Francia, suspendida hasta septiembre
Chirac y Jupp¨¦ se hunden en la impopularidad, crece la angustia social y se teme un oto?o conflictivo
Tienen una mayor¨ªa parlamentaria abrumadora y controlan todos los resortes del poder. Las cosas deber¨ªan irles bien. Pero les van muy mal. Jacques Chirac y Alain Jupp¨¦, presidente y primer ministro de Francia, respectivamente, chapotean en un pantano de desempleo, problemas econ¨®micos, corrupci¨®n pol¨ªtico-financiera y des¨¢nimo social. Chirac y Jupp¨¦ son impopulares y los franceses son infelices. No hay crispaci¨®n, sino pesimismo y aut¨¦ntico miedo al futuro. Una palabra, mundializaci¨®n, resume todos los temores. Francia se siente desamparada ante un mundo irracional.La crisis existencial de diciembre, ese largu¨ªsimo mes de huelgas no exactamente corporativas, manifestaciones que ped¨ªan lo imposible -empleo- y estupor generalizado, no se ha cerrado todav¨ªa. Las mismas dudas, agravadas, se entrev¨¦n en las encuestas, los informes bancarios y las estad¨ªsticas: los franceses ahorran todo lo que pueden y creen que lo peor est¨¢ por llegar. Se sab¨ªa que el presidente Ch¨ªrac habr¨ªa de hacer frente al desencanto creado por las promesas incumplidas del candidato Chirac, pero ni los m¨¢s pesimistas esperaban tal desfallecimiento colectivo.
La mundializaci¨®n, ese extra?o fen¨®meno que obliga a desmantelar el estado del bienestar, a vivir peor y a sacrificar la pol¨ªtica racional en el altar de una econom¨ªa imprevisible, es la bestia negra de los franceses y un aut¨¦ntico man¨¢ para la ultraderecha xen¨®foba y proteccionista de Jean-Marie Le Pen. "La angustia, el miedo de los asalariados es colosal. Esto puede arder tras las vacaciones", anuncia el soci¨®logo Henri Vacquin en su libro El sentido de una c¨®lera.
En un nivel estrictamente pol¨ªtico, las encuestas son concluyentes: Alain Jupp¨¦ est¨¢ quemado. Ya no se conf¨ªa en ¨¦l. Cuando esto sucede, el primer ministro, deja de ser un escudo para el presidente, y se convierte en un lastre. Jupp¨¦ hizo un nuevo intento, por remontar la cuesta de su impopularidad con una comparecencia en televisi¨®n, la semana pasada, sin otro resultado que el de realzar su propia caricatura: arrogante, insensible, tecnocr¨¢tico y sin ideas.
El domingo 14 de julio, fiesta nacional, le toc¨® el turno a Chirac, en su ¨²ltimo gran mensaje a los franceses antes de vacaciones. Y lo que dijo fue descorazonador: manten¨ªa la confianza en Jupp¨¦ y, de cambiar a alguien, cambiar¨ªa a la ciudadan¨ªa francesa. "S¨¦ bien que hay actualmente una inquietud profunda en el coraz¨®n y el ¨¢nimo de los franceses, una especie de desorden y de confusi¨®n que se desarrolla por la falta de moral", dijo. Para a?adir que su Gobierno lo estaba haciendo bien y que la responsabilidad de la crisis era colectiva: "El crecimiento est¨¢ en las manos de cada uno de nosotros", afirm¨®.
Jupp¨¦ no lo ha hecho bien. Su tarea m¨¢s tit¨¢nica, la reforma de la Seguridad Social, no da frutos: con las nuevas medidas de ahorro, el d¨¦ficit de 1996 ten¨ªa que ser de 17.000 millones de francos (340.000 millones de pesetas), pero ya se sabe que no bajar¨¢ de 48.000 millones. En un a?o, ha establecido impuestos adicionales por valor de 2,5 billones de pesetas. El paro ha superado de nuevo el tope de los tres millones de personas, y casi cinco millones cobran el subsidio de reinserci¨®n. Para los pr¨®ximos meses se anuncia m¨¢s desempleo. El Gobierno ha efectuado bochornosas presiones sobre los jueces para evitar investigaciones sobre su gente, mientras el terrorismo ha rebrotado en C¨®rcega. Lo peor de Jupp¨¦, con todo, ha sido su incapacidad de justificar los esfuerzos exigidos al pa¨ªs, su falta de talento para ofrecer un futuro mejor como recompensa a los sacrificios. Anoche, Jupp¨¦ reuni¨® por en¨¦sima vez a sus ministros para arengarles, para pedirles vigor y entusiasmo. La reuni¨®n de Matignon fue acogida con sorna incluso por los medios informativos m¨¢s afines al poder.
Chirac cuenta con Jupp¨¦ porque no ve alternativa. Nombrar a otro primer ministro para hacer otra pol¨ªtica supondr¨ªa romper con Maastricht, algo inasumible hoy por hoy, y reconocer un grav¨ªsimo error personal. Para hacer la misma pol¨ªtica que Jupp¨¦, pisando menos callos, s¨®lo valdr¨ªa el traidor ?douard Balladur, un hombre a quien Chirac no desea tener cerca.
Chirac, adem¨¢s, se entiende bien con Jupp¨¦, y hasta ahora ha estado esperando un cambio en la coyuntura econ¨®mica internacional que les permitiera a ambos rehacerse.
Pero la coyuntura ya es buena en todo el mundo industrializado, salvo en Europa. Y los presupuestos restrictivos previstos para el a?o pr¨®ximo en casi todos los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea auguran borrascas para el pr¨®ximo a?o.
El presidente ten¨ªa previsto cambiar algunos ministros antes de vacaciones, para devolver a primera fila algunas figuras balladuristas y liberales, como Charles Pasqua o Fran?ois L¨¦otard. El prop¨®sito era reanimar un Gobierno comatoso y, sobre todo, cerrar los desgarros abiertos por las presidenciales en la coalici¨®n conservadora, con la mirada puesta en las legislativas de 1998. No ha habido cambios por ahora, y en los esca?os de la derecha se ha extendido la opini¨®n de que es el propio, Jupp¨¦ quien debe irse.
Los sondeos son alarmantes para los conservadores, que disponen de 484 diputados frente a s¨®lo 93 de la izquierda. Los franceses empiezan a ver como un mal menor la cohabitaci¨®n, es decir, un presidente conservador con un Gobierno socialista. Los diputados gaullistas y liberales ven en peligro su bien m¨¢s preciado, el esca?o, y empiezan a exigir a Chirac un nuevo jefe de filas para acudir a las elecciones. Pero, tan desorientados como los ciudadanos de a pie, no saben qui¨¦n puede ser su l¨ªder.
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