El raro ejemplo de una gasolinera
De entre la corriente de noticias de la temporada, casi todas, como es de rigor, malas y desalentadoras, se destaca, aun en su peque?ez, una buena. Y como, incluso siendo tan peque?o, el bien se multiplica y agranda y cobra dimensiones simb¨®licas, podr¨ªamos detenemos un poco en comentar esta peque?a buena noticia con el fin, tambi¨¦n, de multiplicar y agrandar el bien que ya en s¨ª misma lleva. Ha sido reconstruida, y se ha puesto ya en funcionamiento, la gasolinera de Alberto Aguilera esquina a Vallehermoso, en el madrile?o barrio de Arg¨¹elles, que hab¨ªa sido demolida hac¨ªa a?os con el objeto de poder construir, en el magn¨ªfico solar que ocupaba, un bloque de viviendas o un hotel. Los entendidos la han tenido siempre como uno de los hitos del racionalismo arquitect¨®nico en Espa?a. Esta obra de Fem¨¢ndez Shaw, construida en 1927, se hab¨ªa ido deteriorando y, repentinamente -se dijo que empujada por el temor de los propietarios a que se la declarara de inter¨¦s especial-, desapareci¨® y durante a?os ha habido en su lugar un chiringuito muy pintoresco donde se expend¨ªa gasolina. Dejando de lado las razones profundas y seguramente muy v¨¢lidas -y en ¨²ltimo t¨¦rmino absolutamente comprensibles- de cada parte del contencioso, el hecho es que la resoluci¨®n final ha llevado a la exacta reconstrucci¨®n de la gasolinera y esto, finalmente, es un regalo para los vecinos de Madrid, poco acostumbrados a este tipo de dispendios.
Puede que el racionalismo no haya tenido entre nuestros habitantes el prestigio que adquiri¨® en otras capitales europeas, por un conjunto de razones, entre las que me atrever¨ªa a destacar el marcado gusto de los ciudadanos madrile?os y de otros municipios por la ret¨®rica m¨¢s espectacular, m¨¢s ostentosa, en casi todos los ¨®rdenes de la vida. Otro de los edificios clave de la ¨¦poca -el Rinc¨®n de Goya, de Garc¨ªa Mercadal, finalizado en 1928- se encuentra en Zaragoza, donde es por completo ignorado y, que yo sepa, nadie hasta el momento ha dado muestras de recuperarlo y declararlo de inter¨¦s cultural. Por eso, en medio de la indiferencia y dejaci¨®n generalizados, este ejemplo de la gasolinera resulta m¨¢s valioso.
Aunque me gustan las ciudades y me gusta mucho pasear por ellas mirando los edificios, quiz¨¢ no habr¨ªa concedido tanta importancia a este peque?o asunto si el verano pasado no se me hubiera encargado, por parte de una conocida firma de art¨ªculos de marroquiner¨ªa y de moda de vestir, un texto sobre los vigorosos, y bastante desconocidos para m¨ª, a?os veinte. Con la osad¨ªa propia de los novelistas y de los escritores en general, que nos creemos que, por s¨®lo saber construir bien que mal algunas frases, ya podemos hablar y opinar sobre todas las cosas, me dispuse, puesto que el texto conlleva un nada despreciable pago y de. algo tenemos que vivir los novelistas cuando no escribimos novelas -e incluso cuando las escribimos-, a abordar tan amargo asunto. No voy a relatar aqu¨ª las sucesivas crisis de impotencia e inseguridad que me invadieron, los momentos de paralizaci¨®n y las tensiones de rechazar, cada vez m¨¢s cerca de la fecha en que el trabajo deb¨ªa entregarse y, por tanto, cada vez m¨¢s imposible, si puede decirse as¨ª, el encargo; s¨®lo quisiera decir que de iodo lo que, en la medida de mis fuerzas, indagu¨¦ sobre ese acotado pero inabarcable y exuberante periodo, fue, quiz¨¢, el terreno de la arquitectura el que me proporcion¨® un placer mayor -porque, al fin, hubo tambi¨¦n placeres en aquellas indagaciones.
