A caballo y a sombra

T¨¢vora quiere que el teatro sea un mundo que penetre por los sentidos "como nunca podr¨¢ hacerlo el cine, la televisi¨®n, la pintura ni la literatura", por eso impregna su obra de algo que no se puede sentir a trav¨¦s de los audiovisuales, de olor, de miedo esc¨¦nico y de inquietud. Adem¨¢s de a incienso y cera, en Carmen huele a caballo. Un caballo blanco que entra en escena para bailar alrededor de la protagonista. Un diestro jinete le hace marcar los pasos que impone la coreograf¨ªa. Es el momento en que se rompe el esquema que se repite en toda la obra y en el que la luz hace su aparici¨®n fugazmente. El jinete es el picador amante de Carmen, el que en otras versiones fue "un torero de pitimin¨ª" que no aporta la suficiente hombr¨ªa que el director quiere para el relato. Lo dem¨¢s son sombras, llantos, penas, sangre y muerte. Algo caracter¨ªstico de un director con un sentimiento tr¨¢gico de la vida "como Unamuno", que no entiende como el pueblo andaluz que ha vivido en la miseria se ha manifestado alegre como unas casta?uelas y ha vendido una imagen de volantes y panderetas. Esa es la imagen que T¨¢vora siempre ha querido, destruir "para contribuir a la recuperaci¨®n seria del andaluz y porque ser triste no es algo malo sino una expresi¨®n aristocr¨¢tica del esp¨ªritu".