Nuestros aliados no tienen criterios morales
Desde la aprobaci¨®n de la ley Helms-Burton, Canad¨¢, M¨¦xico y la Uni¨®n Europa han estado al borde de la apoplej¨ªa. Desde Ottawa y las capitales de Europa y Latinoam¨¦rica se han disparado amenazas hist¨¦ricas de "medidas de represalia"; se han presentado protestas ante las organizaciones internacionales y se ha amenazado con boicoteos.Es comprensible que nuestros amigos de Canad¨¢, Europa y Latinoam¨¦rica se sientan abofeteados, pues efectivamente lo han sido. Pero la bofetada no ha venido de Washington, sino de La Habana. Pocas semanas antes de la aprobaci¨®n del proyecto de ley Helms-Burton tuvo lugar en La Habana una interesante reuni¨®n a la que se prest¨® poco inter¨¦s. El entonces ministro de Asuntos Exteriores espa?ol [sic], Manuel Mar¨ªn, cruz¨® el Atl¨¢ntico para reunirse durante 10 horas con el dictador cubano Fidel Castro con el fin de abrir conversaciones sobre un nuevo acuerdo de cooperaci¨®n entre la Uni¨®n Europea y Cuba.
En aquella reuni¨®n, Mar¨ªn explic¨® a Castro que dicho acuerdo depender¨ªa de la disposici¨®n de Castro a reducir la presi¨®n sobre los disidentes, y mencion¨® expresamente al Concilio Cubano, un nuevo movimiento nacional de oposici¨®n.
Mar¨ªn mostr¨® el posible premio de un acuerdo que podr¨ªa representar nuevas inversiones europeas en la isla por valor de miles de millones de d¨®lares en el caso de que Castro moderase su comportamiento.
?Cu¨¢l fue la respuesta de Castro? Unos d¨ªas despu¨¦s de su reuni¨®n con Mar¨ªn, desencaden¨® la mayor y m¨¢s brutal persecuci¨®n contra los disidentes de la isla en m¨¢s de una d¨¦cada, en la que se detuvo a m¨¢s de 200 disidentes asociados con el Concilio Cubano. Una semana despu¨¦s, mientras la represi¨®n continuaba a pleno ritmo, Castro orden¨® a sus cazas sovi¨¦ticos Mig-23 que despegaran para derribar dos aviones civiles estadounidenses desarmados que volaban en el espacio a¨¦reo internacional, asesinando a sangre fr¨ªa a cuatro seres humanos inocentes.
Desde entonces han ocurrido dos cosas. El Congreso de Estados Unidos aprob¨® la ley Helms-Burton (tambi¨¦n llamada Libertad), posteriormente ratificada por el presidente Clinton; por otra parte, la Uni¨®n Europea abandon¨® discretamente sus planes de un acuerdo de cooperaci¨®n con Castro.
Puede que nuestros amigos europeos prefieran olvidar esta cadena de acontecimientos, pero ser¨ªa mejor que la recordaran si pretenden continuar con sus desaf¨ªos a la ley Helms-Burton. Y es que esos acontecimientos no s¨®lo precipitaron la aprobaci¨®n de la ley, sino que desacreditaron total y absolutamente la pol¨ªtica europea de colaboraci¨®n econ¨®mica con el r¨¦gimen de Castro.
Durante a?os, Europa, Canad¨¢ y otros pa¨ªses han intentado justificar su vergonzoso comercio con Cuba explicando que en realidad no est¨¢n sacando provecho de la tiran¨ªa, y que sus inversiones "les proporcionan influencia sobre Castro" y les permiten conseguir que ¨¦ste avance lentamente hacia el respeto de los derechos humanos y hacia un comportamiento propio de un miembro de la comunidad de naciones civilizadas.
Las acciones de Cuba han desmentido estas pretensiones moralistas. Ante la disyuntiva de perder un nuevo y beneficioso acuerdo comercial con Europa o moderar su comportamiento hacia la oposici¨®n democr¨¢tica de la isla, Castro ha dicho a Europa con su actitud que se guardara su dinero.
M¨¢s tarde o m¨¢s temprano, nuestros amigos tendr¨¢n que enfrentarse a un hecho inc¨®modo: su pol¨ªtica en Cuba ha fracasado. A pesar del alud de marcos alemanes, d¨®lares canadienses, libras, pesos y francos que han entrado en las arcas del Gobierno cubano, Castro no ha emprendido reformas, ni las emprender¨¢. Los que pretenden justificar sus inversiones en Cuba disfraz¨¢ndolas con falsos argumentos no enga?an a nadie salvo a s¨ª mismos. Su inversi¨®n en Cuba no hace nada para ayudar al pueblo cubano. Por el contrario, est¨¢n ayudando a mantener a Castro en el poder.