Me gust¨® conocer la autor¨ªa y la fecha de algunos de los edificios de mi infancia -el cine Goya, de Zaragoza, por ejemplo- y lament¨¦ algunas desapariciones que, por las fotograf¨ªas, se vislumbraban lugares llenos de inter¨¦s. Me propuse hacer un recorrido por mi ciudad natal -cosa que a¨²n no he podido cumplir- en busca de esos hitos del racionalismo con los que mi vista hab¨ªa estado sin duda familiarizada y que en realidad nadie me hab¨ªa hecho mirar con m¨¢s atenci¨®n. Una parte de mi vida volv¨ªa a tener valor, y yo me sent¨ªa feliz con el descubrimiento. Cines, cafeter¨ªas, casas relucientes de contornos geom¨¦tricos, que en el pasado no eran las m¨¢s notables, que hab¨ªan sido completamente anuladas por los llamados edificios hist¨®ricos -iglesias, bas¨ªlicas, palacios-, todos esos escenarios tan cotidianos, volv¨ªan ahora al presente con aquel nuevo halo de prestigio. Era estupendo que el pasado se transformase as¨ª, y era lamentable que no lo hubiera sabido hacer antes, porque yo estaba mucho m¨¢s cerca de la est¨¦tica de esos cines y de esos edificios modernos que de la farragosidad y monumentalidad de las bas¨ªlicas.
Pero as¨ª de lentos y dificultosos son los procesos de la historia, de la memoria colectiva y de la identidad, y el p¨¦ndulo, ya se sabe, va de aqu¨ª para all¨¢, aclamando y vitoreando un estilo y denostando otro, para, al cabo de unas vueltas, cambiar de parecer y de rumbo. No creo que el raro ejemplo de la gasolinera de Alberto Aguilera esquina a Vallehermoso, que est¨¢ inscrito, adem¨¢s, tan cerca del primer escenario de mi vida madrile?a, sea ya un signo de toda una nueva l¨ªnea de moda y de criterio, pero, incluso aislado, se basta a s¨ª mismo y nos llena.
La gasolinera de Fern¨¢ndez Shaw representa un toque de ingenuidad y de inocencia en medio de las moles grises de este rancio barrio de Arg¨¹elles, y nos remite a un momento donde el gusto por el juego -de hecho, esta gasolinera es como un gran juguete, un juguete gigante-, el af¨¢n de experimentaci¨®n, la fe en la inagotable variedad de la forma, se combinaban con la confianza en el progreso justo y racional de la humanidad. Por fortuna, sin pretensiones de salvaci¨®n, sin dogmatismo. Hab¨ªa una humildad esencial en los planteamientos racionalistas.
Todo eso est¨¢ ah¨ª, ahora, en la esquina de Alberto Aguilera con Vallehermoso. Esa parte de la historia, (de la est¨¦tica, de la memoria y de identidad nos ha sido restituida. No deja de ser significativo que se trate de una gasolinera. En 1927, la circulaci¨®n por Madrid ser¨ªa mucho m¨¢s ligera, conductores y viandantes andar¨ªan mucho m¨¢s tranquilos y la ciudad, qui¨¦n lo duda, ser¨ªa m¨¢s habitable. La verdad es que hoy d¨ªa es de locos, parecemos locos, en coches particulares, en taxis, en autobuses, y andando deprisa por la calle, casi siempre enfadados, insult¨¢ndonos unos a otros a la menor oportunidad. Seguramente, en 1927, no se pensaba que ¨ªbamos a llegar a habitar ciudades as¨ª, tan enloquecidas y desmesuradas. Por eso la gasolinera parece de juguete, de otro mundo. Y mientras le ponen gasolina a mi coche, que tanta libertad me ha dado y que tanto odio a veces -y que, en definitiva, tan caro, por muchos conceptos, me sale-, pienso en todo lo que hemos ido dejando atr¨¢s y, como no me conviene ponerme melanc¨®lica, miro a mi alrededor y agradezco este peque?o regalo y trato como sea de recuperar el humor.
Soledad Pu¨¦rtolas es escritora.
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