Nuestro debate sobre cuba
Hace algunas semanas se publicaron en estas mismas p¨¢ginas tres art¨ªculos duros y puros a favor de la discutida ley Helms-Burton. Uno era de Mario Vargas Llosa, debelador implacable de las gentes de izquierda de toda Am¨¦rica Latina y ahora tambi¨¦n en nuestro pa¨ªs. Otro, de Guillermo Gort¨¢zar, diputado del PP que parece querer erigirse en l¨ªder de la cruzada anticastr¨ªsta en Espa?a. El tercero, de Carlos Alberto Montaner, al que tengo por liberal sensato y dialogante y que parec¨ªa hacer todo lo posible para desmentir ambos adjetivos. El prop¨®sito de los tres columnistas era justificar la bondad de dicha ley como elemento decisivo para acabar con el castrismo. Por consiguiente, oponerse a la misma era hacer el juego a Fidel Castro. Nada de medias tintas: o blanco o negro; o dem¨®cratas puros y duros o partidarios expl¨ªcitos o impl¨ªcitos de la dictadura. Siguiendo esa misma estela, el presidente del Gobierno, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, anunci¨® al vicepresidente de Estados Unidos, el se?or Gore, que el nuevo Gobierno del PP ser¨ªa implacable con Fidel Castro y su gente, que se cortar¨ªan las ayudas p¨²blicas y, en definitiva, que Espa?a estaba al lado de Estados Unidos en esta batalla final contra el castrismo. A rengl¨®n seguido, tuvimos un intercambio de opiniones bastante movido en el Congreso de los Diputados. El Grupo Socialista y el de Izquierda Unida presentaron sendas proposiciones denunciando la ley Helms-Burton. En el debate, el representante de Converg¨¨ncia i Uni¨®, el se?or Gu¨¢rdans Camb¨®, lanz¨® una diatriba dur¨ªsima contra dicha ley, pero, tras explayarse a gusto, dio un giro de no s¨¦ cuantos grados para decir que a pesar de todo votar¨ªa en contra de las proposiciones del Grupo Socialista y de IU porque les faltaba algo, no s¨¦ si un punto, una coma o'un punto y coma. Por consiguiente, la votaci¨®n se perdi¨®. Pero por entonces ya empezaban a manifestarse las protestas contra la ley en todas partes. Muchos gobiernos y grupos pol¨ªticos del continente americano, encabezados por Canad¨¢, se unieron al coro de los que Vargas Llosa llama los perfectos idiotas latinoamericanos. Y todos los gobiernos y pr¨¢cticamente todas las fuerzas pol¨ªticas europeas , de muy diverso signo, se incorporaron al mismo coro, pero ya con la fuerza que da la combinaci¨®n del cabreo y la posibilidad de la represalia pol¨ªtica y comercial. Al ver que el viento soplaba de otro lado, el grupo parlamentario del PP present¨® otra proposici¨®n en la que se denunciaba, educadamente eso s¨ª, la famosa ley, pero en al que se reiteraba la pol¨ªtica de dureza hacia Castro y los suyos. Con alguna enmienda de CiU, ¨¦sta s¨ª se aprob¨®, con los votos en contra de la izquierda. Poco despu¨¦s, el ministro de Asuntos Exteriores, el se?or Matutes, recibi¨® al principal inspirador de la ley Helms-, Burton y jefe de filas del anticastrismo m¨¢s extremo, el se?or Mas Canosa, para pedirle que, por favor, intentase hacer algo a favor de las empresas espa?olas que invierten en Cuba. Este gesto, que demos-traba una vez m¨¢s la gallard¨ªa del Gobierno del PP, fue muy apreciado por los dem¨¢s gobiernos de la Uni¨®n Europea, que intentaba formar un frente com¨²n y ve¨ªan c¨®mo el Gobierno espa?ol mendigaba por su cuenta.
A la espera de los avatares de la campa?a electoral en Estados Unidos, donde la derecha republicana ha hecho de la controvertida ley uno de los ejes principales de su programa, as¨ª est¨¢ de momento el asunto. Pero nosotros no podemos darlo por zanjado. El esc¨¢ndalo internacional que ha provocado la ley Helms-Burton tiene muchas dimensiones, y no todos protestan por lo mismo. Entre los que la denuncian hay gentes totalmente hostiles a Fidel Castro y su r¨¦gimen, gentes que est¨¢n en contra del sistema castrista y que desean un cambio pac¨ªfico a la democracia y gentes partidarias de ambos, de Fidel Castro y de su r¨¦gimen.
Pero por diferentes que sean las opiniones de unos y otros hay un punto en el que todos tienen que. coincidir forzosamente: que esta ley es jur¨ªdicamente inaceptable, porque rompe el principio de territorialidad, destruye la libertad de comercio, quiebra la unidad del mercado internacional, se interfiere en los asuntos internos de otro pa¨ªs soberano y crea privilegios para unos nacionales en detrimento de ciudadanos de terceros pa¨ªses. Est¨¢ tan claro todo esto que s¨®lo el sectarismo o el servilismo pueden explicar los vaivenes del PP al respecto.