Cuando las empresas europeas o canadienses invierten en Cuba no trabajan con empresarios privados: participan en empresas conjuntas con el. Gobierno cubano. No contratan a trabajadores pag¨¢ndoles en divisas convertibles que ¨¦stos puedan emplear para alimentar a sus familias. Cada empresa tiene que pagar a Castro una suma sustancial -hasta 5.000 d¨®lares (unas 625.000 pesetas) por trabajador-, y Castro a su vez paga al trabajador unos cuantos cientos de pesos cubanos, una ¨ªnfima parte de la cantidad original, mientras que el r¨¦gimen se embolsa la diferencia.
Esto no supone potenciar al pueblo cubano, sino aprovecharse de lo que de hecho es mano de obra esclava. Sin embargo, ¨¦sa es precisamente la raz¨®n de que algunas empresas extranjeras est¨¦n tan enfadadas con la ley Libertad: Cuba, con su mano de obra esclava de bajo coste, es un para¨ªso para los inversores que carecen de criterios morales. Estos inversores en bancarrota moral son evidentemente la piedra angular que sostiene la debilitada dictadura de Castro.
Desde que perdi¨® los 5.000 o 6.000 millones anuales de subvenciones sovi¨¦ticas, Castro ha tratado fren¨¦ticamente de aprovecharse de las propiedades robadas a ciudadanos estadounidenses para financiar su r¨¦gimen tambaleante. Y ha encontrado muchos c¨®mplices brit¨¢nicos, canadienses, franceses, mexicanos y de otros pa¨ªses, dispuestos a traficar con estas propiedades robadas.
Los Gobiernos que se quejan de la ley Helms-Burton pasan h¨¢bilmente por alto ese punto: la legislaci¨®n s¨®lo afecta a aquellas empresas extranjeras que trafiquen con propiedades estadounidenses robadas. Estos "inversores" no son moralmente distintos de los delincuentes callejeros comunes que trafican con bienes robados como autom¨®viles o equipos de m¨²sica. La diferencia es que estos ejecutivos realizan el tr¨¢fico en reactores privados en lugar de hacerlo en locales s¨®rdidos de los barrios bajos.
Si hicieran internamente lo que hacen internacionalmente -traficar con bienes robados-, se enfrentar¨ªan a un procesamiento y, probablemente, a una sentencia de prisi¨®n. En este caso, en cambio, disfrutan de la protecci¨®n de sus Gobiernos, cuyos l¨ªderes alzan la voz ante el mundo y defienden lo indefendible con una c¨®lera indigna.
Este tr¨¢fico deliberado y consciente con propiedades estadounidenses robadas est¨¢ a pun Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior to de terminar. La ley Libertad advierte, a estos c¨®mplices del robo de propiedades perpetrado por Castro que, si se enriquecen con propiedades sustra¨ªdas a ciudadanos estadounidenses, ser¨¢n personas no gratas en EE UU y ser¨¢n considerados responsables por los leg¨ªtimos propietarios norteamericanos.
Por eso, el t¨ªtulo tercero de la ley Libertad es enormemente importante. Al crear un derecho de querella particular que permite a los estadounidenses denunciar a estos traficantes y exigirles una compensaci¨®n, acabar¨¢ con este tr¨¢fico ilegal de bienes robados. La vergonzosa decisi¨®n del presidente Clinton de suspender esta disposici¨®n durante seis meses no hace sino aplazar lo inevitable. La amenaza de las querellas si gue pendiendo sobre las cabezas de los socios comerciales de Castro como la cuchilla de la guillotina. Y, antes o despu¨¦s, esa cuchilla caer¨¢.
Es hora de que nuestros aliados europeos, canadienses y latinoamericanos dejen de tomarla con EE UU y se miren cara a cara al espejo. Deber¨ªan ser sinceros consigo mismos: su comercio con Castro no est¨¢ haciendo nada por traer la democracia ni proteger los derechos humanos en Cuba.
Conf¨ªo sinceramente en que, una vez que Canad¨¢ y la Uni¨®n Europa superen su sensaci¨®n de inocencia herida y consideren objetivamente los acontecimientos que aceleraron la aprobaci¨®n de la ley Helms-Burton, se den cuenta de que su comercio con Castro no ha moderado un ¨¢pice el comportamiento de ¨¦ste. Sigue siendo el dictador arrogante y brutal que era hace 30 a?os.
Cualquier observador imparcial dar¨¢ fe de que la pol¨ªtica europea de colaboraci¨®n con Castro es un lamentable fracaso. Es hora de que los europeos se unan al embargo estadounidense y a¨ªslen al despreciable r¨¦gimen de Castro.
Los que hacen negocios con este dictador comunista deber¨ªan, como m¨ªnimo, reconocer ante el mundo que est¨¢n sacando provecho de la miseria del pueblo cubano. Adem¨¢s, estos traficantes tendr¨ªan que tener la decencia de sentarse, callarse y poner fin a sus falsas acusaciones que afirman que EE UU es un mal vecino o aliado. Son ellos quienes son malos vecinos, y no merecen ni simpat¨ªa ni respeto.
Jesse Helms es presidente del Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos y coautor de la ley Helms-Burton.
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