan a casi nadie, y desde luego no de manera irreparable. En literatura, un libro mal escrito es un contratiempo del que cualquiera puede prescindir en la segunda p¨¢gina, y ni siquiera la peor de todas las novelas ha logrado da?ar la belleza de una ciudad. La arquitectura, sin embargo, no puede ser m¨¢s que de todos, y afecta tanto a nuestras vidas que en ella la arrogancia y el capricho siempre son tir¨¢nicos, y la irresponsabilidad siempre es da?ina, o directamente catastr¨®fica.
Yo sospecho que algunos arquitectos est¨¢n tan envanecidos con su propio talento y con la reverencia de sus fieles que no aceptan la intromisi¨®n en sus obras de las vidas, los trabajos y los deseos de la gente com¨²n del mismo modo que hay m¨²sicos a los que parece ofender el juicio del p¨²blico, y literatos que s¨®lo dicen sentir inter¨¦s por las opiniones de unos cuantos elegidos. En los mejores edificios, como en los mejores libros, se intuye siempre un punto de deferencia, una especie de vela dura del talento, que aspira en el fondo a desaparecer de la obra, a dejar que ¨¦sta se haga soluble en las cosas, en una ciudad o un paisaje, en la imaginaci¨®n de un lector.
Pasando bajo el grosero colosalismo de las torres de Johnson, yo pensaba que representaban exactamente lo contrario de lo que m¨¢s me gusta, tanto en la vida como en el arte, en la arquitectura y en la literatura: no son m¨¢s que un monumento desaforado a la soberbia, a la doble soberbia imp¨²dica del genio y del dinero.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.