Pero ¨¦sta es una parte del asunto. La otra es el objetivo pol¨ªtico que persigue la ley, porque lo que hay en el fondo de ella es una opci¨®n muy concreta sobre el cambio pol¨ªtico en Cuba. Y aqu¨ª s¨ª que en Espa?a hay diferencias profundas entre nosotros y no tenemos la misma concepci¨®n de lo que debe ser este cambio, de c¨®mo puede y debe realizarse, de c¨®mo podemos contribuir al mismo.
Voy a poner un ejemplo. Durante la anterior legislatura, en la Comisi¨®n de Asuntos Exteriores, que entonces yo presid¨ªa, tuvimos un encuentro de los portavoces de todos los grupos con el ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, Roberto Robaina. El PP se neg¨® a estar presente en la reuni¨®n, para subrayar su absoluta hostilidad al r¨¦gimen castrista. Los dem¨¢s le enviamos al ministro cubano un mensaje que, sin ser id¨¦ntico y sin coincidir en algunos aspectos importantes, ten¨ªa en com¨²n un elemento esencial, a saber: que en Cuba es imprescindible y urgente el cambio hac¨ªa un sistema democr¨¢tico; que este cambio debe hacerse de manera pac¨ªfica, y que nuestro deber como fuerzas pol¨ªticas espa?olas es contribuir a hacer posible esta transici¨®n, sin revanchismos. Naturalmente, no ten¨ªamos la misma opini¨®n sobre la naturaleza del actual sistema pol¨ªtico cubano, ni sobre las medidas a tomar a corto plazo, pero s¨ª quer¨ªamos evitar una confrontaci¨®n que s¨®lo pod¨ªa llevar a mayores sufrimientos y a una desestabilizaci¨®n total del pa¨ªs.
No s¨¦ si es poco o mucho lo que podemos aportar desde Espa?a. Cada transici¨®n a la democrac¨ªa es diferente, porque diferentes son las circunstancias y los tiempos, y por esto no hay que caer en la soberbia de intentar sacar lecciones generales de la nuestra y dictarlas a los dem¨¢s como principios universales. Pero s¨ª hay una lecci¨®n que se repite en todos los casos y que se puede generalizar, a saber: que la transici¨®n a la democracia s¨®lo se puede realizar por v¨ªa pac¨ªfica si hay un acuerdo de fondo entre sectores reformistas que proceden de la oposici¨®n interna o exterior. Cuando, estos sectores no existen, o no son suficientemente s¨®lidos, o no son capaces de ponerse de acuerdo sobre las l¨ªneas generales del cambio, la transici¨®n pac¨ªfica se bloquea, el asunto queda en manos de los extremistas de un lado y otro, la violencia sustituye al di¨¢logo y se cae en un inmovilismo que no deja ni un resquicio a la indispensable reforma. Pues bien: creo que la l¨®gica profunda de la ley Helms-Burton Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior es totalmente contraria a la que acabo de se?alar, y coincide con la que preconiza la extrema derecha del exilio cubano, encabezada por Mas Canosa y otros dirigentes ultras. Lo que intenta es; precisamente, impedir el di¨¢logo entre los reformistas de uno y otro lado y llegar a la confrontaci¨®n entre dos extremos. Creo tambi¨¦n que en Espa?a ¨¦sta es la l¨ªnea que ha preconizado y preconiza el PP -con algunas disensiones internas c¨®mo la del propio Fraga Iribarne- y la que exponen sus portavoces cuando van por libre. Y esto es muy serio, porque el PP est¨¢ ahora en el Gobierno.
Por eso, y volviendo a los tres articulistas que mencionaba al principio, lo que digan Vargas Llosa y Gort¨¢zar sirve para saber lo que piensa de verdad el PP, pero a ellos no les concierne personalmente, porque no son actores directos del drama. Pero me preocupa que sectores de la oposici¨®n cubana como el que representa Carlos Alberto Montaner acepten una l¨®gica como la de la ley Helms-Burton, que lleva irremisiblemente a una sola conclusi¨®n: que los reformistas de uno y otro lado ser¨¢n barridos y desaparecer¨¢n de la escena pol¨ªtica en beneficio de Mas Canosa y los dem¨¢s.
Es evidente que desde Espa?a no resolveremos el problema. Pero tambi¨¦n lo es que, como dem¨®cratas, tenemos la obligaci¨®n de contribuir a resolverlo de manera pac¨ªfica sin vueltas dram¨¢ticas de ninguna tortilla. M¨¢s all¨¢ de las frivolidades de unos y de los sectarismos de otros, esto es lo que hay en el fondo de nuestro debate.
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